El Diario de Ana Rebeca: Del desamor y otros demonios.

En la penumbra no

-No creo que no te la hayas echado- Matías dejó su Heineken en la mesa que estaba en medio de su sala.

-Ya te dije que no.

-Discúlpame pero no te creo. En aquella fiesta…

-En aquella fiesta no hubo nada –lo interrumpí y le di otro sorbo a mi cerveza.

-No insistiré, pero tú sabes que estás mintiendo.

A Matías lo conozco desde la facultad, pero no estoy dispuesto a que esto se vuelva chisme.

-Yo sólo puedo decirte que...

Rebeca apenas me dejó abrir la puerta. Su ímpetu estaba muy desatado. Me quitó por completo la corbata, la camisa y todo, hasta dejarme en bóxer. Se empezó a desabotonar la blusa, se quitó la falda hasta quedar  completamente desnuda. La sangre me bombeaba por la erección al verla frente a mí sin complejo alguno, con toda seguridad, aún sabiendo que su cuerpo no es perfecto. Estiró su mano hasta el interruptor de luz, con toda la intención de apagarla, pero conseguí detenerla.

-En la penumbra no-le susurré y le retiré la mano del interruptor-. Me gusta ver lo que hago.

Ella dio un paso hacia mí, sentí la palma de su mano arriba del bóxer. Lo encontró. Entró en el bóxer. Su mano era tibia. Resbaló su boca por mi pecho hasta encontrarlo no sólo con su mano. La conocí entonces de esa manera, llena de energía, casi con rabia aumentaba la velocidad para luego tener un ritmo más lento. La piel se me erizó y absorto en el placer no pude hacer nada más que poner mi mano ligeramente sobre su cabeza. Rebeca se incorporó quedando exacto frente a mí. Maravillado por todo la empujé a la cama y la penetré con toda esa locura que me dejó impregnada.

-Yo sólo puedo decirte que… estás equivocado. No ha pasado nada –concluí mientras destapaba otra cerveza encantado por poder reproducir esa película en mi cabeza.

Matías me miró con recelo, para él era obvio que le estaba mintiendo, pero decidió cambiar de tema para terminar con la caja completa que tenía en la nevera.