Charlas Tetracentenarias

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Cada cuatrocientos años se han de ver.

Uno con una dulce sonrisa y el otro con un matar en la mirada.

Ropajes verdes embarrados lleva uno; el otro, amarillos ensangrentados.

Ambos se miran, el aire se agita.

¡Hoy no me chamuscarás!grita con ímpetu el dulce y verde mirar.

No es lo que pretendo, de verdad— replica la roja y mortal mirada—. Todo lo que quiero es ayudar, mimar a tus verdes pastos, alimentar a tus dulces margaritas...

¡Iluminas demasiado! Tu ''amor'' no me da descanso, no me deja libertad. Todos añoramos un plácido soñar— exponía la verde mirada, en sus ropajes de barro, mostrando las heridas causadas, rojas, como su creador.

¿Ah, sí? El rojo resplandecía, brillante, mortal—. Si ésas son tus causas y ésos tus motivos, tengo una idea que te puede interesar...

Y, desde entonces, otra mirada se unió a ellos dos, blanca, nívea, fresca. Que, turnándose con el Sol para jugar con la Tierra, le dio a ésta descanso y libertad.

Blanco mirar, como la descarada Luna.

Verde mirar, como la plácida Tierra.

Rojo mirar, como el mortal Sol.

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