El jueves de esa misma semana, tal y como Paula había indicado a Jorge, se presentó en el ambulatorio de nuevo para volver a tomarse la tensión. Seguro que esta vez le saldría perfecta. Los médicos de su gimnasio lo tenían más que controlado, jamás le habían detectado nada anormal.
—Hola, señorita ¿Me puede anotar aquí en urgencias con la enfermera para que me tome la tensión?
—Por supuestísimo, no hay problema. La enfermera lo atenderá enseguida. No hay mucha demora, está siendo una tarde muy tranquila.
—Muy amable, entonces espero.
¿Otra vez? Ésto ya se está convirtiendo en un acoso. No puedo creer que otra vez esté el cretino aquí.
—¿Miguel Sanmartín? Pase, por favor.
Esto no está ocurriendo como lo tenía planeado. Oh, oh, se avecinan problemas. No puedo controlar las reacciones de mi cuerpo cuando tengo a Paula delante. Se adivina el desastre.
—Vengo por lo de la tensión del otro día, ¿recuerdas?
—Pues no. Como usted comprenderá, pasan muchos pacientes por aquí. Me resulta imposible recordar lo que le pasa a cada uno de ellos, por eso tenemos esta herramienta tan útil llamada ordenador, para que no se escape nada.
No tenía que haberle cambiado el turno a Silvia ¡Qué tonta!
Paula hizo como que no le afectaba para nada la presencia de Jorge pero inevitablemente sus gestos expresaban todo lo contrario. Jorge lo notó enseguida, claro, pero él también se sentía influido por la enfermera de un modo muy especial. Él conseguía aparentar más tranquilidad, o eso era lo que creía, porque en cuanto Paula le tocó el brazo brevemente, para colocarle el brazalete del aparato para medir la tensión arterial, sus pulsaciones se aceleraron como una locomotora. Notaba la taquicardia como un caballo de carreras adelantando a sus adversarios y a punto de llegar a la meta. Pensó que en cualquier momento se le saldría el corazón del pecho y sintió la necesidad de llevarse la mano allí donde los latidos eran casi audibles sin fonendoscopio.
—¿Te pasa algo, Miguel? Te va el corazón muy rápido y para alguien que práctica deporte como tú a diario no es muy normal. Incluso veo que tienes dolor. ¿Estás bien?, ¿te ha ocurrido con anterioridad?
—Me encuentro bien, de verdad. Es que he notado un pinchazo y ha sido un acto reflejo llevarme la mano hacia el pecho, pero en serio, estoy bien. Lo de las pulsaciones tan altas será que acabo de hacer un ejercicio muy vigoroso justo antes de venir al ambulatorio. No he caído en la cuenta que quizás eso no era lo más conveniente.
Un ejercicio muy vigoroso, un ejercicio muy vigoroso, a ver por qué este hombre no habla nunca claro ¿Viene de dar clases de Zumba o se ha "zumbado" a algún ligue suyo? ¿Pero por qué me importa a mí lo que haya hecho o haya dejado de hacer? Me va a volver loca. Con lo tranquilita que vivía yo antes de conocerlo.
A ver, ¿qué hago? Si lo dejo irse así mi consciencia no me lo va a perdonar y esta noche no voy a dormir bien. Enfermera y profesional ante todo. Le hago un electro y punto. Con un poco de suerte estará sano como una manzana y le podré decir hasta nunca.
—Mira Miguel, no es que tenga un interés especial en verte sin la parte de arriba descubierta, pero te voy a hacer un electrocardiograma para descartar cualquier alteración del corazón ¿Estás de acuerdo?
—Claro, acabemos con esto cuanto antes. Estoy seguro que estoy bien.
Me han hecho infinidad de electros en el trabajo, todos perfectos, pero no se lo puedo decir porque me dirá que le traiga uno y pone mi nombre y no el de Miguel. Bueno, que me lo haga y se convenza que estoy bien.