Me arrojó desde la ventana y mientras caía, una lágrima se escapó inevitablemente. Yo no puedo llorar. Mi cuerpo es de vidrio, pero pude sentir el dolor de su hija, muy profundo, en su corazón. Ella no me vio caer, pero desde algún lugar, lo supuso.
El suelo golpeó mi cuerpo frágil de payasito y extrañamente, no logró romperlo. Me agrieté, eso sí, soy muy sensible para estas cosas.
Hacía mucho tiempo que no veía a su padre llorar, y mucho menos, romper todo de furia. Mírenme a mí, terminé en la calle, medio partido y lleno de tierra. No fui lo único que arrojó, también lo vi romper otras cosas contra la pared y tirarlas a la basura, pero creo que de todos, yo fui el peor.No soy un payasito malo. Hace mucho tiempo yo solía hacerlo feliz. Lo sé porque estaba en la repisa más linda, donde todos me veían y no cualquiera está ahí.
Su sonrisa, aquella vez que me desenvolvió, fue lo más hermoso que he visto jamás. Yo no puedo sentir pero les puedo jurar que la alegría de ese hombre me dio vida. Estaba lleno de amor, y no de ese amor superficial que tenían esos "souvenirs" de las tías, amor verdadero.
Las bailarinas sobre la cajita de corazón también creían sentir, pero comenzaron a decaer cuando la madre se fue y él volteó sus cuadros. Días después, se fueron de la repisa y no volví a verlas. Muchos se fueron, la mayoría de los estantes del comedor estaban vacíos y empolvados. Yo fui el último. Algunos muebles también se fueron; el sillón, el horno eléctrico, platos, hasta una mesita de luz del cuarto, lo que me pareció extraño, ya que eran dos.
El oso de San Valentín nos dijo que esto ocurriría, pero nadie le creyó porque era muy viejo. Sin embargo fue el primero en irse.
Tuve la esperanza de cambiar algo para bien, pero no lo logré. Nadie pudo.
Conocí la felicidad porque la veía en sus ojos cuando me miraba, estaban llenos de ella, pero el día que me arrojó, eran otros. No sé de qué, ni por qué, sólo sé que volé y me sentí muy triste. Algo en mi se rompió antes de tocar el piso, algo muy dentro de mí, que hace meses venía muriendo.Fui el regalo de cumpleaños que su hija le dio hace ya mucho tiempo, cuando las risas concurridas llenaban el cuarto y las miradas, las repisas repletas. La casa nunca estaba vacía y daba gusto verlo. Lo hubiera disfrutado aún más, de haber sabido que ellas se irían.
Estar solo, rajado y más sucio que antes no es lo mejor, pero de verdad, les juro que soy un buen payasito. Aunque no puedo caminar, la calle es fría y la noche peligrosa. Me fui. No me pregunten cómo, estaba triste pero no iba a esperar que un auto me parta en mil pedasos. El espacio entre las rejas era más que suficiente para volver a entrar. Los pastos eran mas altos que yo, incomodo, pero me quedé entre ellos debatiendo lo que haría. No es conveniente acercarse a alguien que está enojado arrojando cosas, imagínense teniendo el cuerpo de vidrio. Esperar, esperar escondido, esperar. Yo no tengo a donde ir. Me venden, me compran y me regalan, no conozco otra vida. Hay cosas que los payasos no decidimos, sólo nos dejamos llevar. Incluso si nos lanzan desde el primer piso. Tenemos la voluntad débil hasta que estamos solos, como yo, que lo único que deseo es volver con él.
Esperé, un día, dos, una semana, dos. Lo veía pasar cuando salía, cuando entraba. Creo que no le tomó mucho darse cuenta que yo estaba ahí esperando, pero no se acercaba. Le di su espacio y seguí esperando ahí afuera. El pasto había crecido muy alto en el patio y gracias a ellos, volvió por mi. Sé que me levantó sólo para poder cortarlo, pero esperé semanas para que volviera a sostenerme. Ya no había furia en sus ojos. Me miraba con algo similar a la indiferencia de los imanes de la heladera, siempre apáticos y apartados. Me puso nervioso ver que estaba pensándolo pero me templé cuando volvió a llevarme a mi repisa.
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Las lágrimas de mi padre
Короткий рассказLastimar a una persona es como romper un vidrio. No importa que tan bien se unan los pedazos, ni como se los pegue. Las grietas van a quedar para siempre. Recuerdos de amor, en tiempos de desamor.