La Sevilla de la posguerra nos sorprendió a ambos como nos sorprendió la lluvia el día en el que te conocí. Tú, mojada y desvalida, brillante como un efímero astro, estabas parada ante el escaparate de la tienda. Oí tus suspiros en la distancia; llegaron a mí a través de las transparentes gotas. Suspiros débiles y confusos, y quise saber por qué suspirabas. Dónde quedaba el paraguas que debía protegerte bajo la lluvia. La posguerra había dejado silencios y tú, sin embargo, los interrumpías con tus suspiros. Silencios, hambre, suspiros. Tú sin paraguas, quieta y muda como una estatua bajo la despiadada lluvia. No nos conocíamos y me hablaste sobre tu hijo. Querías ropita para el chico, sin embargo, la Sevilla del momento era tan infame como la lluvia y no te había dejado nada. Tuve intención de prestarte mi paraguas pero te fuiste por entre las callejuelas, soltando hondos suspiros. Ninfa de la lluvia, sirena del aguacero.
A partir de entonces, como unos títeres sin albedrío fuimos sometidos y al recorrer las calles nos encontrábamos siempre bajo la lluvia, unas veces con paraguas, otras llenándote del chaparrón que colmaba los sentidos, algunas sosteniendo en tu pecho al niño medio desnudo. Nos mirábamos de soslayo pues hasta las miradas estaban prohibidas. La Sevilla de la posguerra no sólo dejó silencios, hambre, suspiros. También nos dejó el deseo escondido, la pasión de las caricias encubiertas. Ni siquiera sé cómo llegó el momento en el que me reconocí en tus ojos, el momento cuajado de encuentros fortuitos, buscándonos nuestras sombras como dos amantes secretos, rozándonos las manos en las esquinas de las calles, corriendo por las empinadas callejuelas de Sevilla. Albareda, Bailén, Olavide, Galera, Maravillas. Sólo nombres de calles, pero calles cómplices de nuestros anhelos. Jugando al ratón y al gato, entre verdades y mentiras, sonrisas perladas de miseria, retazos de una época en la que no hubo paz pero sí amor.
No había en Sevilla dos amantes como nosotros, con ese amor salvaje y sucio que censuraba la posguerra. Mujer abandonada con un hijo a cuestas, los hombres te desterraban del Edén que prometían. Y ahora imagino tu pelo azabache movido furiosamente por el viento. En realidad lo recuerdo. Imágenes vívidas, un tanto confusas, de tu boca sobre mis labios, tu lengua curiosa descubriendo la mía, las manos traviesas enredadas en tus cabellos y el amor, tan sólo el amor. Vos me decías que en el amor no se elige, que te atraviesa como un rayo. Reía como un loco, fumando el mate que siempre estropeabas.
El amor, el amor estúpido de los hombres que cae como un rayo y te fulmina. Yo no te quería como se quieren los enamorados, no al menos como un matrimonio que lleva veinte años juntos, sino con esa pasión desmedida de los que no se conocen. Siento que no fui para ti lo que tú querías que fuera, no tuve el valor suficiente como para quedarme y ofrecerte la vida que merecías y que el destino se negó a darte. Y yo, que en esos momentos podría haber actuado como el destino, me comporté también de un modo implacable.
Lo que sé es que a mí me gustaba visitar el Teatro Lope de Vega y vos disfrutabas mirando escaparates, recorriendo las calles como si de una chiquilla huérfana se tratase. Vos leías a Galdós y yo trataba de entender qué había en él que provocase ese afán lector que no despertaban en tu cuerpo otros. Mientras ojeabas las páginas de Galdós tus ojos se abrían como dos perlas preciosas, en otros momentos se entrecerraban porque no comprendías del todo cierta palabra, y pasabas la punta de la lengua por los labios como la fruta madura esperando el beso del príncipe encantado. Tal vez tuviese celos de él, quién sabe, ni yo mismo sé porque ni siquiera Sócrates sabía y si él que era un gran filósofo no sabía nada, ¿qué podemos saber nosotros, simples mortales?
Y en otras ocasiones te recuerdo mirando hacia el cielo, plantada delante de la Catedral. No me decías dónde podía encontrarte y, sin embargo, una mano invisible me llevaba hasta ti. Las palomas alzando el vuelo. ¿Ellas sabrían también de la derrota que se respiraba en el ambiente de la posguerra? Y levantabas tus manos, como si quisieses atraparlas pensando posiblemente que tú no eras menos que ellas y si ellas podían volar libremente por qué no tú, que eras más persona que unas palomas, y susurrabas “libertad, libertad, qué bonito nombre tienes” y cerrabas las manos como si hubieses atrapado la palabra de bonito nombre en ellas y después te girabas y alzabas las cejas en modo de saludo cuando me veías contemplándote como se contempla a la mayor creación divina. Si te cogía de la mano algún transeúnte decoroso tenía que maldecir por lo bajo, pero es que ellos no entendían nuestro dolor, y mucho menos comprendían que los besos pudiesen provocarnos dolor y al mismo tiempo placer, luz y sombras. Cómo te recuerdo, corriendo como una loca por la plaza, en círculos, entre gritos de alegría. Me sorprendía que apenas unos minutos antes tuvieses una expresión tan melancólica y de repente fueses feliz, y por ello sentía envidia, porque yo jamás lo era, ni siquiera en las noches en las que nos metíamos bajo las sábanas como dos adolescentes ebrios de pasión, animales feroces en celo, y dibujabas con tus dedos extrañas palabras en mi espalda que jamás lograba descifrar. “Es que están en glíglico”, explicabas. Y entonces como un torbellino te levantabas de la cama y buscabas un papel, dispuesta a escribir ese lenguaje inventado, pero el chaval se echaba a llorar y tenías que calmarle, y dormirle… y el glíglico rondaba en mi mente, misterioso y lejano.
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Cortázar en Sevilla
RomanceUn fan ficción sobre un momento de la vida del escritor Julio Cortázar. Cortázar viaja a Sevilla, donde conoce a una mujer, la Maga. Una historia de amor y desamor en la España de la posguerra. *Obra registrada. No copiar.