Recientemente, había llegado al convento otra mujer encadenada custodiada por soldados; que como las demás que habían llegado otras veces, vestía con harapos. Le ataron en un poste, en el patio del convento.
La mujer tenía un aspecto desmedrado; claramente, se podía ver la huella en su cuerpo de haber pasado varias jornadas sin brindarle ni comida, ni bebida. Los huesos ya comenzaban a marcarse en su piel aceitunada.
De los ropajes coloridos que pudo haber llevado algún día, solamente quedaba un vestido de color rojizo, descolorido y ajado por su maltrato. Sus pies, igual de maltratados que sus vestiduras, tenían heridas, pues caminó despojada de sus zapatos por varias millas.
El Sol se posó tres veces sobre el horizonte, antes de que la brindara algo que llevarse a la boca. Esas tres jornadas que pasaron se hicieron notables en su físico: cada vez su piel palidecía más, los huesos se marcaban aún más; dando una imagen cadavérica.
Temiendo a que la mujer no aguantara lo suficiente, las monjas del convento convinieron que habría que darle algo de comer, para que no falleciera de inanición y estar presentable para el juicio, que decidiría si será ejecutada o no.
Encomendaron la tarea a las novicias del convento, que solamente eran tres: Thais, Aldreda y Elena. Éstas llevaron al patio un barreño con agua, junto con un paño, una hogaza de pan y un estofado, respectivamente. Se mostraban inquietas, pues habían sido criadas con historias aterradoras sobre brujas.
Entraron al patio lentamente, con miedo a qué podían encontrar allí ¿Una mujer anciana con ojos rojos? ¿O tal vez con colmillos y garras, como contaban otros relatos? Se encontraron a una mujer no mucho mayor que ellas; con la cabeza gacha, impidiendo así que las muchachas vieran su rostro. A cada paso que daban, cada vez más cerca de la bruja, una mezcla de terror e intriga se hacían más fuerte en ellas.
Ya quedaban pocos pasos y las novicias reprimían su temor costosamente. Llegaron al poste y se seguía sin mover. Oían su respiración dificultosa.
La mujer levantó la cabeza, aún más asustada que las muchachas, y dejó ver su rostro fatigado: era una mujer normal.
Las novicias se sintieron aliviadas, no era ningún monstruo en apariencia; pero su alivio se acabó al reparar en los ojos. Poseía unos ojos verdes y brillantes, a pesar de estar tan desmejorada; pero tenían algo extraño: su iris estaba dividido por una franja negra, que se fundía con su pupila.
Se asombraron, pero intentaron ignorar sus ojos, a pesar que les pareciera algo aberrante y antinatural. Aldreda y Elena dieron de comer a la bruja, pues no podían desatar sus manos del poste. Mientras tanto, Thais la miraba con otra sensación, diferente a las que sintió al adentrarse en el patio. Ese temor e incertidumbre, después de ver el rostro que tanto temían, se fue tornando en algo más agradable, pero que a su vez oprimía con fuerza su corazón: curiosidad.
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Lo que las vendas ocultan
FantasyEncontrarás un mundo fantástico muy extenso: civilizaciones conocidas y otras nuevas, con sus propias leyes, moralidad, costumbres, religiones... y criaturas clásicas de la fantasía, como dragones y otros folklores menos conocidos. También encontrar...