La persistencia de un alma rota

2 0 0
                                    



El aire se volvió sumamente denso, como si vaticinara la única presencia capaz de rozar los labios de la muerte justo por debajo de las más profundas aguas del destino, o como si vaticinara el hipnótico encuentro entre la Nada y la infinitud del Todo. Ello sucedió en ese frío y silente instante en el cual la silueta de ella, de la mujer del parche en el ojo izquierdo, con todo y las finas aristas de su cuerpo remarcadas por el hechizo casi divino y a su vez como de presagio de muerte del contraluz, se hizo presente en la entrada de aquel banco. Sí, ella llegó allí, a aquel lugar devorado por un sombrío halo de incertidumbre y de tragedia en el cual un hombre y una mujer, cada uno con la cara cubierta, amenazaban a un buen número de personas tendidas en el suelo, muertos del susto, y con las manos en la nuca. Les advertían, por si fuera poco, que quien se levantase o hiciese el más mínimo movimiento recibiría un disparo a quemarropa y sin ninguna contemplación. Aun así, varias de las personas que estaban tendidas en el suelo viraron su vista hacia la puerta del banco. Pero para lamentación de ellos, la presencia imponente y diríase que casi sobrenatural de la mujer que allí estaba, de la mujer que había acabado de aparecer, los terminó de desarmar por completo. Los amilanó, los destrozó incluso por dentro, como nunca antes nada en este mundo los había amilanado o asustado o destrozado internamente y con tal grado de profundidad. Con tal grado de impacto frío y persistente. Con tal grado de verdad absoluta.

La mujer del parche en el ojo izquierdo comenzó a caminar poco a poco hacia el interior de aquel banco. Llevaba la cara descubierta y una amenazante pistola color vinotinto en una de sus manos. Tan intensa e imponente era su aura que el universo entero parecía girar en torno a ella. Todo el universo y todo lo existente dentro y fuera del mismo. "¿Cómo va todo?", preguntó la mujer del parche con un tono de mando sumamente contundente y tajante. "No muy bien", respondió el asaltante con el rostro cubierto con un pasamontañas y a la vez que tomaba a un hombre de traje elegante y lo levantaba del suelo con la finalidad de decirle las siguientes palabras: "Aquí nuestro amigo acaba de dar aviso a la policía. Digo yo que lo matemos ahora mismo". Al acabar de decir aquello el asaltante colocó el cañón de un revólver en la cabeza del asaltante. Lo iba a matar. En el acto, una niña de siete u ocho años se levantó del suelo aun sin importar los gritos desesperados de la madre que la imperaba a que no lo hiciera. Tras ello, la sufrida niña llegó en un pestañeo hasta donde estaba el hombre del traje elegante. Lo abrazó, se aferró a él con una fuerza desesperada, con un mar de lágrimas desenfrenadas cruzando e invadiendo sin tregua su joven rostro. Y todo ello mientras ella decía: "¡¡No lo mate!! ¡¡No lo mate!! ¡¡Es mi papá!!

El asaltante retiró el revólver de la cabeza del padre de la niña, y dijo: "Tengo una mejor idea, esta niña será un rehén excelente. Me la llevaré conmigo". Tomó entonces a la niña jalándola sin piedad y de forma brusca. Las lágrimas de ella, desde luego, eran un océano de desesperación, eran una insólita e inusitada violencia y filo de desesperanza dentro de la noche del tiempo. El padre de la niña, entretanto, se llevó la mano al corazón, se veía que el aire le faltaba, no acudía a él, estaba sufriendo un ataque. Se veía que podía morir en cualquier momento. Su rostro reflejaba un tormento infinito. "Suéltala", le dijo entonces la mujer del parche en el ojo al asaltante que sujetaba a la niña con su tono característico de mando. "No lo haré", respondió el bandido. "Te digo que la sueltes. Ahora mismo. Es una orden", dijo la mujer del parche mientras colocaba el cañón de su pistola color vinotinto en la cabeza de aquel bandido. El bandido, ni corto ni perezoso, hizo lo propio y llevó el cañón de su arma a la cabeza de la niña. El padre, por su parte, moría en medio de un agobiante tormento. El aire de aquel lugar, cabe decir, llevaba una nebulosa amenaza tejida de golpe entre los miasmas de su esencia. El tiempo secuestraba segundos. Todos los fragmentos de una gélida arquitectura de muerte cayeron de golpe sobre el sentido último de la vida. Todo lo absoluto se volvió más absoluto aún. Luego, se escuchó el disparo. Uno solo, que hizo chispear bastante sangre, y de forma atronadora. El bandido que sujetaba a la niña cayó entonces muerto al suelo de aquel banco. Afuera, la persona que esperaba en un auto a los asaltantes, de repente, tras escuchar el disparo, muerto del susto, se fue. Abandonó a los demás Adentro del banco se escuchó, incluso, el brummmmmm, brummmmm, del auto que se iba. Segundos después llegó la fuerza policiva. Cientos de policías que rodearon el banco acompañados de las fuerzas SWAT y otras fuerzas de élite. "Vamos a morir", dijo entonces la asaltante de la cara cubierta". "No, no vamos a morir", dijo entonces la mujer del parche en el ojo. "Te doy mi palabra de que saldremos de esta y llegaremos a la selva de Colombia sanas y salvas a cumplir con nuestra misión". "¿Cómo estás tan segura?". "Mi querida, tengo el alma rota. Créeme, soy invencible". Tras decir aquello, la mujer del parche se quedó observando la puerta de aquel banco. Estaba lista para luchar. Estaba lista para su propio destino.

Era una mañana fría en la ciudad de Los Ángeles, California.





De las inercias de la piel a un mar de constelacionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora