Un buen trecho llevaban andado por la mal llamada carretera tío y sobrina, sin que se les oyera el metal de la voz, cuando ella, preciosa morena de diez y ocho años, colgándose con ambas manos de uno de los brazos del tío, dijo así, con tono zalamero:
—Oye, tío...
—¿Qué quieres, sobrina?
—Quisiera hablarte de una cosa...
—¡Pues habla! ¿Quién te lo impide?
—Es que... verás... es una cosa un poco seria... ¿Por qué pones esa cara de risa?... ¿Es que yo no te puedo hablar de cosas serias?
—Sí, chiquilla... ¿por qué no? Tus diez y ocho años no son muy a propósito que digamos para tener cosas serias de que tratar; pero valga, en cambio, que, a pesar de ser tan joven, eres muchacha de talento, y, por lo tanto... ¡quién sabe las cosas serias que se te pueden ocurrir en tus pocos años!
Y al mismo tiempo que así hablaba, Don Sebastián, que éste era el nombre del tío, miraba amorosamente a su sobrina, acariciándola las manos suavemente.
—Gracias, tío, por tus alabanzas.
—No hay de qué, Clotilde. En el corazón, sales a tu difunto padre, mi pobre hermano, que en gloria esté.
—Vamos, ¿quieres dejarte ya de floreos?
—Carácter alegre, sano juicio, gran bondad de corazón, tacto exquisito para tratar a las gentes...
—¿Me vas a dejar hablar? ¿sí o no?
—Habla todo lo que quieras; ya sabes que yo no hago más que todo lo que tú quieres.
—Todo lo que yo quiero, no; no seas embustero, tío. Si tú hicieras lo que yo quiero, no estarías siempre tan tristón; la tía y tú no estaríais siempre como estáis, en perpetuo desacuerdo; no pensaría el uno negro cuando el otro piensa blanco. ¿Qué mayor felicidad que estar en buena armonía y pensar del mismo modo que la persona con quien hemos de vivir siempre?
—¡Tienes razón, hija mía! ¿Qué mayor felicidad que la de ver pensar y sentir igual que nosotros a la persona que ha de vivir a nuestro lado toda la vida?
No pasó inadvertido para Clotilde el cambio de lugar de las personas en el mismo pensamiento; pero nada dijo.
Callaron un momento ambos interlocutores. El afable semblante de D. Sebastián, cuyo pelo y bigote entrecanos dejaban sospechar que su edad podría ser como de unos cuarenta años, pareció ensombrecerse ligeramente. Clotilde mirábale disimuladamente y pudo observar aquel pequeño cambio en el semblante de su tío.
La carretera, que en aquel lugar era casi calle, por tener bastantes edificaciones en ambos lados, hallábase en aquel momento bastante animada. Un tranvía eléctrico circulaba por el lado derecho, llenando de polvo a los peatones y poniendo en comunicación a Madrid con aquella barriada que, como todas las de la capital, era fea, sucia y polvorienta. En los solares donde aun no se habían edificado hotelitos, había campos de trigo y de cebada, segados ya y que ostentaban el amarillento rastrojo.
—Tú no eres feliz, tío; algo te falta para serlo, que yo no sé lo que es —dijo Clotilde adelantando un poco la cara para mirar a D. Sebastián.
—¿Por qué no he de serlo, chiquilla? Tenemos salud, tenemos un mediano pasar; tu tía... es buena...
—Sí; pero tú siempre estás pensativo, siempre con tus libros, con tu jardín...; casi nunca hablas, como no se te hable...
—Qué quieres: cada cual tiene su modo de ser... Pero no se trata ahora de mí. Volvamos al punto de partida de nuestra conversación; arranquemos del momento mismo en que decías que tenías que hablarme de...
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Lo que le faltaba al tío
Short StoryCuento corto 1913 de Guillermo Díaz-Caneja Portada: Autumn Bouquet. por Ilya Repin · 1892