Mi vuelta

29 4 1
                                    

Aunque me sacaste de ese infierno,
jamás sacaras el infierno de mí

Era el regreso después de la guerra. Todo era felicidad, condecoraciones, celebraciones, reencuentros, gritos, vítores, abrazos fraternales, lágrimas de felicidad. Todo era demostración del "fervor patriótico" que había por volver a salvo y mantener al país seguro de invasiones. ¡Puras mentiras!

Lo que realmente se celebraba era el simple hecho de venir caminando y no sobre una camilla o dentro de un ataúd. Eso era la guerra: ir al combate sin saber la realidad y cuando la ves con tus propios ojos deseas nunca haberla conocido. Esa era mi realidad, pero lloraba porque aún no me creía que hubiera regresado, con mi familia y amigos; por eso lloraba. ¿Acaso conoces la dicha de regresar a tu hogar después de días, meses, durante los cuales solo implorabas que tu tortura terminara? ¿Acaso has sentido el peso de la muerte sobre tus hombros lo suficiente como para ver a tus compañeros suicidarse por el hecho de no soportar arrebatar una vida?
Pues yo si las conocía y por ese conocimiento daba gracias a Dios por regresar a mi hogar y no tener que volver a aquel tormento nunca más.

Llegué al cuartel de mi país y comenzaron con mi chequeo, mi informe y mi juramento para no revelar la información confidencial que se me suministro durante la guerra. ¡Puras mentiras! Ellos al igual que yo sabían que si osaba a tan solo decir el nombre de cualquier operación, no importa cual, me asesinarían; o tal vez era una considerable exageración de mi parte. Solo que la experiencia que tuve me hizo ver la peor de las situaciones. ¿Me había vuelto un paranoico, como a muchos les pasaba después de una estadía como la mía? ¡No!, simplemente me volví más observador: podía ver los caracteres más irrelevantes de algún lugar, lugares donde alguien se podía poner a posta para disparar, pero nunca como un demente, solo los veía y perdía el interés al instante, ni tampoco que empezara a dormir con un arma bajo la almohada. Pero esas son solo trivialidades sin importancia.

Salí y tome un taxi, pues mi familia desconocia de mi regreso. En el camino vi lo que defendí en la guerra: empresas, emporios de comida rápida, compañías con algún interés político, ¡tonterías! Pero nada de eso me importaba, no había arriesgado mi vida por ellas, lo había hecho pensando en el futuro, el de mis hijos, el de mi esposa y el mío, junto a ellos.

El taxista se detiene. Bajo del auto y comienzo a caminar lentamente hacia la puerta, tratando de ver todos los cambios hechos en mi ausencia: el jardín sin podar, debería hacerlo después; las paredes de la casa pintadas de nuevos colores, distintas tonalidades de crema; luego debería hablar con ella para cambiarlo. Me pare frente a la puerta pensando en que le diría al verla: ¿hola?, ¿qué tal?, ¿cuánto tiempo? Ninguna se adecuaba a lo que quería expresar. Me deshice de esas ideas y me paré en alto frente a la puerta y toqué.

Mi esposa abrió la puerta y al verme se quedó perpleja, llevó sus manos hacia su boca y una lágrima se le escurrió por la comisura de sus ojos. Solté mis maletas y la abrace. La sostuve entre mis brazos mientras ella posaba su cara en mi hombro mientras sollozaba.

-Creí que no volverías.

-Descuida, ya estoy aquí y no me volveré a ir.

Entramos a la casa. Mateo se me quedó mirando. No me reconocía; algo dentro de mí se sentía triste por este hecho. Ahora entendía que el tiempo en que me ausente algo me deje, pero Nicolle, mi pequeña, aunque ya tenía 12 años al verme se me acercó corriendo gritando: ¡papá! Me arrodillé en busca de sus brazos y la alcé mientras gritaba de alegría. Di una vuelta sobre mí y la deje en el suelo al tiempo en que ella me daba un beso en la mejilla.

-Te quiero, papa, no te vuelvas a ir.

Esas palabras me llegaron al corazón. Me daba cuenta de lo triste que debió sentirse sin mí. Sin alguien con quien jugar, aunque haya tenido para eso a su madre. Me alegraba de que no fuera ella quien hubiera visto todo eso y yo no. Sentí que alguien jalaba de mi faena y dejé de mirar a mi hija para posar mis ojos en quien buscaba mi atención, era Mateo, mi pequeño, el único que cuando me fui apenas sabia caminar. Estiro su mano en la cual se hallaba una hoja de papel doblada por la mitad, gentilmente la tome mientras con tono juguetón preguntaba.

- ¿Y esto, qué es?

Lo abrí y en él se hallaba un dibujo de un hombre con algo parecido a un arma en sus manos disparando a otras personas y un tanque en el fondo de la imagen. Mire desconcertado a mi hijo para preguntarle el significado del dibujo, pero al volver mi mirada hacia el vi que tenía una sonrisa gentil e inocente en su rostro.

-Papá, cuando crezca quiero ser soldado como tú.

En el momento en que esas palabras salieron de sus pequeños labios, una gran tristeza y horror me inundó. Recordé lo que pasé en aquel lugar, en la guerra. Todo lo que sufrí, a los amigos que perdí y las vidas que arrebate.

Lo tomé de los hombros. Una lágrima se me escurría de la mejilla y con una voz de burla, la cual no sabía de dónde provenía le dije:

-Sabes que, mejor buscamos algo más adecuado para ti, ¿qué tal el dibujo?

El solo respondió con una sonrisa a lo que le dije y me respondió:

- ¡Sí, papá!

Yo estaba tranquilo, mi hijo estaría a salvo.

Sentimientos de un soldadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora