1. La ausencia

18 2 0
                                    

Tengo miedo. Ya perdí la cuenta de cuántos días me despierto con la misma sensación. Me despierto asustada. No hay nadie al lado de mi cama. No hay nadie en la sala. Nadie en la cocina. Nadie. Y cuando hay alguien es como si no estuviera. Es como si fueran parte de otra dimensión. Una dimensión que no logro comprender. Hablamos el mismo idioma y no sentimos el mismo mundo. Me obstina esas conversaciones competitivas. Yo hice. Yo tengo. Yo. Yo. Yo. Qué parloteo tan desagradable. Nadie habla del árbol que está frente a la casa y cómo florece este año formando una capa bajo él de un brillante y sutil púrpura. Amo eso. Amo los árboles. Pero nadie habla de los árboles. Solo los botánicos.
Nadie. Todo. Términos demasiado absolutos para un mundo tan relativo. Lo que me recuerda que soy eso que tanto odio. Sí. Mi comportamiento tiene más de lo que crítico que de lo que amo. Lo sé. Pero soy tan miserable que no he podido cambiar ese destino. Por más que lo intente, sigo teniendo miedo. Todo los días. Cada día desde aquel día. Un momento que ahora no estoy preparada para contar. Pero les diré no fue solo un momento: fue una cadena de eventos desafortunados. Eso le pasa a las personas felices que tardan en madurar. Les pasan cosas de las patadas. Temprano o tarde el mundo te demuestra que no hay nada seguro. Que todo lo que pensaste que tenías lo puedes perder en un abrir y cerrar de ojos. Que no se trata de lo bueno que seas. Las cosas pasan y le pasan a todos. Y la muerte es la única visita segura.
Puedo pasar todo el día con la sensación de miedo en mi pecho. Desde que abro los ojos hasta que los cierro. Puedo trabajar con esas sensación. Pero es agotador estudiar, trabajar o hacer cualquier actividad bajo los efectos del miedo. Y es prácticamente imposible hacer planes sin sentir que algo terrible puede pasar.
Yo tengo miedo. Pero no solía ser así. Hubo un tiempo que no era de esta manera. En aquel entonces me sentía fuerte. Como si una energía emanara dentro de mí como una fuente vital que me volvía una mujer temeraria, atrevida, audaz, sonriente. Conocía el miedo. Sí. Pero era hermoso mirarlo a los ojos sin dejarme arropar por su temor. Era inspirador pararme frente a él retándolo. Diciéndole. ¡Ey tú! ¡No podrás conmigo! Y me sentía poderosa. Pero no era el poder que siente la gente que domina mucha gente. Era el poder de sentir que había un mundo fascinante por explorar y que yo tenía la facultad de hacer ese camino. Me sentía fuerte pero también confiada. Escuchaba algo de dentro de mí. Y estaba segura de lo que quería y de que podía. No sentía imposibles. Era yo. Y hoy es como si estuviera perdida. Tengo tanto miedo de tantas cosas. Y no tengo ni idea si algún día podré recuperarme. ¿Dónde está esa persona tan valiente? En qué momento comencé a perderla. Todo lo que recuerdo ahora son las estocadas finales. Sí. Pero las primeras no las ubico. Es terrible esto: porque tengo miedo, y he comenzado otro día más en la ausencia de mí. Estoy ausente.

Más Allá Del MiedoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora