El Primer Disparo

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Elal POV

Siento las gotas de agua helada recorrer mi piel desnuda. Miro hacia abajo sólo para encontrar un cuerpo musculoso pero muy maltratado por el paso del tiempo. Innumerable cantidad de marcas hornamentan su superficie. Muchas de Ellas tienen más de 100 años. La piel no está tan firme como en las épocas mozas, y un par de tatuajes oscurecen determinadas secciones en figuras bien definidas y significativas. Mi cuerpo... El único que tengo, está por caducar.

No puedo evitar pensar en mi pasado y no comprender qué soy en realidad. Soy un error de la ciencia que nunca debió haber existido, creado para quien sabe qué propósitos. ¿Que camino sinuoso es esta vida no? Si no hubiera uido junto a Porasi, Posiblemente estaría asediando las tierras que he jurado defender. Si no hubiera sido por haber tenido una compañera, ahora mismo estaría muriendo solo y perdido. Pero pensándolo desde un punto de vista más radical, quizás sea eso lo mejor.

Una pequeña lágrima se escapa al recordar a la única mujer de mi vida. De las cosas que pasamos juntos, nuestros hijos, nietos, y en adelante. En los deslices que tuvimos que superar para seguir adelante, todo lo que trabajamos para tener lo que tenemos, su mirada mutante y llena de vida, pues sus ojos rara vez conservaban un color por mucho tiempo ya sea por su estado de ánimo, cambios de tiempo o factores zomáticos. Recuerdo patente cuando Ella transitaba su primer embarazo. Fué algo nuevo para ambos en que, personalmente, aprendí a cuidarla, a respetarla de verdad, lo fuerte que puede ser una mujer cuando está en juego aquello que realmente ama. En este período, sus iris llevaban un color verde tan pero tan claro, que aún a mi vista entonces más aguda que ahora, era casi imperceptible. Con el miedo de que nos encontraran, más ahora con un primer niño en brazos, retomamos aquellos entrenamientos militares que fueron todo lo que conocíamos. Lo pulimos y perfeccionamos según nos era más eficaz tomando en cuenta el terreno y la condición física para aprovechar al máximo las facultades con las que fuimos dotados. Creciendo nuestro hijo y naciendo sus hermanos debimos enseñarles a defenderse, a cuidarse tanto solos como en familia. Transmitimos todo lo que hubimos aprendido y se convirtieron, básicamente, en prototipos de soldados. No teníamos opciones. Si nos atrapaban, no atrevo a pensar las barbaridades que les hubieran sucedido. Llegaron las guerrillas. Y con estas, el viento a nuestro favor. Quién hubiera dicho que la compasión hacia soldados atacados por un enemigo abrasivo e invisible, y descuidados por su propia cúpula nos daría la legitimidad sobre el terreno que ocupábamos hace tiempo, mejoras en nuestros equipamientos y métodos civicomilitares, el real conocimiento de los ideales fundantes de la Patria que nos alimentaba, y muchísima gente patriota dispuesta a entrenarse militarmente en defensa de lo que quería y creía. En desgracia o prosperidad, Porasi fué una excelente compañera. Dió amor cuando pudo hacerlo, fué dura cuando debió serlo, y luchó cuando la paz ya no era viable. El único reproche que corresponde dirigirle, refiere al hecho de ser demasiado perfeccionista al punto de perdonar difícilmente sus propios errores sin contar que sus esfuerzos no eran las únicas variables que afectarían los procesos en cuestión. Pero al tenerlas en cuenta, siempre encontraba una manera de atribuirse la culpa. Esto siempre me dolió. Pero al final lo superamos juntos. Justo como había prometido. Prometimos cuidarnos, amarnos y respetarnos, en la riqueza y pobreza, salud y enfermedad, hasta que la muerte nos separe. El pacto de palabra, alma y cuerpo hecho plegaria, a modo de un casamiento improvisado aquella madrugada se mantuvo vigente por 129 años, En los que cumplió con cada postulado hasta aquella mañana del 3 de Diciembre de 2014, cuando desperté con su cuerpo sin latidos en brazos. El que no tenía una sola curva más que la musculatura generada en tantos entrenamientos, que había traído al mundo a nuestros hijos, que tantas veces había cuidado de mi en las dolencias físicas que he padecido. Pero sólo faltaba un detalle... No estaba Ella allí. Estaba donde ahora está, quizás hallando la paz que jamás pudo tener aquí, descansando por fin teniéndolo merecido con creces luego de haber vivido al ritmo en que lo hizo, o, cuidándonos desde un lugar donde pueda hacerlo con mayor eficacia. Yo, por tanto, no puedo dejar de cumplir con Ello, aunque mi cónyuge no se encuentre en este plano. Ahora más que nunca, dispuesto a no desamparar aquello por lo que luchó, lucharé, y luchamos los dos.

No lo sabenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora