La cabaña del tío Tom se hallaba situada al lado de la "casa", que es como llaman los negros a la residencia de sus amos. Toda la fachada de la cabaña estaba cubierta por las flores de un rosal trepador. Delante tenía un bonito jardín primorosamente cuidado.
La esposa del tío Tom era la tía Clotilde, principal cocinera de los señores Shelby.
Aquella noche, como todas, una vez que sirvió la comida de sus amos, marchó a la cabaña para dar de cenar a su marido y a sus tres hijos. Se encontró con la agradable sorpresa de que en su cabaña, estaba el señorito Jorge, hijo de sus amos.Se hallaba ocupado en la delicada tarea de enseñar a escribir al tío Tom, labor que hacía con gran cariño.
En atención al huésped de honor que tenía en su casa, la tía Clotilde se dispuso a mejorar la cena, haciendo un pastel delicioso y algunas frituras especiales. Todo era poco para agasajar al señorito.
Toda la cabaña estaba limpia y reluciente. En un rincón, dos negritos de seis y ocho años se esforzaban por enseñar a caminar a su hermanita menor.
Junto a la mesa estaba sentado el tío Tom. Como es el protagonista de nuestra historia, vamos a describirlo.
Era un negro grande, musculoso, cuyo rostro de piel brillante y rasgos puramente africanos demostraba una gran bondad y un espíritu despierto. Siempre tenía un ademán respetuoso, sencillo y humilde.
El niño Jorge, que se hallaba sentado junto a él, era un muchacho simpático e inteligente, de trece años.
El tío Tom copiaba, con sumo cuidado y no poco trabajo, las letras que le había puesto Jorge de modelo en una pizarra.
-Pero así no es, tío Tom -le decía Jorge al ver que hacía mal una "g" -. Eso que haces es una "q"...
-¡Ay, es verdad! -exclamó el negro -. ¿Cómo debo hacerlo?
Y Jorge comenzó con gran rapidez a trazar "g", para enseñarle a su discípulo.
-¡Con que facilidad hacen las cosas los blancos! -exclamó la tía Clotilde, mirando con entusismo a Jorge.
Éste, al oír la voz de la cocinera, le dijo:
-Pero tía Cloe, estoy muerto de hambre, ¿cuándo vas a terminar ese pastel?
La mujer, sonriendo, levantó la tapa de una cazuela en la que había un pastel tan apetitoso que el mejor pastelero se sentiría orgulloso de haberlo hecho.
-Enseguidita va a estar, niño Jorge -le dijo -. Sólo le falta dorarse un poquito más. Entretanto, pueden ir comiendo las frituras que preparé... ¡Vamos, despejen la mesa!
De inmediato Jorge y el tío quitaron los materiales de escritura. La tía Clotilde tendió un mantel blanco, puso los platos y cubiertos y en un momento tuvo todo listo. Entonces colocó sobre la mesa la fuente llena de apetitosas frituras, que el niño Jorge comió con gran gusto. Cuando terminó, el tío Tom y su mujer comieron a su vez, mientras los negritos miraban con visible apetito.
Después llegó el turno del pastel. El niño Jorge comió una buena porción.
-Esta riquísimo, tía Cloe -dijo satisfecho -. Realmente eres una gran cocinera.
-Ya sabes que todos dicen soy la mejor del lugar -contestó muy oronda la esclava, convencida de que no había quien cocinara mejor que ella.
-Querían que me quedara a cenar en casa -continuó Jorge -, pero yo dije que prefería venir a casa con ustedes.
-Ya sabes que la tía Cloe siempre te hace algo que te gusta, ¿eh, querido? -le dijo con cariño a la cocinera.
Cuando Jorge terminó de comer se volvió a los hijos del tío Tom y les dijo:
-Ahora les toca a ustedes. Les dejé una buena ración. Y además su madre les hará algunas frituras...
Los dos chicos mayores comenzaron a comer con gran apetito, mientras la madre le daba a Mariquita,la pequeña, un plato de sopa.
Como los hijos gritaban y alborotaban, dijo la madre:
-¿Ha visto, niño Jorge, qué chicos más traviesos? ¡No se puede con ellos! -Y al decir esto sonreía como si le causara gran satisfacción qué sus hijos fueran revoltosos.
En seguida la tía Cloe levantó los platos, lavó y arregló un poco a la nena y la puso sobre las rodillas del padre. El tío Tom, le dio un par de besos y comenzó a hacerla saltar y brincar, lo que le causaba evidente alegría a la negrita. Entretanto, los dos mayores jugaban y corrían a más y mejor.
Al fin el niño Jorge, que se encontraba muy a gusto en la cabaña del tío Tom, decidió marcharse.
-Hasta mañana -dijo -. Y a ver cuándo me preparas unos pastelitos de fruta, que ya sabes que me gustan mucho, tía Cloe.
-Descuida, que pronto te los haré. Yo te avisaré el día que los prepare.
La cocinera acostó a sus hijos y, en compañia de su esposo, se puso a rezar y a entonar salmos, dando gracias a Dios por los beneficios que le dispensaba; el principal de ellos era tener unos amos tan buenos y caritativos como los señores Shelby.
Mientras estas escenas ocurrían en la cabaña de Tom, otra muy diferente se desarrollaba en el despacho de su amo. Éste se encontraba hablando otra vez con Haley. Delante de ambos había varios papeles y documentos que acababan de firmar.
Haley los tomó, los releyó y los guardó en una abultada cartera. A su vez sacó un papel bastante arrugado y se lo dio al señor Shelby, diciéndole:
-¡Ahí tiene su pagaré, y ya está el negocio concluido!
El señor Shelby lo tomó con mano temblorosa y confirmó:
-Sí. ¡Ya hemos terminado!
-Parece que usted no esta muy satisfecho.
-Sepa que todo lo que he hecho ha sido contra mi voluntad y obligado por las circunstancias. Sólo quiero recordarle que me ha prometido no vender a Tom más que a personas de reconocida bondad -terminó el señor Shelby.
-Desde luego, siempre que las circunstancias no me obliguen a otra cosa. Procuraré colocar bien a Tom. Y mientras esté en mis manos, tenga la seguridad de que estará muy bien tratado, pues ya sabe que, gracias a Dios, tengo un corazón de oro -aseguró Haley.
Muy satisfecho del negocio que acababa de hacer, el tratante de negros saludó y salió.
ESTÁS LEYENDO
La Cabaña del Tío Tom (Harriet Beecher Stowe)
KlasikEn los Estados Unidos, a mediados del siglo pasado, en la época esclavista, una familia sureña se ve obligada a vender a dos de sus esclavos: el viejo Tom, trabajador y honrado, y el pequeño Harry, hijo de una joven mulata también esclava de la casa...