El rincón de la desgracia

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Mientras intentaba ordenar mis ideas miraba aquel rincón de la habitación. Solo una escasa luz alumbraba ese reducido espacio. Ahí se encontraba algo que no se distinguía bien. ¿De verdad no se distinguía o era yo el que no lo quería ver? En ese momento no sabía si lo que estaba pasando, viendo, sintiendo, era real o no.

Pensé que pudo haber sido tan solo una simple y vana ilusión, una mala jugada de parte de mi retorcida imaginación. Pensé que de verdad no podía mantener los pies sobre la tierra, que por eso me encontraba en tan extraña situación.

Y con todo eso dentro de mi cabeza seguí observando aquel rincón, buscando una respuesta, pero al mismo tiempo negando cada destello de verdad que encontraba. Y es que, ¿cómo iba a poder asimilar aquello? Si no fuera por los testigos, hubiera tardado más en demostrarse la veracidad de los hechos.

La verdad estaba presente y tenía que aceptarla tarde que temprano.

―Tío, de verdad...

―Silencio ―contesté.

Un sobrino entrometido que siempre me visitaba en momentos inoportunos; sí, ese era Javier. Un adolescente que no sabía realmente lo que quería, consentido, que lo tenía todo en bandeja de plata. Él no conocía el significado de ganarse la vida y por ello no le tenía respeto a esta.

Y no, mi juicio no era para nada injustificado. Puede que nunca me hubiera caído del todo bien, pero mi molestia no venía de su persona, sino de lo sucedido en ese rincón de la habitación; algo ocasionado por Javier.

―Hermano, sé que estás molesto pero por favor, no vayas a hacer nada estúpido.

―¿De qué coño estás hablando? ¡Si fue tu hijo quien hizo esto! ―contesté a mi hermano.

Claro, mi hermano era quien le solapaba todo desde muy temprana edad, quien siempre le había dado los mejores juguetes, la mejor ropa, mejor comida, mejor de todo. Nunca le llamaba la atención, nunca la castigaba por algo que hiciera mal. Ese mi hermano, no sabía cómo educar a su hijo, no sabía cómo ser un verdadero padre.

Por esa misma razón su esposa lo había dejado desde hacía tiempo. Incluso puede que ese hecho fuera la gota que derramara el vaso, para convertirlo en un completo inútil; en alguien incapaz de desempeñar bien su papel.

―En serio, te lo compensaré ―dijo mi hermano.

―No puedes.

Ahí estaba otra vez ese rincón, tan molesto, tan desesperante. Lo que antes era desconcierto y tristeza ahora era rabia. Un sentimiento aberrante, inhumano, algo que me burbujeaba por dentro, queriendo salir, queriendo destruirlo todo. ¿O destruirme a mí? No, pues yo no tenía la culpa.

―Querido... ―dijo mi esposa con voz entrecortada― ¿Ahora qué haremos?

No contesté.

Oh sí. Hasta ese instante había olvidado el hecho de que mi esposa estaba presente también. Ella lo había visto todo, ese acto despreciable, el supuesto accidente, lo que mi sobrino idiota había provocado en ese rincón.

El maldito rincón oscuro y sangriento.

Tenía la esencia de la maldad pura, una energía oscura y extraña que inundaba el lugar. Ese rincón me tomaba del cuello y me asfixiaba, me molestaba. Se iba convirtiendo cada vez más rápido en una criatura devora voluntades, o al menos así lo veía.

Estaba claro que esa no era la realidad. Lo que los demás debían ver era una simple escena obscena, pero estática, sin vida. En cambio, a través de mis ojos ese lugar era una criatura y a la vez un portal que intentaba comunicarse conmigo. Lo hacía de formas que me hacían enloquecer y querer gritar, querer perder el control de la situación, querer hacer cosas que no debía hacer.

El rincón de la desgraciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora