La chica rara de la escuela.

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No puedo creer que acabo de hacer eso, ¿cómo pude ser tan morón? Estoy sentando en la sala de la nena nueva de la escuela. Corrección : de la nena nueva y rara de la escuela. Su casa está pintada de verde obscuro, lleno de estatuas miniaturas, algunos de payasos, otros de animales exóticos y hay uno en específico que me llenó de puro miedo. Era de una sirena sin ojos. ¿Quién caramba tiene una estatua de una sirena sin ojos? Ahí quedó mi fantasía de enamorarme de una sirena. La nena nueva se llama Milanys Emillet. Es una chica muy hermosa, tal vez por eso la llevé a su casa, eso y la verdad, se ve como una chica muy misteriosa, y eso me gusta. No habla con nadie, se pasa sola y siempre está leyendo el mismo libro, el cual no tiene portada. Es un libro negro, extremadamente gigante y con páginas antiguas. Sí, le chequeé las cosas antes de que se montara en el carro, solo para estar seguros con lo que estaba bregando. Tiene pelo negro muy largo, con ojos color café y con un tono claro de piel. Su reacción a mi oferta fue muy rara. Estaba sentada debajo de un árbol, al frente de la escuela, cuando le pregunté cambió su mirada hacia mí, se paró y caminó hacia mi carro.

"Te he visto llegar todas las mañanas, y te he visto ir todas las tardes. Claro que sé cual es tu carro y en donde te estacionas todos los días." Dijo mientras se montaba en mi vieja camioneta y una vez mas, sacó su libro dispuesta a seguir leyendo.

Ella me dejó solo en la sala con una señora, al parecer su abuela. Para empezar, no habla absolutamente nada, está mirando fijamente hacia la chimenea, ¿en qué estará pensando? Traté de hablarle, pero no me contesta, solo me miraba fijamente y volvía su mirada hacia la chimenea sin decir ni una palabra. Sus papás eran completamente lo opuesto, cuando llegué su mamá rápido me abrazó y me contempló de cabeza hasta los pies.

"¡Que chico mas hermoso has traído a casa!" Exclamó. "Ven, ven. Entra. Soy la mamá de Milanys, Violetta." Así nos recibió ella, con la sonrisa mas grande que he visto en mi vida, pero a la vez tenía un cierto misterio detrás de ella, sentía que no era una sonrisa sincera. Su papá estaba cocinando, al fijar su mirada en nosotros, sonrió.

"¿Este es el chico que me habías mencionado?" La miré, no dijo nada, solo asintió con su cabeza. "¿Lorenzo, no?" Preguntó.

"Sí, señor." Dije.

"¡No me diga señor!" Exclamó. "Llámeme Víctor." Dijo, mientras me sonreía. Nunca he hablado con ella, nunca le he dirigido la mas mínima palabra y mucho menos le he dicho mi nombre. Solo fui noble con ella, y la quise llevar a su casa. Como dije, siempre la he visto sola, con su mirada fijamente en su libro. Cuando la miro, ella nunca se percata. No cogemos las mismas clases, ni estamos en el mismo grado. ¿Cómo rayos sabe mi nombre y por qué ha hablado de mí con su papá?

A la hora de la cena, todos nos sentamos juntos en la mesa. La abuela de Milanys está en silla de rueda, cuando me ofrecí a ayudarla, ella se negó. Empezó a hacer sonidos extraños, a mirar a todos lados, como si algo la estuviese molestando. Cuando por fin pudieron acomodarla en la silla que está justamente en el lado izquierdo de la mesa, se paralizó. No comió, y mucho menos, habló. Solo me miraba, con una mirada llena de compasión, diría yo de temor.

Todos estaban comiendo, Víctor haciendo chistes, pero solo su esposa se reía, Milanys solo comía, sin decir absolutamente nada. Sentía un nudo en el pecho, tengo que irme, necesito irme, pensaba. Me sentía incómodo en mi propia piel, sentía que en cualquier momento me quedaría sin aire. "¿Me permiten usar el baño?" Pregunté.

"Claro, cariño." Dijo Violetta. Me paré de la mesa lentamente, pues ninguno quitaba su mirada de mí. Cuando estaba apunto de abrir la puerta para salir, me paró. "No entres al cuarto que está al lado del baño. Está en remodelación y no quiero que le pase nada a nuestra visita." Sonrió. Asentí con la cabeza y me fui. Me miré al espejo una y otra vez, me siento extraño, siento que no me alcanza el aire. Cogí agua en mis manos y me lavé la cara múltiples veces, respiré profundo una y otra vez, pero nada parecía ayudar.

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