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Existe una conexión entre la muchacha de rizos castaños y los pasillos de aquella biblioteca. Cada día a la misma hora le dedicaba al menos dos horas a la lectura de un libro al azar. Ronald pensaba que estaba loca, él apenas podía con la lectura obligatoria para todas las materias y ella leía por placer, una completa lunática. Menos en un día así, comento él en el almuerzo. A pesar de estar en enero hacia un día soleado aunque gélido fuera. El pelirrojo y el pelinegro de gafas se pasarían el día fuera. El segundo practicando Quidditch y el primero simplemente lo pasaría con su extraña novia nueva.

Excelentes planes para ellos. La castaña solo quiere inundar su mente de alguna extraña historia en algún sitio lejano, o aprender un hechizo o poción en desuso actualmente. Recorre el pasillo en busca de algún título que llame su atención o un tomo de color llamativo o tonos dorados que denote antigüedad, cuando un libro golpea con fuerza su coronilla. Ahoga el grito de dolor en su mano enguantada para no perturbar la armonía de su lugar favorito y mira con recelo al culpable de su creciente jaqueca.

Magia residual opina con perspicacia en su mente. Toma el libro en sus manos y se sorprende con el título. "Datos y leyendas sobre Asia Oriental", unas ramas delicadas y diminutos pétalos rosados sobrevuelan la cubierta. Extasiada por el descubrimiento camina hasta su mesa predilecta y se sienta en la cómoda silla. Mira por la ventana. Un sol invernal lo ilumina todo con sus rayos. Puede ver el campo de Quidditch desde allí y piensa en Harry. Lo imagina volando, concentrado en atrapar la snitch, intentando defenderse de sus propios compañeros portando colores diferentes para la práctica. Una sonrisa le surca el rostro pero sacude la cabeza con una rapidez que acelera el latir de sus sienes.

Se enfrasca en la lectura. Siempre le ha interesado saber sobre otras culturas mágicas. Podía saber cosas de Europa, pero América y Asia parecían lejos de su alcance. Lee cada dato, cada leyenda saltando por completo una fábula romántica que decide que no le importa. Está tan metida en las palabras nuevas que están pujando por meterse en su vocabulario que no repara en que atardece. Si por ella fuera seguiría leyendo, para siempre.

— Hermione Granger — la aludida alza la mirada, Madame Pince la observa con una diminuta sonrisa.

— ¿Sí Madame? — a pesar de los años sigue tratando a la mujer con tantísimo respeto.

— Debo cerrar la biblioteca querida y se hace tarde para que te presentes en el comedor.

— No puede ser — observa por la ventana, la oscuridad lo inunda todo fuera, presta atención suficiente para oír el ulular de una lechuza en la distancia — no quiero dejarlo.

— ¿Qué lees? — Hermione le enseña la portada del libro al cual le falta la mitad por leer.

— Interesante lectura... algunos hechizos y pociones conservan el idioma original.

— Chino, por eso también está este aquí — sonríe abiertamente acariciando un enorme diccionario chino- inglés.

— Bien... puedes llevarlos y dedicar un rato más a tu afición.

No cabe en la dicha. Se levanta con rapidez y toma ambos libros, despidiéndose con afecto de la mujer. Se dirige directamente al comedor, se le ha hecho realmente tarde esta vez, sus amigos se burlaran de ella de nuevo. Mejor dicho, Ronald se reirá de ella. Se cruza por su mente usar el giratiempo, pero el rostro de Macgonagall aparece fugaz en su mente y decide que soportara la burla.

El comedor está repleto de críos de todas las edades. Las conversaciones resuenan formándose un bullicio continuo que desprende calidez. Puede sentir la mirada de la mitad de los verdes y plata a medida que se acerca a donde el pelinegro y el pelirrojo la esperan. Toma asiento dejando los libros a un lado. Come mirando asqueada como Ronald y Lavender parecen más emocionados por besarse que por los manjares que decoran la mesa.

El hilo rojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora