Capítulo 3

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"Debería haber deseado sacar un 10 del examen de mates" fue lo primero que pensó Albert al salir de clase. La tarde anterior, por razones obvias, fue incapaz de concentrase; ni siquiera con la ayuda de Inés consiguió prestarle atención a los números. Lo único en lo que podía pensar era en el Cubo de Rubik que llevaba en su bolsillo y en la responsabilidad que había traído con él.

Y es que tener a un genio a tu disposición para concederte 3 deseos era eso: una responsabilidad. O al menos él lo veía así. No puedes desear lo primero que se te pase por la cabeza y ala, a otra cosa. Necesitas tiempo; tiempo para reflexionar sobre lo que realmente quieres en esta existencia. Pero por mucho que Albert pensara, no se le ocurría nada que, según su criterio, valiera la pena.

"Mi vida es un desastre, ¿cómo puedo no tener nada que desear?"

Se sentó en su cama, después de dejar la maleta de clase encima de la silla. Sacó el Cubo del bolsillo, sujetándolo con ambas manos; lo miró de arriba abajo, inspeccionándolo, como si eso fuera a solucionar su dilema. Obviamente, no encontró nada extraño; nada que hiciera sospechar que un genio había salido de su interior.

Y no uno cualquiera. No sabia prácticamente nada de los suyos, pero no le hacia falta conocer a más genios para saber que Pablo era único en su especie. Esa poca simpatía que sentía hacia los humanos, cuando en su instinto debería estar escrito el desear ser uno de ellos. Le inquietaba y fascinaba al mismo tiempo.

Igual Pablo podía ayudarle; puede que él supiera lo que debía desear. La verdad es que se moría de ganas por preguntarle mil cosas: que deseaba la gente, de donde venia, como funcionaba su mundo. Aunque sospechaba que el genio no estaría por la labor.

-Bueno, por fin; ya pensaba que no ibas a llamarme nunca.- Pablo apareció sentado a su lado, haciendo que Albert, una vez más, diera un respingo de sorpresa.

-¡Joder, que susto!

-Pero si me has hecho aparecer tú, que me estas contando.

-¡No lo he hecho a propósito! Solo estaba pensando en ti; ha sido sin querer.- Y por la mirada picarona que le echó el otro, Albert supo que eso no había sonado como el quería.

-Así que pensabas en mi, ¿eh?

-Pensaba en que no sé que cojones desear. Y que quizás tú puedas ayudarme.- Aclaró.

-Entonces, ¿aún no tienes los deseos pensados? ¿Ni siquiera uno?- Sonó decepcionado. Albert negó con la cabeza.- ¿Y cómo pretendes que te ayude?

-Yo que sé, ya has servido a otros humanos; sabrás lo que suele desear la gente.

-Y también sé que si aún no se te ha ocurrido nada es porque no vas a desear "lo típico". Así que no me hagas perder el tiempo.

-Tú quieres acabar con esto lo más rápido posible, ¿verdad? Entonces no pierdes nada ayudándome. De hecho, pierdes más no haciéndolo.- Y después de unos segundos de silencio en los que Albert se dedicó a ponerle ojitos de corderito degollado, Pablo por fin aceptó.

-Vale, vale. Esta bien; deja de mirarme así.

-¿Tienes hambre?

-¿Cómo?

-Que si tienes hambre. Mis padres hoy trabajan hasta tarde, así que como solo. Puedo preparar algo para los dos. Si quieres.- "Primero le dices que estabas pensando en él y ahora prácticamente le propones una cita, muy bien, Albert" pensó. Por suerte, Pablo no se lo puntualizó.

-Nunca he probado la comida humana.

-¿En serio? No puedes seguir viviendo sin probar la pizza. Ven, vamos a pedir una.- Se levantó de la cama, invitando al otro ha hacer lo mismo con un gesto.

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