Capítulo 1: UN HOMBRE HUMANITARIO

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Nos hallamos en la casa de una familia acomodada. Esta familia habita una posesión del estado de Kentucky.

Una tarde del mes de febrero, a mediados del siglo pasado, se hallaba sentado en el comedor su dueño, el señor Shelby, persona agradable y distinguida. Enfrente de él estaba otro señor de aspecto completamente opuesto al de dueño de casa. En efecto, era un hombre bajo, regordete y con las facciones muy ordinarias. Se adivinaba en él al hombre inculto y grosero, aunque bastante rico. Iba vestido con ostentación y lleno de anillos de oro y piedras preciosas. En el chaleco también llevaba una gruesa cadena de oro con dijes de brillantes.

Al parecer, discutían acaloradamente alguna cuestión de gran importancia.

-El asunto puede arreglarse como le propongo -dijo el señor Shelby.

-Lo siento, pero no me convienen esas condiciones -respondió el otro.

-Le aseguro, Haley, que Tom es el mejor esclavo que tengo y que vale eso y más -añadió el señor Shelby -. Es muy trabajador y muy honrado.

-¡Bah!¡Cualquiera se fía de la honradez de un negro! -exclamó el llamado Haley.

-Por Tom soy capaz de poner las manos en el fuego -continuó el señor Shelby -. Es muy bueno y excelente cristiano. Se bautizó hace cuatro años y desde entonces jamás falta a la verdad ni bebe ni comete ninguna falta. Lleva mi casa y mi hacienda de manera admirable. Bien puedo asegurarle que, a no ser por la extrema necesidad en que me veo, no me desprendería de él por nada del mundo.

-Quizá tenga razón, pero este año los negocios marchan mal. La venta de negros tiene muchas quiebras. Así que si quiere que cerremos el trato tiene que darme algún otro esclavo o esclava. Aunque sea un muchacho.

-Me es imposible -aseguró el señor Shelby -; todos los que tengo loa necesito. Y vuelvo a repetirle que sólo obligado por las circunstancias, tan desfavorables para mis negocios, me he decidido a vender a Tom.

En ese momento se abrió la puerta y entró, con aire desenfadado, un mulatito como de cuatro o cinco años. El chico era precioso; tenía los ojos negrísimos y espesas pestañas, que resaltaban en el moreno claro de su piel. La nariz, respingona, le daba un aire de graciosa picardía, y la boca reía con espontaneidad.

El señor Shelby sonrió al verlo y le tiró un racimo de uvas, diciéndole:

-¡Hola, pequeño! Toma estas uvas.
El negrito tomó el racimo en el aire, dando un salto.

-Ven aquí -agregó entonces el señor Shelby -. Quiero que cantes y bailes delante de este señor, para que te vea.

Enseguida el negrito comenzó a cantar y a bailar de manera exagerada y grotesca.

-¡Muy bien! -exclamó Haley, al tiempo que le daba una naranja.

-Ahora, Harry, imita al tío Cudjoe cuando está con el reuma -volvió a pedirle a su amo.

Y el mulatito torció las piernas, encorvó el cuerpo y, apoyándose en el bastón del señor Shelby, comenzó a caminar arrastrando los pies, quejándose y escupiendo igual que un viejo.

Los dos señores se reían de buena gana al ver la gracias del chico.

-Mire, Shelby -dijo entonces Haley -. Ya veo la forma de arreglar nuestro trato. Déme, además de Tom, a este chico, y negocio terminado.

Como atraída por estas palabras entró en la habitación una mulata de unos veinticinco años. En cuanto se la miraba se comprendía que era la madre del niño, pues el parecido era notable. Tenía los mismos ojos negrísimos y bordeados de lindas pestañas, los mismos rizos en el cabello sedoso y brillante. Era muy hermosa. Su cutis era fino, de un tono dorado. Su figura, esbeltísima. Sus manos y pies, breves y finos.

La Cabaña del Tío Tom (Harriet Beecher Stowe)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora