Capítulo 1: La verdad duele

344 12 7
                                    

La lluvia rompe el silencio que abunda en la habitación, mi mente viaja hacia otra parte y la relajación hace que me olvide de todo, pero no de él y el hecho de tenerlo solo a él en la cabeza, todavía me pone más enfermo. La sociedad y su sistema, la sociedad y sus tópicos, sociedad que la gente entiende por normalidad y diversidad, cuando una cosa con la otra es totalmente incompatible.
¿Y ahora qué pasaría si os dijera que hablo de mi padre?
¿Entonces la cosa cambiaría verdad? ¿Y por qué? ¿Por qué juzgamos la forma de querer de una persona o esos gustos que no coinciden con los nuestros? ¿Por qué pretendemos ser como los demás si la diversidad es lo que caracteriza al ser humano?
¿Por qué hablamos tanto de respetar y somos los primeros que no respetamos ciertas decisiones?
¿Cómo no nos damos cuenta que toda persona tiene sentimientos?
Y me incluyo, me incluyo porque yo fui el primero en juzgar y ahora soy el primero en ser juzgado.
Dicho esto, voy a presentarme, mi nombre es Laura García, la importancia no está en ser hombre o mujer, solamente está en que somos seres humanos.
Soy periodista y mi vida ha cambiado mucho desde que inicié esta profesión, la cual es muy importante para mí, porque me ha enseñado lo que desconocía y ha cambiado mi manera de pensar respecto a muchas situaciones.
Yo y mis padres vivimos en Madrid, ellos trabajan en el supermercado y no me avergüenzo para nada, siempre se han ganado el sueldo con su propio esfuerzo, trabajando como esclavos y sudando para llegar a fin de mes, pero pese a eso, nunca me han dejado de tener en cuenta, y estoy orgullosa de ello.
Os preguntaréis cómo llegué a escoger esta carrera, pues veréis, desde bien pequeñita, quería ver mundo, viajar, conocer culturas, descubrir y redactar todo aquello que aprendía.
Al principio consideraba muy arriesgada la idea de estudiar esa carrera que pocas salidas tenía, pero a medida que fui creciendo, me di cuenta, de que hacer lo que realmente deseaba, era lo más lógico si quería llegar a ser alguien, por muy arriesgado que fuera, y tomé esa decisión.
Ahora mismo, no estoy pasando la mejor época de mi vida, pero se podría decir que tampoco la peor. Siempre realizo la misma rutina, me levanto, desayuno, voy a trabajar, me tomo mi descanso durante la hora de comer y sigo trabajando hasta las 7, hora en la que vuelvo a casa y hago todo aquello que no he podido hacer durante el día.
Una pequeña porción de mi sueldo, va a parar a manos de mis padres, a pesar de tener 30 años y vivir sola y soltera en un pisito que a duras penas puedo mantener, para poder implicarme más en mi trabajo.
Ahora viene la parte en la que os hablo de mi vida amorosa, y es que, aunque aparente no saber nada al respecto, os puedo asegurar que se más de lo que a mí me gustaría y con eso me refiero a que no es algo demasiado favorable para mí.
Yo tuve una pareja, cuando cumplí los 27, su nombre es John Steve, nacido en Inglaterra, en ese momento con 29 años de edad. Para que os hagáis una idea, al menos por aquel entonces, su pelo era rubio como una fina lámina de oro, y sus ojos reflejaban el agua cristalina del mar, la nariz la tenía bastante grande en lo que a mi gusto se refiere, sus labios eran gruesos y su piel era delicada y blanca como la mía.
El caso es que las apariencias engañan, y tarde o temprano, esas mentiras salen a la luz, con lo que ya os podréis imaginar de que estoy hablando y si estoy equivocada, siento deciros que no considero que ahora sea el mejor momento para explicar cada detalle, así que haré uso de la ocasión para intentar reconciliar el sueño.
Nuevo día, nuevas caras, nuevas anécdotas, pero como os dije ayer, misma rutina.
Tras dar mil vueltas entre las sábanas y balbucear unos sonidos que ni yo logro entender, me levanto decidida y hago lo que uno hace de buena mañana.
Una hora después me planto en el trabajo con un aspecto considerablemente bueno en comparación a otras veces, y marco una sonrisa para empezar el día de la mejor manera posible.
- Hola Miranda. ¿Qué hay de nuevo?
- ¡Hola! Pues todo como siempre.
- ¿Y ese todo se resume en "trabajo"no, por lo que veo?
- Demasiado cierto, hoy me espera un día largo.
- Ya somos dos, te dejo que tengo un montón de papeles esperándome.
- Bien hecho, luego nos vemos.
- Perfecto.
¿Quién es Miranda? Pues Miranda es una de las mejores trabajadoras que hay por la zona, y personalmente, una de las más amigables. Su mayor virtud es saber diferenciar una situación que requiere una mínima seriedad y una en la que es preferible que no abunde el carácter tan marcado que tiene.
Me dirijo a mi despacho dispuesta a hacer lo que es mi deber, trabajar, pero una voz ronca me interrumpe:
- Buenas Laura.
- ¿Si?
- ¿Has acabado lo que te pedí?
- Ayer entre la entrevista que tenía pendiente y todo, no tuve tiempo, pero ahora mismo lo acabo si quiere.
- De acuerdo, pero ya sabes que mis peticiones se tienen que cumplir lo antes posible.
- Por supuesto, ahora cuando lo tenga listo se lo doy.
- Eso espero.
Y esta voz de la que os hablaba, es el jefe, Arturo Cuevas, el que se pasa el día ordenando y exprimiendo a sus empleados como a un zumo de naranja.
Y como, por lo que parece, hoy me toca recibir a mí, mejor que empiece cuanto antes. Así que me siento delante del ordenador y empiezo a escribir.
La pobreza, la desigualdad, las guerras, la ambición, conceptos que van relacionados y que impiden entrar en un ámbito de paz. Remarco los puntos de mayor importancia de mil maneras distintas, porque cuando se trata de un tema así, os aseguro que puedo llegar a ser la persona más enrollada y decidida que hayáis conocido.
Pero todo tiene un límite y finalmente acabo.
Al acabar no solamente el informe sino también el horario mañanero, yo y Miranda decidimos ir al bar de al lado a tomar algo.
- ¿Cómo llevas todos esos papeles que te estaban esperando?
- Bastante bien la verdad. ¿Y tú este día tan largo?
- Más corto.
- Buena señal.
- Sí, pero, dejemos de hablar de trabajo, que me tiene revuelta. Ya estás mejor con lo de, ya sabes...
- John?
- Sí, John.
- Bueno... Lo llevo bastante mejor, pero sigue poniéndome las cosas muy difíciles, la mayor parte del tiempo supera mi concentración.
- Es normal mujer, lo que te hizo no tiene precio.
- A veces pienso cómo se me pasó por la cabeza llegar a tener algo con ese imbécil.
- No fue culpa tuya, en esa situación no te guiabas por la mente sino por el corazón.
- Igual ese fue el error, el amor ciega a las personas.
- Por eso no debes culparte, le hubiera podido pasar a cualquiera, incluso a mí.
- Es cierto, pero aun así no puedo dejar de pensar en lo estúpida que fui...
- De eso nada, el pasado es pasado y pasado está, no puedes seguir atormentándote de esta manera.
- Estaba enamorada de una mentira, saliendo con un hombre casado y con dos hijos. ¿Cómo quieres que no me atormente?
- Bueno... Supongo que con el tiempo lo irás aceptando.
- Nunca llegaré a aceptar que estuve a punto de destrozar una familia.
- ¿Y ellos lo saben?
- No... Tienen dos hijos que deben de tener 5 y 3 años. ¿Quieres que crezcan sin una familia?
- Igual es mejor. ¿O quieres que crezcan en una mentira?
- ¿Crees que deberían saberlo?
- Creo que su mujer debe de tener al menos el derecho de decidir lo que quiere y no quiere hacer.
- Visto así.... Siempre me haces entrar en razón, pero el caso es que no sé a dónde se fueron.
- Tu tranquila... El tiempo te lo hará saber.
- El tiempo...
Supongo que el tiempo cura muchas cosas, pero supongo también que el tiempo nunca llegará a curar esas cicatrices que permanecen en tu interior para toda la vida y a veces, es mejor que no se curen, que no perdones, porque podrás recordar la historia por la que se han causado y no volverás a ser la presa del mismo depredador.
Vuelvo a casa después de cumplir mi jornada laboral y estoy demasiado cansada como para hacer todo aquello que no he podido hacer durante el día, así que me tumbo en el sofá y al darse la ocasión, cojo el álbum que construimos John y yo, y aunque sé que no debería, decido hojearlo para afrontar lo que no afronté en su momento:
Esta foto recuerdo que fue el día en el que tuvimos nuestra primera cita, él me llevó a cenar a un restaurante de lujo y mis padres creían que había salido de fiesta con unas amigas. Ese día fue muy bonito pero a la vez el que más consecuencias ha traído a días de hoy.
Él parecía tan perfecto... Con su pelo, su encanto y esas pequeñas cosas que hacían que me fijara en él. Pero, solo maquillaba sus imperfecciones y en realidad era el peor ejemplo de la perfección.
Y a lo mejor era todo una mentira, sí, pero en el fondo me gustaría haberla vivido otra vez si eso supusiera volver a ser feliz.
Otra foto muy impactante que puedo observar, es la que nos hicimos en mi casa, el día en el que me dejó que lo vistiera de mujer y empezó a imitarme como un idiota... Cuanto echo de menos esta parte suya y sus locuras.
Se puso mi falda y mis medias, mi sujetador y colorete por toda la cara y yo me pinté los labios y le di besitos por las mejillas para dejarle marca, parecíamos tan iguales...
Éramos polos opuestos en una misma dirección.
Comida familiar, ese día lo recuerdo mejor que nunca, mis padres y mis advertencias hacia ellos de no comportarse como unos críos para evitar que John se sintiera incómodo.
Recuerdo que empezaron a cuestionar sus sentimientos hacia mí y a hacerle preguntas sobre su vida privada. Recuerdo también que él en ningún momento nombró mucho acerca de eso y ahora entiendo el porqué.
Sigo mirando y me encuentro con una imagen que siempre permanecerá en mis recuerdos, nosotros y esos besos tan intensos, tan mágicos, tan especiales y desprendedores de felicidad.
Echo en falta esas sonrisas, esos "te quiero", esas miradas compasivas cuando algo iba mal o el "no te preocupes" cuando los nervios me comían por dentro...
Y pensando y pensando me sitúo otra vez en París, la ciudad del amor, el amor que nos condujo a viajar allí para vivirlo con más vida y color.
Todavía lo recuerdo, fue hace dos años, en enero de 2000, como ya sabéis, a mí me gusta mucho viajar y queríamos hacerlo juntos, al principio estábamos indecisos, porque yo quería ir a Londres, su ciudad natal, y él prefería París y como pensé que él también merecía ver algo nuevo y que con él ir a cualquier sitio que no fuera ese sería especial, me conformé con ello y sinceramente no me arrepiento.
Fue uno de los viajes más divertidos y productivos que he hecho nunca, aunque me resulte difícil aceptarlo.
Vimos la Torre Eiffel, el Mont Saint Michel, fuimos a restaurantes exquisitos, nos alojamos en un hotel de 5 estrellas con sauna incluida, bebimos a más no poder, reímos como nunca antes lo habíamos hecho, gritamos de frío y nos pateamos la ciudad entera de arriba abajo como una parejita feliz.
Llevábamos un nivel de vida que yo desconocía por el momento y me gustaría no depender de él para poder seguir disfrutando, pero desgraciadamente no me lo puedo permitir.
Y aquí, ya de vuelta a Madrid, llegó nuestra primera discusión fuerte, creo que fue provocada porque él me decía que tenía que viajar por trabajo y que no podríamos vernos hasta dentro de dos semanas, supongo que a su mujer le decía lo mismo cuando estábamos juntos...
Y se convirtió tan familiar oírle decir eso que agotó el límite de mi paciencia y exploté.
Él al principio mantenía la calma, pero al final acabó chillando más que yo, subió la voz, me cogió del brazo y me dijo que no marcharía si no fuera por un buen motivo, que no era decisión suya hacerlo o no.
Recuerdo que siempre me decía:
- Cariño, sabes que, si por mí fuera, aquí seguiría contigo, pero me veo obligado a hacer mi trabajo, aunque vaya en contra de mi voluntad, te llamaré, lo prometo.
Y nunca fallaba en convencerme, siempre lo perdonaba y me quedaba de brazos cruzados sin saber qué hacer mientras él se iba de rositas.
Pero ahora ya no importa, nada del pasado importa y mucho menos él.
Ha sido un día muy largo, estoy agotada, se hace tarde y esta situación hace que empiece a dolerme la cabeza así que decido cenar algo para irme a la cama.
Y en cuanto llego, caigo rendida y el cansancio se apodera de mí.
Al despertar, mi cabeza da mil vueltas de campana, ya no recordaba el dolor del día anterior pero la verdad es que se ha reducido de manera considerable y lo agradezco.
Y aunque mirar esas fotos causó el retorno de algunos recuerdos que creía haber olvidado, he de reconocer que son el motivo por el que hoy decido madrugar, escoger mi mejor vestuario, desayunar energía y dedicar unos minutos al maquillaje para darle color a la cara tan adormecida que tengo.
Una hora después salgo de casa y me dirijo al trabajo.
Pero esta vez el sitio de Miranda está vacío, así que saludo con un simple "hola" y paso de largo lo antes posible para poder empezar a trabajar.
La entrevista que tuve ayer fue horrible, hay veces en las que mi pasión se convierte en odio, tener que soportar todas esas injusticias me resulta prácticamente imposible, ver el mundo y las desigualdades que conlleva es muy irritante para mí, pero al fin y al cabo es mi trabajo y me guste o no, debo hacerlo lo mejor que puedo.
Empiezo a redactar todo lo que mis ojos vieron y mis orejas escucharon, porque ser periodista consiste en calcar nada más que la realidad y lo que tus sentidos han podido percibir en tu entorno por muy injusto e impactante que parezca.
Mientras escribo, entro en otro mundo, es como si todas esas injusticias las viviera yo cada día y diera la piel para no tener que volver a vivirlas, por lo que para cuando me doy cuenta de que el teléfono está sonando, ha dejado de sonar. "Mierda"
Pero por suerte, tarda 10 segundos en volver a hacerlo.
- ¿Dígame?
- ¡Laura, tráeme el informe!
Parece enfadado.
- Lo siento muchísimo enserio, lo hice cuando me lo pidió, pero no me acordé de dárselo.
- ¡Lo quiero en mi despacho ya! Que sea la última vez que tengo que ir detrás suyo.
- Sí, entendido, no se preocupe que ahora mismo me tiene allí con su informe.
Me apresuro en cogerlo y dejo el artículo para más tarde.
Empiezo a andar deprisa, pero en cuanto llego al ascensor tropiezo con un hombre y se me caen los papeles.
- Perdone señorita, disculpe las molestias, ahora mismo le ayudo a recogerlos.
Es tan tan... tan guapo, me quedo mirándolo como una boba sonrojada.
- Aquí los tiene.
Me avergüenzo por mi reacción y decido hablar antes de que coja una imagen equivocada de mí.
- Muchísimas gracias, no se disculpe, ha sido culpa mía.
Intercambiamos una mirada que no sé cómo describir.
- No de eso nada, no ha sido culpa suya. ¿Y usted es?
- Laura, Laura García, periodista de la empresa, encantada.
- Igualmente. Mi nombre es Adam y soy el nuevo repartidor de diarios.
- Mucho gusto Adam, siento tener que despedirme así, pero tengo prisa y mi jefe me va a matar.
- Tranquila, el trabajo es el trabajo y el jefe es el jefe. ¡Hasta pronto!
Estoy agitada, mi corazón va a mil por hora y no sé porqué, pero como no me dé algo de prisa acabaré despedida.
El baño está cerca del despacho de Arturo y como sé que no es bueno dejar que me vea así, decido pasarme por ahí para arreglar algo mi aspecto y después de algunos retoques, me planto en su puerta, con la respiración ya pausada, rezando para que no sea la última vez que pise esta empresa.
- Hola le traigo el informe.
- Ya era hora, que no vuelva a ocurrir, el trabajo no puede esperar.
- Por supuesto que no, lo siento mucho de verdad.
- Basta de disculpas, tranquila, gracias por traerlo.
- Es mi deber. Si me disculpa.
- Laura, espera.
- Dime.
- Que te iba a decir... que tengas un buen día.
- Gracias, igualmente.
Después de notar algo de incoherencia en sus palabras, vuelvo a mi puesto de trabajo dispuesta a trabajar.
Al cabo de unas horas, miro el reloj y me pecarto de la rapidez en la que las agujas han girado, ya es la hora del descanso que me corresponde, así que me apresuro en llamar a Miranda, pero alguien toca a la puerta y cuelgo al mismo tiempo.
Es Miranda.
- ¡Hola! Pasa, no te quedes ahí, ahora mismo te estaba llamando.
- Hola Laura, he venido a buscarte por si querías ir a comer, como siempre.
- Por supuesto que sí, recojo el papeleo y nos vamos.
- Está bien.
Me asombran este tipo de casualidades, cuando se trata de amor no suelo creer en ello, prefiero darle más valor al destino, pero este no creo que sea el mejor ejemplo para hacerlo.
- Venga date prisa que he reservado en un restaurante que te gustará.
- ¿Enserio? ¿De cuál se trata?
- Ya lo verás, pierde toda la gracia si te lo cuento ahora.
- Cierto. ¿Pero tu cómo estabas tan convencida de que aceptaría la propuesta?
- Te conozco muy bien y no es muy difícil acertar, puesto que siempre vamos a no ser que surja algún imprevisto.
- He de reconocer que por una vez estoy de acuerdo contigo.
- ¿Por una? Yo diría que una es poco, siempre tengo la razón y lo sabes.
- Bueno, bueno.... No te sobresaltes.
- ¿Oye, y a que se debe tanta elegancia? Pareces otra.
- Pues a que la Laura triste y apagada se ha ido para dar lugar a la que tienes enfrente.
- Así me gusta, te mereces lo mejor. Y, por cierto, te sienta muy bien ese vestido.
Me regala una de sus sonrisas encantadoras y le devuelvo alagada.
- Muchas gracias, me lo pondré más a menudo.
De pronto, me pongo a reír como una loca y lo peor es que no sé por qué.
¿Qué me ocurre? Hacía mucho tiempo que no me sentía tan libre, tan feliz....
- ¿Y esa risa floja? Como he dicho antes creo que te conozco lo suficiente como para saber que hay algo que deberías contarme.
Respondo entre carcajadas.
- Mmmm... sí, podría ser, pero vayamos al restaurante ese del que me has hablado que se hace tarde, allí te lo contaré todo.
- ¡Es verdad! Se me había olvidado, corre, corre. ¿Estás lista?
Por suerte, la situación consigue devolverme la poca seriedad que me queda y para mi sorpresa, dejo de reír. 
- Claro, hace rato que lo estoy. Venga vamos.
- Sí, sí... vayamos que la curiosidad me comerá antes de que logre alimentar este estómago.
En realidad, sigo sin saber el motivo que me ha llevado a actuar así, pero conozco mejor que nadie mis sentimientos y aunque no me guste la idea, creo que hay una posibilidad que no debería descartar.
Llegamos al restaurante y puedo afirmar con total seguridad que es la primera vez que Miranda va desencaminada en lo que respecta mis gustos, ya que la decoración no me acaba de convencer. Pero tampoco quiero desilusionarla, por lo que mis palabras carecen algo de sinceridad.
- ¿Te gusta? ¿A que es bonito?
- Si... está bien.
Intento marcar una sonrisa que a mi parecer acaba siendo poco creíble.
- Me conozco esa respuesta.
- Nono de verdad, es diferente.
- Pues que raro pensaba que la decoración no te gustaría.
- ¡Si me has dicho que me encantaría!
- Una cosa es la comida, y otra muy distinta el entorno.
- Ay ay ay... que bien me conoces. Ya decía yo que era raro que te equivocaras.
- ¿Pero tú no decías que te gustaba?
- Mmmm... digamos que era una mentirijilla para no hacerte sentir mal.
Se ríe.
- Ya me suponía...
- A veces das miedo.
- Puede, pero siempre seré yo la que te conozca mejor que nadie.
- ¿Y cómo sabes que siempre será así?
- Bueno, hasta el día en el que se cumpla el cuento de hadas que siempre has deseado tener.
Lo recuerdo a él, su cortesía, su mirada fulminante y su capacidad de seducción que ha conseguido añadir el optimismo que por ahora desconocía en mi vida.
- Si pues... Digamos que ha aparecido un príncipe en mi historia.
Me sonrojo.
- ¿Cómo? ¿No me dirás que por eso te has puesto a reír como una loca, ¿no?
Afirmo con la cabeza.
- ¡Ay madre! Ya puedes estar contando.
- Vamos a ver, tampoco te emociones que tan solo me ha dicho su nombre. Pero ha sido tan impactante...
- ¿Qué ha pasado?
- Típico momento de película en el que dos personas tropiezan y se produce un contacto visual.
- Sí, sí, no me digas más, típico momento en el que te cagas en todo porque a tu "bonita" amiga le ha sucedido lo que tu llevas media vida esperando.
- Celosilla... Eh, pero no ha sido tan exagerado como lo estoy contando y mi reacción no ha sido muy acertada que se diga.
Frunce el ceño pidiendo una explicación.
- Me he quedado embobada sin darle una respuesta a sus preguntas.
- Pivonazo, supongo.
- No tenía mucha pinta de ser de aquí. Morenazo, alto, fuerte, labios gruesos, sonrisa implacable y una mirada intimidante.
- Tal y como lo describes ansias mis ganas por conocerlo. Por cierto ¿tienes su número?
- No. ¿Estás loca? ¿Cómo se lo iba a pedir sin apenas conocerlo?
- Es lo más esencial para iniciar una relación. Dime sino como piensas contactar con él.
- No tenía pensado hacerlo, aunque la curiosidad me mate por dentro.
- Tengo una idea. Deduzco que trabaja en la empresa, ¿no?
- Sí. Dispara.
- Perfecto, es tan fácil como preguntar por él. Yo lo haré y me inventaré una excusa para hacerlo venir hacia mi despacho, en cuanto lo haya encontrado, te hago una llamada y apareces como si de casualidad se tratara.
Me quedo deslumbrante con su seguridad a la hora de tomar decisiones.
- Atrevida pero buena idea. Es el repartidor de la empresa así que no lo tendrás muy difícil.
- ¿Nombre?
- Adam.
- Pues mañana me pongo manos a la obra.
Le doy las gracias como de costumbre y poco más tarde ella tiene que volver
al trabajo, pero yo me he permitido el lujo de cogerme la tarde libre, por lo que decido ir a visitar a mis padres.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Jan 25, 2017 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

El destino ya está escrito.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora