Capitulo 12

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—Alyx..., aún está viva —susurró Nathan.

            ¿Viva? Se apartó rápidamente e intentó sin éxito encontrarle el pulso.

            —No...

            —Debemos llevarla a un hospital —prosiguió Nathan—. Apartémosla de aquí y llamemos a una ambulancia.

            —Es mejor no moverla —soltó Alyx, secándose tozudamente las lagrimas que no dejaban de deslizarse por sus mejillas.

            —No tiene heridas internas. El daño es distinto. Vamos.

            Nathan cogió el cuerpo de Amanda con facilidad y tras echar una última mirada al ángel muerto, se acercó a ella.

            —Alyx... Debemos irnos.

            Posiblemente aquello no era lo que iba a decir, pero no le importaba. La vida de Amanda era mucho más importante ahora.

            —Vamos —dijo Steve, rodeando su cintura con un brazo. Por algún motivo, ninguno parecía querer hablar sobre el ángel decapitado.

            La habitación del hospital era sombría y oscura. No había nadie en la cama contigua y el silencio se le antojaba aterrador. Los fantasmas de su cabeza la atormentaban impasibles y, por mucho que intentaba apartarlos, permanecían en su mente, proyectando una y otra vez el momento de la muerte del ángel, el instante en que ella le arrebató la vida. Alyx tenía la cabeza apoyada sobre la mano fría e inmóvil de Amanda y, aunque deseaba volver a llorar, sus ojos parecían haberse secado.

            —¿Algún cambio? —preguntó una enfermera.

            Se acercó a la cama sin esperar realmente una respuesta y comenzó a examinar el suero que estaba inyectado a su brazo y el oxígeno que le ayudaba a respirar. Anotó algo en un papel, y volvió a salir de la habitación sin mirarla.

            —Vamos, Amanda, por favor —susurró.

            Alyx se apartó de la cama y se apoyó en la pared, mirando sin ver las luces de los edificios cercanos al hospital. Tras sus ojos vidriosos parecían masas deformes llenas de colores inanimados. Cerró los ojos con fuerza y se deslizó por la pared hasta sentir el contacto frío del suelo. ¿No podría apartar nunca aquella imagen de terror en los ojos del ángel? Lo había matado, había matado a un ser herido que casi no podía moverse, lo había hecho sabiendo eso, dejándose llevar por la rabia.

Se había convertido en una asesina.

            —¿Llamaste a tus padres?

            Levantó la cabeza, sin acordarse del momento en que la había sepultado entre las rodillas y miró a Nathan asintiendo.

            —Dije que estaba en casa de una amiga... ¿Se pondrá bien? —preguntó con voz ronca.

            —No lo sabemos. Alyx —Se arrodilló a su lado y tomó sus manos entre las suyas—, ¿estás bien? No hablaré de ello si no quieres pero el ángel...

—Lo maté —dijo con voz temblorosa, sintiendo como las lágrimas volvían a agolparse en sus ojos—. Yo lo maté. No estoy muy segura de lo qué sucedió, pero le corté la cabeza con aquella espada...

Comenzó a llorar con fuerza y Nathan la abrazó sin decir nada, acariciando su cabello con una mano. Ya no importaba si aquello era real o no, daba igual si era una pesadilla y a la mañana se despertaría, dudaba que alguna vez pudiera desprenderse de ese olor a sangre que la rodeaba, de poder quitar de su mente la mirada de aquel que sabe que va a morir. Aunque, lo peor de todo aquello era que sabía que no estaba soñando, que posiblemente Amanda no despertaría nunca y que, día tras día, a lo largo de toda su vida, fuera corta o larga, debería vivir con el temor de encontrarse con uno de esos seres, o ver como iban asesinando a aquellas personas que el destino le había obligado a conocer.

Cazadores de ángelesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora