Hogar

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Otro día en la calle.
El clima cada vez empeoraba más y mi pequeño refugio se iba deteriorando conforme los días pasaban. Las personas atareadas, yendo de aquí para allá, metidos en sus grandes cabezas llenas de pensamientos indescifrables, sin prestar atención al mundo que los rodea. Nunca nadie se fijaba en mi, está bien que era pequeño y el oscuro pelaje que invadía mi cuerpo se camuflaba con el lugar donde residía actualmente, pero siempre traté de llamar la atención haciendo agudos sonidos lastimeros, y es que, ¿Que otra opción me quedaba? Estaba indefenso contra la gran y misteriosa tierra en la que vivía.

Pequeñas gotas comenzaban a caer desde lo más alto, chocando con fuerza en las marrones hojas de los árboles que adornaban el suelo y deshaciendo por completo la cajita de cartón que me acompañaba desde que tengo memoria. Mi sucio pelaje negro se empapó y mi situación no podía empeorar más.

Caminé por la húmeda calle entre las altas personas que seguían sin percatarse de mi pequeña existencia y traté de llamarles la atención, pero cuando me veían aquellos seres no hacían más que decir cosas como "Pobre gatito". No necesitaba que me tuvieran pena, necesito un hogar o posiblemente mi organismo dejaría de funcionar por la falta de alimentación y cuidado.
Paso tras paso la lluvia se hacía más fuerte y la gente desaparecía para entrar en las acogedoras casas.

Logré ver a una chica parada frente al ventanal de un negocio y me dirigí hacia ella, sentándome a su lado. Era uno de esos negocios en donde las personas entran y se llevan animales para que les hagan compañía. Mis esperanzas volvieron a renacer.
Comencé a refregarme entre las piernas de la muchacha y a maullar para lograr que me viera, con algo de suerte me acogería y me daría un hogar. Seguía tan metido en mi trabajo que no me di cuenta que me vio, sino hasta que sentí unas cálidas manos tomarme por debajo de mis patas delanteras y alzarme para así quedar a su altura. Me miró a los ojos con una sonrisa sin más comenzó a caminar por las, ahora, desoladas calles, haciendo a las hojas crujir bajo las pisadas de sus botas negras.

~Años después~

—¡Mizu! Ven a comer pequeño —Oí como mi adorable dueña me llamaba.

Mientras daba pequeños pasos por la casa para llegar a la cocina pensé en que debía ser un gato muy afortunado. Ya llevaba dos semanas con , mi dueña, y ella resultó ser una persona maravillosa. En este poco tiempo me alimentó, me curó y me mimó como nadie antes lo había hecho.
Así aprendí que por muy mal que esté la situación nunca hay que darse por vencido, porque tarde o temprano lo bueno va a llegar.

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