la caza del hombre

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¿Existen las cacerías humanas? ¿Quién no ha escuchado alguna vez la leyenda urbana de que existen ricos que, por diversión, juegan con la vida de mendigos o prostitutas, sometiéndolos a un macabro juego del gato y el ratón?…
Pedro había trabajado como albañil desde los dieciséis años; ahora, con más de cuarenta, su cuerpo se había endurecido por el duro trabajo que llevaba casi treinta años desempeñando. Sus manos parecían de piedra y eran tan callosas que uno diría que se habían fundido con el cemento que había cargado durante años, miles de sacos que había trasladado sin la menor queja. Y es que Pedro era un trabajador incansable, un noble hombre que doblaba turnos y no dudaba en tener dos trabajos para sacar adelante a su familia.

Pero ni la excelente forma física que aún mantenía ni su inquebrantable espíritu de trabajo le servían de nada con la crisis actual. La burbuja inmobiliaria y la crisis del ladrillo habían reducido al mínimo los trabajos de albañilería, y, las pocas veces que surgía una nueva obra, preferían contratar a algún chico más joven, por lo que el pobre Pedro llevaba más de un año sin empleo ni paro (prestación por desempleo), y más de cuatro años sufriendo con la mayor dureza la crisis en la que estaba inmersa el país.

Los pocos ahorros que tenía se habían esfumado tratando de mantener a su familia durante ese periodo y en la asfixiante hipoteca que había adquirido años atrás. En la época de bonanza todo el mundo compraba casa y, cuando su mujer quedó embarazada por segunda vez, no dudó en arriesgarse a comprar un pequeño piso donde criar a sus hijos. Unas «cómodas» letras que pagaría a veinte años y que, en su momento, y gracias a su esfuerzo de siempre por el que se ofrecía a hacer horas extras o trabajar sin contrato para ganar un poco más de dinero, podía pagar sin problemas.

La situación era cada vez más dramática y hacía varios meses que no podía pagar la hipoteca, por lo que el banco le había enviado una orden de desahucio, aunque sus hijos necesitaban ropa nueva y cada vez le resultaba más difícil traer comida a casa. Gracias a la ayuda familiar (y en especial de los padres de su esposa), habían podido sobrevivir todo ese tiempo viviendo en la más absoluta pobreza. Pero si había algo admirable en Pedro, era su espíritu de lucha: ni un solo día desde que perdió su empleo había cesado en su búsqueda de trabajo. Acudía a obras ofreciendo sus servicios, limpiaba los cristales de los coches que se detenían en los semáforos, recolectaba latas o cualquier otra chatarra que la gente tirara a la basura y por la que le pudieran pagar algo, etcétera.

Una noche, mientras buscaba en un contenedor de basura en un barrio adinerado de la ciudad, se detuvo junto a él una impresionante limusina con los cristales tintados. Pedro se giró por instinto al notar que alguien le observaba desde su interior, y un instante después el cristal de una de las ventanillas traseras comenzó a bajar.

—Amigo, venga aquí un momento.

—Buenas noches, señor —dijo Pedro cabizbajo pensando que probablemente le daría algo de limosna.

—He observado que está usted pasando problemas económicos, y creo que puedo proponerle un negocio que lo ayudaría a salir de su miseria.

—¿A qué tipo de «negocio» se refiere usted? Antes de que diga nada, quiero que sepa que soy casado y padre de familia. —Pedro había empezado a enfurecerse pensando que le haría algún tipo de demanda sexual.

—Verá, represento a un grupo de personas muy poderosas que están un poco asqueadas de su acomodada vida, por lo que están buscando nuevos retos. Estas personas, obviamente quieren guardar su anonimato y preservar la naturaleza del trato hasta confirmar que alguien esté lo suficientemente interesado como para participar en su «juego». Le puedo asegurar que, si decide participar, recibirá una importante suma de dinero.

—Habla usted de un «juego» y una gran suma de dinero. Espero por su bien que no me esté pidiendo lo que creo que me está pidiendo.

—Tranquilo, no es nada sexual si es a lo que usted se refiere, no me está permitido hablar del tema en la calle. Si desea, usted puede subir a la limusina y le explico en qué consiste el «juego». Si, por el contrario no está interesado, aquí tiene usted un poco de dinero por el tiempo que le he hecho perder. —El hombre de la limusina le ofreció un billete de dos cientos euros.

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