Amigos enamorados

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—Mira, mira —Pedro le dio unos codazos al rubio que tenía al lado.

Estaban sentados en la vereda, a la vuelta de la casa de Martín, esperando a que ocurriera justo eso: que Catalina Gómez pasara caminando en compañía de sus hermanos, como todas las tardes desde que vivían por ahí cerca.

Hacía exactamente dos meses que su buen amigo mexicano la había visto, mientras iba de camino a su casa y casi sin querer la vio; con la piel tostada, el pelo castaño y largo, una sonrisa hermosísima y un vestido veraniego que enmarcaba bastante bien cada curva bien puesta en ese cuerpo. Apenas le preguntó, Martín contestó con naturalidad genuina quién era y de dónde venía.

Y Pedro confirmó como nunca que las mujeres del norte de Sudamérica eran de las más hermosas del continente entero.

El problema fue que no se animó a hablarle y, en cambio, le hablaba a Martín todo el tiempo de cómo fantaseaba con tenerla a su lado y cómo sería toda aquella relación, que se imaginaba solo. A veces tenía a su misma hermana gemela, Itzel, con los pelos en punta. El par mexicano solía llegar muy seguido peleándose y con la chica en cuestión recriminándole cosas, pero últimamente era pan de todos los días.

Martín empezaba a preguntarse por qué tenía amigos tan pesados.

—Tincho —Su sobrenombre y un dedo enterrándose en su mejilla le despertó del breve análisis que iba haciendo.

—Sí, sí, lo que digas.

—¡Ni me estai escuchando, weón!

—¡¿Manu?!

Ni sabía que era Manuel, pensó seriamente que era Pedro el que le hablaba.

—Yo estoy deste otro lado, wey —declaró el mexicano, levantando la mano por el lado izquierdo. El chileno estaba a su derecha.

—Perdón, viajé en el tiempo.

—¿Y a dónde te fuiste?

—A cuando todavía no andabas como un pelotudo calentón.

—¡No mames, wey!

—Te banco, te banco. Seguí contándome de Coco que tengo oreja para rato.

Manuel se sintió olvidado, por lo que volvió a hincar el dedo en la mejilla derecha del argentino, éste lo apartó como a las moscas, así que aprovechando el verano y la musculosa que tenía puesta el aludido y, en vez de hincarle el dedo en la cara, le hincó los dientes en el brazo. Y Martín gritó entre asustado y sorprendido.

Muy masculinamente.

Pedro se empezó a reír estrepitosamente.

—¡¿Qué hacés?!

—¡Péscame!

—¿Te tiro una caña?

—¡Ándate a la chucha, rucio culiao!

—¡Pero no te enojés!

Lo agarró de los brazos antes de que el chileno se parara y se fuera, arrimándolo a su cuerpo. Y pasó algo que no se esperaba que ocurriera tan rápido y que ciertamente lo enorgulleció, a la vez que volvía a sorprenderlo: Manuel se ruborizó.

—¿Qué me querías decir? —Sonrió grande y brillante, y el chileno habría desviado la mirada si no supiera que el otro más ignoraba sus reacciones que otra cosa (lo cual era mentira pero bien que quería creerlo).

Últimamente Hernández había visto mucho ese tipo de reacciones, aunque ver y enterarse eran cosas distintas. Manu andaba muy temperamental y siempre manteniendo un tanto de malhumor en su sistema, en compañía de un colorinche a sus mejillas cada vez que hacía notarlo.

Amigos enamorados [ArgChi]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora