Capítulo V - Encuentro inesperado (Parte 2)

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Ignacio estaba algo más tranquilo y satisfecho. Ahora tenía todo el tiempo para pensar qué hacer o qué decirle a aquel joven, pues sabía dónde podría encontrarlo. Decidió volver a su casa para descansar, pues el vino que bebió y todo el estrés que sentía ya le estaba pasando factura. Conduciendo lo más relajado posible, llegó a su hogar y se dio una ducha calientita antes de cenar. No dejaba de pensar en el cajero y en su novia. No podía creerlo, el joven vivía una vida normal. Siguió pensando incluso en su cama. «¿Cómo puede ser que un joven que mató a una mujer como Victoria pueda pretender llevar una vida tan tranquila? Quizás esa mujer es su cómplice. Claro, quizás esa mujer condujo a Victoria a esos tipos. Quizás ellos dos no eran los únicos involucrados».

Con esos constantes pensamientos en su cabeza, comenzó a sentir que el sueño lo invadía, y viendo el cabello de Victoria a su lado, como si ella misma se hubiese acostado allí, aclaró su mente. La presencia de Victoria le trajo paz y serenidad, sin embargo, no podía decir cuándo fue que había llegado. Trató de abrazarla, de sentir su calor, pero cuando colocó su brazo sobre el hombro de la joven de ojos azules, ella se desvaneció como si nunca hubiese estado allí. Ignacio tragó saliva. «Has el esfuerzo, Victoria. Tócame, abrázame. Respira conmigo». Y cerró sus ojos con fuerza, evitando llorar. Aún no lloraba. No quería hacerlo. Se sentía triste, impotente y angustiado, pero no quería llorar. Aún guardaba algo de orgullo en su corazón.

Al otro día decidió faltar al trabajo dando una tonta excusa a Bárbara quien, preocupada, había llamado a su teléfono. Utilizó el día para seguir estudiando al joven desde su auto, aprovechando la oportunidad de conocer su lugar de residencia. Descubrió que el joven vivía con su novia, o esposa quizás, no lo sabía aún. Ese día habían ido a pasear como todas las parejas, incluso tomaron helados. «Debe ser su novia. Se comportan como adolescentes». Aún no podía creer que ese joven esté llevando una vida pacífica después de lo que había hecho. No podía entenderlo ni siquiera un poco. Se preguntaba cómo ese cajero pudo olvidar semejante acto, si ni siquiera él mismo había podido olvidar lo que atestiguó.

Y lo siguió estudiando hasta que llegó el fin de semana. El día sábado, el joven había salido muy temprano de su casa hacia un destino muy diferente. Estaba muy bien vestido, con un traje y corbata negros, con su cabello peinado hacia atrás. Parecía una persona distinta. Lo siguió hasta llegar a un galpón en cuyo frente se concentraba mucha gente. Ese galpón actuaba como una especie de templo, y allí, junto a otras muchas personas, Leopoldo ingresó.

Curioso, Ignacio bajó de su automovil e ingresó a ese mismo galpón. Su interior estaba adornado con muchas telas de seda de tonos rojos. En las paredes había varios cuadros en donde se retrataban algunos santos, y al fondo había un pequeño escenario de madera, adornado también con telas rojas y con un pequeño atril en el medio. Estuvo allí por una hora, mirando los movimientos del joven que lo único que hacía era aplaudir y cantar, pero al oír los cantos y los estridentes gritos de los fieles, se sintió abrumado. Decidió volver a su auto y esperar. Durante otra hora no hubo muchos movimientos en el exterior del galpón, pero se podía escuchar la actividad de su interior. Los instrumentos, los que se hacían llamar profetas y los cantantes podían escucharse a través de los parlantes. «¿Qué es lo que hace alguien como él aquí?», pensó. Y esos pensamientos fueron respondidos.

"—Quizás quiera encontrar paz —dijo Victoria, que estaba sentada en el asiento de atrás—. Quizás esté arrepentido de lo que hizo ¿no crees?".

—Alguien como él no puede estar arrepentido de nada. Esto no es más que parte de su fachada. Estoy muy seguro.

Cuando una masa de gente comenzó a salir desde el templo, Ignacio decidió bajar del auto. Planeaba escuchar las conversaciones que Leopoldo tenía con otras personas para ver si podía obtener algún tipo de información útil. De manera disimulada, caminó y se confundió entre los fieles.

—Nos vemos. Hasta el otro sábado —saludó el joven cajero en voz alta.

Había sido un saludo amistoso y lleno de confianza. Estaba claro que el joven iba a volver al templo la semana entrante, y por la manera de saludar, era evidente que ya llevaba tiempo conociendo a sus compañeros.

Satisfecho con la información reunida en el día, Ignacio decidió volver a su casa. Lo único que pensaba era que ese joven estaba ocultando algo. Ese joven, cuya vida parecía normal, debía estar ocultando acciones mucho más oscuras. Una novia, un trabajo, la iglesia... nada de eso encajaba con la actitud que tuvo durante ese fatídico día.

"—Quizás cambió" dijo Victoria.

Ignacio ignoró a Victoria nuevamente y condujo hacia su casa. No podía pensar que un joven que cometió un acto tan horroroso pudiera cambiar su manera de ser. Después de todo, ¿cómo podría hacer un hombre cuerdo para vivir con la sangre de un inocente en sus manos?

Y al llegar a su casa se llevó una sorpresa. Una bella mujer lo estaba esperando en la puerta. Era Bárbara, a quien no veía hace casi una semana. Esta vez vestía con un hermoso vestido de color rojo intenso y llevaba una trenza sobre uno de sus hombros. Una semana en la que tampoco había ido a trabajar, todo debido a su obsesión.

—Te estuve llamando, estaba preocupada —dijo Bárbara. Su rostro mostraba preocupación—. Pensé que te ocurrió algo grave.

—Disculpa. —Ignacio palpó todo su cuerpo en busca de su celular, pero se sorprendió al ver que no lo traía consigo.

—Te ves bastante bien —dijo Bárbara en un tono sarcástico.

—Es una gripe, acabo de venir del doctor —dijo Ignacio—. Estuve varios días con fiebre, perdón por no hablarte.

—¿Por qué? ¿Por qué ignorarme? Yo podría haberte ayudado. —Se podía notar algo de tristeza en la voz de Bárbara—. Yo podría haberte cuidado, tonto.

—Perdón.

Ignacio no pudo evitar sentir algo de culpa. Comenzó a ver que los mismos errores que cometió en el pasado estaban volviendo a repetirse. Estaba cometiendo los mismos actos que lo llevaron a la ruina. Había empezado a ignorar a sus alrededores, a dejar sus responsabilidades. «Pero, si con esto puedo conseguir paz, entonces todo estará bien», pensó.

"—¿Seguro?".

Escuchó la clara y dulce voz de Victoria hablando directamente en sus pensamientos. Ignacio trató de ver si estaba por alguna parte, moviendo su cabeza hacia todos lados.

—¿Qué sucede? —preguntó Bárbara.

—Nada. Un insecto.

Durante el resto de la noche charló con Bárbara, quien bebió la botella restante que Ignacio había comprado. La bella mujer no tardó mucho en caer en la ebriedad, y tampoco tardó en comenzar a hablar de su pasado. Bárbara parecía estar feliz con Ignacio. Según contaba, la joven nunca se había sentido tan a gusto con alguien. Era la primera vez que un hombre no la usaba. Era la primera vez que amaba a un hombre de esa forma. Esa ebriedad, luego, se convirtió en excitación. Esa noche, volvieron a tener relaciones. Sin embargo, para su disconformidad, Ignacio confirmó lo que más temía: era sólo sexo. Estar con Bárbara no se diferenciaba a estar con alguien desconocido sólo para tener sexo casual y aliviar el estrés. Lo que sentía por Bárbara no era amor puro. Le había entregado su cuerpo, pero no podía entregarle su alma, no quería estar por el resto de su vida a su lado.

Y con tristeza y miedo, mientras los dos estaban desnudos debajo de las sábanas, se lo informó, dejándole en claro que, aun así, ella podía seguir contando con él.

—Puedes contar conmigo, Bárbara, porque sigues siendo una persona muy especial. Puedes llamarme cuando necesites algún consejo o alguna palabra.

—¿A quién amas? —dijo Bárbara entre lágrimas.

—A nadie —respondió Ignacio, nostálgico—. Mi amor está en las estrellas.

Y una lágrima plateada recorrió el rostro de Victoria, quien atestiguaba el momento desde la puerta del dormitorio.  

Los tristes ojos de VictoriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora