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Abril Mendoza

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No sabía qué edad tenia, tampoco había acumulado el valor para observar su rostro detenidamente. Era de predecirse, siempre he tenido miedo a las miradas, a las personas. No había podido detallar más que lo simple, la vestimenta, el cabello, el color de piel. Encajaba en el patrón, de eso estaba segura. Probablemente no había de tener más de 18, parecía rondar entre los 15 y esta edad. Las personas menores son presa fácil, dicen, y también dicen barbaridades de las mayores que lo intentan. Hay quien, o unos muchos quienes, que dicen que las apariencias engañan, es el himno de los que acostumbran a meter la pata, pero yo estaba dispuesta a engañarme por unos minutos de satisfacción.

El día a día es trivial, siempre nos topamos con personas en la calle de las que no sabemos absolutamente nada, su historia, lo que los trajo aquí, lo que hizo que se cruzaran en nuestro camino. El hilo rojo que nosotros mismos vamos tejiendo, pero que por alguna razón, cuando ellos tejieron el suyo ha coincidido con el nuestro. Pero lo cierto es que la duda va a seguir vigente, que nunca sabremos realmente bajo que circunstancias esa persona ha escogido sentarse a nuestro lado. Indudablemente nadie en su sano juicio se atreve a hacer este tipo de preguntas a un extraño, y esto se justifica, se excusa, en las infinidades de cosas que podrían llegarse a imaginar. Las personas son creativas, hechas las locas, tienen unas mentes bochornosas, y el prejuicio siempre está presente. Sin embargo, eso era justamente lo que daba tantas vueltas en mi mente, eso que era lo peor que se podía imaginar, eso que da vergüenza a veces imaginarse que puede estar pensando el otro, eso que pasa de primero en la mente de las personas, pero de último por sus lenguas. Ese algo que resultaría alocado, sádico, morboso, imprudente y claramente muy poco ético.

Las personas son entrépitas sin duda, en cualquier momento se le ocurriría curiosear lo que me encontraba escribiendo, la gente es así, salida, les fascina meter sus narices en donde no los llaman. Las personas que hacemos cosas extrañas siempre solemos llamar la atención, cosas insólitas como hacer collages en la cola del bus, danzar en la calle sin musica, usar el cuerpo propio como instrumento de percusión, esquivar los postes en zigzag mientras se va recorriendo la calle, cosas que otros calificarían como "pasar pena"; o cosas no tan insólitas como dibujar o leer un libro en el metro. Sin embargo siempre hay quien quiere averiguar qué estás leyendo, quizá por las mismas razones que motivaron estas letras; Pero no, este no fue el caso, porque suele ocurrir que cuando más queremos algo, un algo que por lógica, por ley, porque es común, debería ocurrir, no ocurre. Es como las leyes del mundo queriendo dejarte mal contigo mismo, dejarte en ansiedad, burlarse de ti. Esas cosas que uno añora, esas fantasías utópicas, solo ocurre en las novelas, en los libros, en la mente de algún soñador frustrado, en textos como este.

No podía simplemente preguntárselo, pedírselo, no era algo que se solía hacer en las calles comúnmente, y menos, con extraños. No estaba entre los patrones de conducta, no era tradición, cultura, paradigma, y estaba mal visto desde el punto de vista de la iglesia católica, la cristiana, la cultura musulmana, las escuelas, las familias, algunas amigas, mis padres, etc etc etc. Quizá hasta era delito y no lo sabía.

Seguro alguien ya lo había hecho antes, se han escuchado casos, pero rumores son rumores. En cambio, el grupo social de mi primo, por ejemplo, en ellos esta actitud hubiese sido normal, algo sencillo, tan fácil como respirar, quitarle un dulce a un niño al cuál su putísima madre lo ha dejado solo para ir a sacarle plata a un viejo, o como para el grupo de mi primo, perder la virginidad. No era algo de otro mundo; y en cualquiera de ellos, hubiese salido con éxito, sin pensarlo ni una vez, pues tienen en ellos la confianza suficiente como para hacer este tipo de cosas, saben generar en los demás este tipo de emociones y salirse con la suya, no viven por nada más que por el deseo, este es su religión, y el kamasutra, su biblia, y yo, yo me estaba dejando envolver en ese mundo, me estaba enfermando, estaba teniendo sed y era porque sabia que no tenia el valor de saciarla, de romper las reglas, de hacer algo sin antes tener la guerra avisada, y estuviese escrito en el destino, comprobado por la ciencia, que saldría con éxito. Yo no era ese tipo de personas, no podía entrar en duda el miedo que tenía, me asustaba el tipo de persona con la que me pudiese estar enfrentando, lo que podía pasar después. El compromiso en el que me metería en caso tal de que le gustase, el querer ir más allá conmigo, pedirme el número, seguirme hasta la universidad, preguntarme la dirección, ir a visitarme, decirle a todos sus amigos, querer ser mi novio y encasillarme luego del rechazo, en la imagen de microondas; la vergüenza que pasaría en caso tal de que comenzara a pegar gritos, le incomodara, se molestara, se alejara o no dejara que lo hiciera.

No me lo pregunté más, sabía que eso solo me iba a ocasionar más dudas, más consecuencias, más posibles errores, y me iba a hacer retroceder. Aguanté la respiración. Ya el tiempo se estaba acabando y la oportunidad se me iba a ir de las manos, se acortaba el camino, y el tiempo no esperaría por mí. Eleve la mirada, sudorosa y temblorosa, y vacié mi mente por completo, porque para hacer este tipo de cosas hay que estar así, sin filosofía loca, sin dudas, sin ideas, sin cerebro, solo corazón, o genitales quizá. Solo me deje llevar por el impulso, el deseo, así tal cual ellos lo hacían a cada instante entre ellos sin remordimiento alguno. Mi respiración se agitó, los latidos de mi corazón iban cada vez más veloces y sentía como que me quedaba sin aire. Giré mi cabeza hacia la izquierda esperando a que él volteara hacia mi, y como era de esperarse, después de un tiempo determinado, una mirada se vuelve poco común, y uno suele querer averiguar que está pasando con estos ojos que no se despegan de ti. La mente actúa rápido, quizá le di la oportunidad de imaginarse quién sabe qué, cosas como que alguna duda tendría yo, claro está, no relacionada con su vida personal, ni el por qué la genética había estado tan a favor de sus fenotípicas características; quizá pensó que le hablaría del clima, o que le diría que me voy a bajar, que me dé un permiso. Un bríndame un cafesito al menos cualquiera. Pues no, cualquier cosa que él pudiera imaginarse no era ni similar a lo que podría estar ocurriendo realmente. Tenía la certeza de que era tanto o más atrayente de lo que yo pudiera imaginarme con lo poco que me había atrevido a observar previamente. Traté de que fuese rápido, esperando cualquier cosa, o mejor, no esperando nada. Ubiqué sus labios, cerré los ojos y cometí el pecado. O al menos eso me hubiese gustado que pasara.

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