Maia.
Un calor poco familiar concentrado entre mis costillas y caderas me despertó entre una especie de sofoco y encierro. Las cortinas jamás cerradas de la habitación filtraban a través de los visillos pequeñas figuras luminosas sobre la piel de mis mejillas cuando incómoda, me removí de entre las sábanas en un fallido intento por moverme hasta la orilla de la cama King para sacar una pierna y nivelar la temperatura de mi cuerpo. O al menos esa había sido mi intención hasta percatarme de que un brazo tan rígido como un muro de cemento se encontraba aferrado a mi cintura, imposibilitándome cualquier movimiento que implicase poner fin al tan íntimo tacto. Algo en mi nuca vibró y mis manos se sintieron húmedas.
Había un brazo aferrándose alrededor de mi cintura.
Yo no tenía una cama King.
Analicé la situación con el corazón en mis oídos. Mi vestido verde de lentejuelas se encontraba olvidado en el suelo junto a una camisa demasiado conocida, mi teléfono descansaba en el suelo y cuando me atreví a girar la cabeza para hacerle frente al dueño de aquel empalagoso brazo todo lo que pude ver fue a un imperturbable Christopher Lecompte dormido boca abajo con los labios entreabiertos, el cabello exageradamente revuelto y bañado en las pequeñas figuras de luz que proyectaban las cortinas.
Christopher Lecompte.
De todos los jodidos idiotas del mundo.
Christopher Lecompte.
La noche había procedido sin grandes sucesos. Los adolescentes borrachos comenzaban a aflorar desde cada esquina del piso de eventos del hotel Madison tal y como la fiesta de inicio de año para los estudiantes de último curso prometía. A las dos de la mañana mis pies habían comenzado a escocer de tanto bailoteo y entrelazada de brazos junto a Arizona nos las habíamos arreglado para llegar a una apartada terraza llena de fumadores y compañeros que buscaban entablar conversación fuera de todo el alboroto de la música. Dejé que mi vestido tubo verde oscuro de lentejuelas descansara junto a mi figura sobre una banca mientras me unía a la animada conversación de quienes habían sido nuestros amigos desde primero. Solté un suspiro quizás demasiado largo; el último año había llegado rápido y no podía estar más agradecida. Diez meses, tan sólo diez meses para ser lo que quiera que seamos. Sonreí para mis adentros dejándome llevar por las pequeñas lucecillas proyectadas en cada rincón de mi vestido vagando en la infinita capacidad de oportunidades. Diez meses.
-¿Están seguros que no se ha quedado en coma o algo? –Una oleada de carcajadas me sacó de mis pensamientos mientras la sonrisa socarrona y demasiado blanca de Christopher Lecompte, el idiota, devolvía a la realidad junto a cuatro pares de miradas más. Sus brazos descansaban lánguidos sobre sus costados mientras me observaba con aire de suficiencia desde su posición arrogante. Ni siquiera debía adivinar si es que estaba hablando de mí.
-¿No es genial, chicos? –Mis manos juguetearon con la pajita de mi mojito con aire de suficiencia. Él sabía bien que yo jamás me quedaba callada –Morgan es un tema en cuanto a las fiestas. Han traído incluso a un bufón.
Arizona y los demás rieron acostumbrados a nuestras riñas y a pesar de que era él quien las comenzaba generalmente y quien más parecía disfrutarlas, Christopher Lecompte era capaz de ponerme de mal humor incluso antes de abrir la boca. Habíamos sido compañeros de curso desde el inicio de nuestra vida escolar y nos habíamos odiado desde el día uno. Su mundo parecía girar en torno a decir cualquier estupidez para indignarme, ser desagradable de presencia y apuntarse para competir por cualquier cosa que yo tuviese en la mira. Joder, el chico incluso había inventado que me comía los mocos que pegaban el resto de nuestros compañeros bajo las mesas en tercero. Me había tomado dos años y una clase de higiene personal para todo el curso limpiar mi reputación y aún así algunos lo recordaban.
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Jodiendo al Enemigo
RomanceMaia detesta a Christopher. Christopher detesta a Maia. Maia no puede esperar a terminar la escuela. Christopher teme no volver a verla. Maia odia envidar la vida de Christopher. Christopher sabe que se ha acostumbrado a vivir al rededor de Maia. Ma...