Reclutas, pt. 1
Se escuchó un sonoro portazo que retumbó por toda la casa, y, justo después, un silencio sepulcral cargó de tensión el ambiente. Sentada en un butacón, Anne Jaksen escuchaba las críticas de su marido – No deberías ser tan estricta con ella – le repitió por enésima vez. La mujer cruzó sus piernas y repiqueteó con sus uñas sobre el reposabrazos. Su paciencia tenía un límite. Un límite generalmente amplio, pero un límite al fin y al cabo. - ¿Sabes? Es posible que no sea la mejor madre del mundo, pero al menos lo intento. Heather necesita una figura de autoridad, y creo que has dejado bastante claro que tú no quieres ostentar el cargo. Michael frunció su ceño, dolido por lo que acababa de oír, no se esperaba un ataque así por su parte. Ni siquiera supo que responder. En el fondo ella tenía razón, le aterraba encararse con su hija, le daba miedo que terminase tratándole como a un desconocido por querer controlar demasiado su vida.
Encerrada en su cuarto la joven de cabellos cobrizos escuchaba a sus padres discutir en la sala. No alcanzaba a escuchar qué era exactamente lo que estaban diciendo, pero el tono utilizado por ambos los delataba del mismo modo que un bolsillo abultado delata al ladrón. -Que se jodan – pensó. A ellos le importaba una mierda su opinión. Querían cambiarse de país, dejarlo todo por sus estúpidos sueños egoístas. Tirada sobre su cama encendió su portátil y rezó por que su mejor amigo estuviese conectado – vamos Panz... -estaba impaciente, solía recurrir a él para desahogarse cuando tenía problemas. Mientras esperaba a que el sistema operativo arrancara se hizo una coleta alta con la goma que solía llevar siempre atada a su muñeca, le gustaba estar cómoda. Tecleó su contraseña y se apresuró a entrar en el Kaims Online, un cliente de mensajería poco conocido debido a su complejidad , pero bastante útil si sabías como utilizarlo. Lo primero que hizo antes de nada fue asegurar aquella comunicación. No tardó demasiado en lograrlo porque ya estaba acostumbrada a juguetear con asuntos de privacidad. Le dio a un botón y a los pocos segundos en su pantalla apareció la cara de Panz.
Las marcadas ojeras bajo sus ojos le hacían saber a Heather que su amigo llevaba más tiempo del saludable sentado frente a su ordenador. Se disponía a contarle todo lo sucedido, pero al parecer no era la única que estaba deseando hablar. Sonriente, el muchacho le enseñó una tarjetita en la que podía leerse “Across the stars” justo al lado de su foto. Se quedó boquiabierta -...¿te lo han dado? ¿en serio? - apenas podía creerse que él hubiese logrado entrar al programa - ¿qué pasa con el acuerdo de privacidad? ¿no se supone que no se lo puedes contar a nadie? -él rodó los ojos- tú misma lo has dicho, se supone – le respondió con picardía, dejando entrever que era la única con la que había compartido la noticia.
Se lo pensó mejor y decidió no comentar nada sobre la mudanza. Se le veía tan ilusionado que no se perdonaría a sí misma fastidiarle un día como aquel, además, todavía faltaban un par de semanas para irse según le había dicho su madre. Ya no escuchaba gritos, por lo que supuso que sus padres habrían dejado de discutir. Soltó un suspiro y volvió a centrar su atención en Panz. La tecnología en el año 2814 había avanzado innegablemente, pero aquello iba mucho más allá de lo que ellos conocían. -¿crees que descubrirás algo? - tenía curiosidad por saber su opinión. Únicamente las mentes más brillantes lograban entrar a formar parte del proyecto ACS. Cada año reclutaban a los mejores físicos de su promoción y les ofrecían un empleo estable. -No lo se, Heather, todavía no me han dicho nada, pero espero que sí...¿te imaginas? Charles Panzens, inventor del teletransporte – soltó una risilla nerviosa. Estaba a punto de responderle, pero bajó con rapidez la tapa de su portátil al escuchar el sonido de unos pasos aproximándose a la puerta.