Se siguió tratando el tema después de eso, pero no había mucho que decir. Algunos culparon a los sumideros por lo que pasó en la playa, mientras que otros argumentaban contra esta teoría desde la seguridad de su estudio. Pero ya no tenía sentido escucharlos. Más fácil era asomarse por la ventana. Las calles estaban desoladas. Todos temían ir afuera y se quedaban adentro de sus hogares. Los caminos y el pavimento eran absorbidos por grama y tierra. Señales de tránsito y semáforos siendo consumidos por las plantas. Casas también.
Algunos trataron de huir, saltando de techo en techo, buscando por terrenos más altos; los rascacielos se habían convertido en refugios para la mayoría. He hecho tan solo un viaje por los tejados, un intento por conseguir provisiones de una tienda cercana, pero hacía mucho que había sido saqueada. Ya teníamos presente toda la evidencia necesaria para saber qué tan mala era la situación. Es fácil estar en negación frente a algo como… lo que sea que esto fuera hasta que en realidad comienza a afectarte. Cuando regresé a mi casa, noté algo. Mi auto se había ido. Bueno, casi. Se podía ver el techo del vehículo asomándose sobre la tierra. Aunque no solo mi auto, todos en la ciudad. Los más grandes todavía resaltaban, solo parcialmente dentro y siempre consumiéndose de igual manera.
En cuestión de unos pocos días, todo en mi primer piso se había hundido. Me las ingenié para bloquear las ventanas y puertas y que así no reventaran por la presión de toda esa tierra, pero no era más que una celda ahora. Un mausoleo. No un lugar donde quisiera estar. Pasé la mayor parte del tiempo en la alcoba de la segunda planta con la mirada puesta sobre el hostil mundo de afuera.