Capítulo 4

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Después de una charla de una hora con sus padres, Albert consiguió convencerles de que no se había lanzado a la mala vida. Aunque igual no separarse de ese Cubo de Rubik en todo el día y escucharle hablar "solo" en su habitación no ayudaba a disipar las dudas.

Y es que desde ese día que comieron pizza, habían creado una especie de dinámica entre ellos: Albert le alimentaba con toda clase de comida que creía merecedora de ser probada y juzgada por el genio, y Pablo le aconsejaba que desear; pero más bien lo que hacía era intentar que pidiera cualquier chorrada. Y aunque no eran conversaciones muy profundas, Albert lo agradecía.

Era agradable poder hablar con alguien que no fueran sus padres o su ex novia a la que dejó por ser gay.

Aunque realmente no se empezó a crear un vinculo real entre ellos hasta que no tuvieron "la conversación en el baño del instituto" (o al menos así la tenía catalogada Albert en su cabeza).

Esa día Albert fue a buscar a Inés a su casa, como todas las mañanas, para ir juntos a clase.

-Buenos días, dormilón.- Saludó Inés, mientras Albert bostezaba.

-Buenos días.- Contestó; y así emprendieron el camino de siempre.

Andaban en silencio, como todas las mañanas; el sueño aún demasiado presente como para mantener una conversación. Hasta que a Albert se le cayó el Cubo de Rubik de el bolsillo, parándose y agachándose para recogerlo.

-¿Por qué vas a todos lados con ese trasto?- Preguntó la chica, con curiosidad.

-No sé; me gusta.- Era más fácil que decir "porque me permite invocar a un genio que va a concederme dos deseos".

-¿Se ha convertido en tu amuleto de la suerte o algo por el estilo?

-Si; podría decirse que sí.

Se volvió a instalar el silencio entre ellos, recorriendo el último tramo que le quedaba para llegar a su destino. Les esperaban seis maravillosas horas de información saturándoles el cerebro; encima seguro que les daban la nota del desastre de examen de mates. Lo que Albert quería, qué bien.

Estaban subiendo las escaleras hacia el segundo piso cuando Inés volvió a romper la quietud del momento:

-Tengo el libro de historia en la taquilla; me acabo de acordar. Voy a buscarlo, tú ve tirando.

-Está bien; hasta ahora.

Y Albert acabó de subir, esta vez solo, hasta llegar a su clase. Era pronto y aún no había nadie, así que decidió esperar apoyándose en la puerta. Pero no tardó en tener compañía; y no una deseada precisamente.

Cuatro de sus compañeros de clase se acercaron hacia su dirección, Albert sabiendo de antemano lo que le esperaba. Eran los típicos machitos que encontraban gracioso meterse con Albert por no cumplir los estándares de lo que ellos consideraban "ser un hombre". Cuando se encontraba con Inés solían dejarlo estar, ya que esta a la mínima les fulminaba con la mirada y a las dos frases ya les tenía por los suelos (lo tenían comprobado). Pero Albert era diferente; él no se venía arriba: él se bloqueaba.

-Oye, ¡pero a quién tenemos aquí! ¿Dónde te has dejado a tu amiguita? ¿O, más bien, debería decir "tapadera"?- Empezó el considerado líder del grupo, todos los demás riéndole la gracia, por supuesto.

-No la llames así.- Respondió, intentado sacar algo de valor.

-Las cosas por su nombre, nenita, las cosas por su nombre.- Dijo el segundo en fila.

Como deseesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora