ignorad esto, ni siquiera lo he pasado por el betareader ni nada....... es un desastre pero bueno.......
Metronome
Quizás fue una simple coincidencia, o un capricho del destino, pero la corazonada que me empujó a visitar la casa de Steven fue acertada. Algo iba mal.
Llegar a Ciudad Algaria se me hizo dolorosamente eterno, como si Latias no volase lo suficientemente rápido como para alcanzar la pequeña localidad. Llovía a cántaros aquella tarde. Recuerdo el olor a tierra mojada y mi ropa empapada, adheriéndose a mi cuerpo.
Cuando divisé la ciudad por fin, prácticamente le grité a Latias que se detuviese. Aún a una altura poco prudencial, salté de su lomo, cayendo dolorosamente al suelo, como consecuencia. Estaba manchada de tierra y calada hasta los huesos, pero no me importó. Eché a correr por las calles hasta que, a lo lejos, vi la casa de Steven. No me detuve en ningún momento, por más que mis pulmones rogasen por aire.
Cuando estuve lo suficientemente cerca, me percaté de que había una figura con un paraguas delante de la puerta. A su lado, había una pequeña maleta posada en el suelo. Me detuve y me quedé mirando, bajo la lluvia, intentando comprender por qué Steven estaba abandonando su casa. ¿Por qué se iba? ¿Qué motivo tenía para hacerlo?
Y por encima de todo, ¿por qué no me lo había dicho? ¿Acaso no me quería lo suficiente como para decirme que iba a desaparecer de mi vida?
Cuando guardó las llaves en el bolsillo de su abrigo y se agachó para coger la maleta, grité su nombre y me acerqué corriendo. Sus ojos se abrieron, sorprendido de encontrarme allí.
"¿Te marchas, Steven?" grité, histérica, mientras las primeras lágrimas abandonaban mis ojos.
Él me miró en silencio, incómodo, como si no hubiese contado con la posibilidad de que me cruzase con él.
"¿Cuánto tiempo llevas en la lluvia, May? ¡Estás calada!" dijo él, evadiendo mi pregunta. "Entra en casa, tengo toallas."
Negué con la cabeza y cerré los puños con rabia. "No voy a moverme hasta que no me prometas que no vas a marcharte."
Él suspiró y asintió con la cabeza. Me estaba comportando como una cría, pero no me importaba. No podía permitirle que desapareciese.
Su casa estaba recogida, algo extraño en él, confirmando lo obvio – iba a marcharse. Me quedé en la sala, esperando a que Steven regresase con toallas y ropa de recambio. Lo miré durante todo el tiempo, temiendo que fuese a desaparecer en cualquier momento.
"May..." comenzó él suavemente, lo que me hizo mirarle. "Yo... Verás, no es fácil... Pero sí, me marcho de Hoenn."
Noté como mi alma se rompía en pedazos, como todo el mundo se tambaleaba y se caía encima de mí. El pecho me dolía, como si me hubiesen arrancado el corazón de cuajo. Las lágrimas, una vez más, se hicieron paso hasta mojarme las mejillas.
Tenía muchas cosas que decir, muchas cosas que preguntarle. Sus motivos, cuando volvería, por qué me lo ocultó. Pero no pude detener las palabras que salieron de mi boca.
"Déjame irme contigo, Steven" murmuré en voz baja, mi voz pendiente de un hilo.
Él me miró y abrió los ojos, su boca se frunció en una delgada línea y su cuerpo se mantuvo rígido. Oía su voz en mi cabeza diciéndome que no era una buena idea, que no podía permitirlo. Que no podría acompañarle.
"Sé que pedirte que no lo hagas no va a servir de nada, porque cuando se te mete algo en esa cabecita tuya no hay forma de sacarlo... ¿Estás segura de esto, May?"
Me brillaban los ojos, y mientras asentía, corrí hasta los brazos de Steven, los cuales me esperaban abiertos.
¿Qué me importaba dejar Hoenn atrás si mi hogar se encontraba entre sus brazos?
Cuando nos fuimos, no miré atrás. Tenía todo un futuro nuevo por delante, y Steven estaba a mi lado. Su mano cogiendo la mía y dándome un pequeño apretón, me hizo pensar lo dispuesta que estaba de seguirle hasta el fin del mundo.
Aún así, reparé en la nota que permanecía en la mesita del salón. Estaba dirigida a mí. No la leí, porque no me hacía falta. Esta vez, Steven no se iba a marchar solo.