I. Diferente (parte 2)

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Soltó un sonoro grito cuando sintió una cálida mano golpear su hombro, tras ella había un apuesto muchacho de alborotados rizos negros y un rostro afable recubierto de pecas. En un primer momento se asustó, ¿quién demonios era aquel desconocido, y por qué se acercaba a ella con tanta familiaridad? Pero cuando bajó la mirada a su pecho y vio allí una pequeña placa identificativa, se relajó.

-Me llamo Bellamy Blake –se presentó. Lo cierto es que, con sólo aquellas palabras, Clarke sintió cómo su animadversión hacia el desconocido se desvanecía-. Parece que necesites ayuda... -se quedó esperando por su nombre.

-Clarke Griffin –respondió, tendiéndole la mano. Era lo que hacía la gente cuando se conoce.

-Bien, señorita Griffin, parece que se ha perdido en este enorme laberinto de pasillos y clases infinitas. Para tales casos, estoy yo, el salvador de cientos de almas perdidas como la tuya.

Había algo en él que hizo que Clarke confiase ciegamente en el muchacho. No sabía si era su forma de hablar, su continuo movimiento o la sonrisa torpe y aniñada que no parecía abandonar nunca su rostro. O tal vez eran los rizos, que le daban un aspecto mucho más joven e inocente de lo que realmente sería.

Bellamy la guió por los pasillos donde estaban las clases, los seminarios y las salas especiales donde se recrearían un momento concreto de un hospital. La llevó también a la última planta, donde todo estaba lleno de despachos, cada uno de ellos, con uno o dos nombres que Clarke supuso que serían sus profesores.

-No suelen cambiar mucho los profesores de un año para otro –se pararon frente a uno que decía Thelonious Jaha-. Ten cuidado con éste: va de amigo de los alumnos, pero muy pocos son capaces de aprobar sus exámenes. ¿Qué es tan gracioso?

Clarke no pudo evitarlo. Había oído multitud de veces que la casualidad no existía, que sólo eran cuentos fantásticos, algo irreal. Y sin embargo, allí tenía la prueba de que la casualidad era más real que respirar.

-El padre de mi mejor amigo en Nueva York se llama así – respondió tras conseguir dejar de reír-. Dime que no tiene un hijo llamado Wells.

Bellamy se encogió de hombros, horrorizado.

-Directamente creo que un ser como este hombre es incapaz de relacionarse con nadie. Vive por y para joder la existencia de los alumnos.

En ese momento empezó a sonar una melodía divertida y repetitiva, y ambos cayeron en la cuenta de que era un móvil sonando. Clarke ni tan siquiera se molestó en buscar, ¿quién la llamaría a esas horas? No conocía a nadie allí, excepto a su madre, los vecinos de la casa de al lado y aquel muchacho que le guió por los pasillos del edificio.

-Perdona –Bellamy se alejó unos pasos, acercándose a uno de los ventanales que dejaban pasar una gran cantidad de luz. Asintió repetidas veces, bufó y se negó otras tantas, tras lo cual respondió con un simple "voy para abajo", y colgó-. Era mi hermana pequeña. Me temo que está tan perdida como tú.

Clarke no tuvo más opción que responder con una sonrisa. Siguió a Bellamy con la mirada, el chico se dirigía a las escaleras que había en la parte trasera del edificio. Bajar no implicaba el mismo esfuerzo que subir, y la chica lo agradeció con ganas. Al llegar a la segunda planta, se paró de pronto, haciendo que Clarke se chocase con su espalda.

-¡Octavia! –gritó, y una chica levantó la vista del móvil al oír su nombre-. ¿Quién te ha traído aquí?

Era preciosa. Su piel tenía un delicado bronceado que acentuaba sus ojos claros, creando un gran contraste con sus ojos claros. Tenía el cabello negro, liso, y con unas intrincadas trenzas se lo apartaba de la cara, confiriéndole un aspecto salvaje e incluso rudo. Parecía que estaba enfadada; al menos, era lo que denostaba por su continuo golpeteo con el talón en el suelo.

Grey AngelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora