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Un intenso deseo de ser alguien más, se ha vuelto común en mis días

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Un intenso deseo de ser alguien más, se ha vuelto común en mis días.

A decir verdad, no me extraña que sea de esa manera. Si alguien llega a dudar de mi afirmación, solo puedo aconsejarle que venga —de lunes a viernes— a la calle número siete, justo en la avenida Pléyades. Si tal persona tiene suerte, podrá dedicar una reverencia en honor a la hoja en blanco que soy.

Bien, ofrezco disculpas. No es apropiado para un príncipe como yo, dirigirse a su pueblo con arrogancia. Eso dista mucho de mí. Es solo que, en ocasiones, desconozco quién soy, o a dónde voy en esta vida. Lo irónico del asunto, es que en el reino todos están convencidos de cuál es mi camino, y de quién debo ser. Siempre ha sido así, incluso, desde que solté mis primeros sollozos, en aquella cuna de oro que nunca pedí.

Admito que pasar mis horas en una habitación —también forjada con oro— no es desagradable, solo me resulta innecesario. Eso según el periódico de mis sentimientos. El que tiene un solo lector: yo mismo. Dicho periódico —cortesía de mi corazón— es lo único a lo que puedo creerle. Los demás, solo informan al reino aquello que consideran apto para la realidad que vivo. En cambio, yo quisiera informar que, en mí, se esconden tantas posibilidades de brillar.

Aun así, llevo diecisiete años dentro de la realeza, en la cual, he seguido protocolos tan frágiles como el cristal. Quisiera que algún día, esos mandatos se rompan, pero nadie debe saberlo, a excepción de mí: Cean Dawers, príncipe de Áfirum.

Cada día, cargo una responsabilidad que crecerá por completo mañana, durante mi coronación, simultánea a mi boda con una princesa triste. Hablando de ella, recién llama a la puerta de mi recámara. Yo debí estar listo hace media hora, pues hoy tenemos un compromiso que atender en el pueblo.

—¡Cean! ¡Te haré añicos si tardas un minuto más!

Sí, ella es mi tan serena y futura esposa, o, mejor dicho, la única a quien puedo llamar amiga. Porque eso es. Solo existen lazos de amistad entre nosotros. Lo demás, es mera imposición. ¿Cómo no? Ambos seremos coronados mañana por la tarde. Todos en Áfirum esperan con ansias nuestro casamiento, en el que habrá cientos de cámaras, pero, hay algo que estas no podrán captar: dos corazones inconformes.

Resulta que nosotros no deseamos casarnos. Mucho menos, continuar llevando una vida repleta de etiquetas y protocolos, los cuales siempre empezarán desde nuestro abrir de ojos en la mañana, hasta el último beso fingido por la noche.

Pero... ¿Qué podemos hacer? Alia es solo una princesa, bellísima, por cierto, pero de semblante taciturno. Su destino impuesto, es encontrar a un príncipe. En cuanto al azar que la vida dictó para mí, solo debo aburrirme poniendo mi trasero en un trono.

Estamos solos en esto. Qué lamentable que nadie —ni por un segundo— se percate de lo que en verdad queremos. Porque —si de eso se trata—, nos falta todo un mapa a seguir. Y no sé qué es peor: carecer de metas en la vida, o soñarlas en grande, sin hacer absolutamente nada.

El Príncipe MorphoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora