Agosto 03 2012

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Agosto 03 2012.

No puedo creer lo que hice esta madrugada. Me gustaría escudarme detrás del alcohol que había tomado la noche anterior y que por eso no sabía lo que hacía, pero por supuesto que lo sabía…

Ayer lo vi. Tenía una copa en la mano, se movía con una gracia casi felina entre todos los concurrentes. Habíamos coincidido algunas veces anteriores, pero desde la primera vez me gustó, pese a que jamás me pareció guapo.

Santiago es moreno, de estatura media, nariz aguileña y está rayando los 34 años. Su rostro en ocasiones era enmarcado por una barba que despertaba más el magnetismo sexual que experimentaba hacia él. Vestía en ese momento el uniforme de la agencia ya sin la corbata ni el saco; si no fuera porque estaba segura de haberlo visto antes quizá lo hubiera confundido con un mesero.

No recuerdo ni cómo fue que acabé platicando con él pero me daba cuenta de vez en cuando que me veía el escote o cuando iba por más bebidas era claro que sus pupilas se desviaban a mis piernas; las que después de las 3 de la mañana terminaron rodeando su espalda.

Estoy algo nervioso, susurró mientras sacaba unos condones de su cartera estando por fin a solas en la habitación del Motel. Su fingida vergüenza me enterneció y fue ahí donde me di cuenta de lo mucho que ansiaba ese momento desde que la noche comenzó.

Me acerqué a besarle el cuello para darle inicio al juego. Le arranqué, literalmente la playera Fruit of Loom que traía debajo de la camisa. Él me quitó el uniforme dejándome en ropa interior casi al instante. Como pude desabroché la ebilla del cinturón, él se desprendió por completo el pantalón y se quedó en su bóxer American Eagle. Apagué la luz.

Me quitó el sostén con agilidad, me acostó en la cama y se dejó caer sobre mí. Sentí su erección debajo de la tela. Se levantó un instante, estiró mis piernas. Fuera cachetero. Sin duda alguna, adiós bóxer. No preguntó nada, no dijo nada, entró. Era un concurso entre mis gemidos y el casi inaudible sonido del aire acondicionado de la habitación. Minutos después terminó fuera, porque para los dos los condones pasaron inadvertidos y seguían esperándonos sobre el buró de la habitación.

Se apresuró por un poco de papel higiénico y me limpió con ahínco. Sus ojos me miraron con auténtica timidez por vez primera en la noche, arrojó el papel al suelo y se dejó caer cansado a un lado mío.

-Eres divina- me dijo y me sonrió. Ambos estábamos boca abajo con la cabeza ladeada mirándonos entre nosotros. Contesté a su sonrisa, con otra sonrisa. 

El Diario de Ana Rebeca: Del desamor y otros demonios.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora