Ayden
La potencia de mis palabras debe haber golpeado demasiado fuerte, pero no he encontrado un filtro para amortiguar la fuerza de su impacto. No quiero ni imaginar lo que está pasando por su cabeza en este momento. Estoy igual que destruido que él. Necesito que hable, que me diga algo. El silencio me está matando, pero no puedo presionarlo, no ahora. No luego de haber revelado semejante atrocidad.
Para mi poca tranquilidad, Austin sigue abrazándome de la misma manera que desde que le pedí que lo hiciera. No se ha movido, y tampoco puedo ver su cara por la posición en la que nos encontramos, pero estoy seguro que debe estar aturdido, desorientado y tan confundido como yo cuando lo escuché de la boca de mi madre.
— Austin. —Susurro con un hilo de voz.
Nada.
— Yo... nosotros... he estado dándole muchas vueltas y... y creo que podríamos lidiar con la situación. Nunca te he visto como un hermano, ¿por qué hacerlo ahora?
Sólo noto que mueve su mano para limpiarse las lágrimas. Está llorando, pero es un llanto insonoro.
— Además —tomo aire—. Nadie tiene por qué enterarse.
De repente comienza a separar su cuerpo y noto como su barba me raspa el pómulo mientras levanta su cabeza de mi hombro.
— Ese es el punto. —Contesta mirándome con los ojos llorosos, aunque con la mirada perdida—. ¿Por qué diablos debemos escondernos todo el tiempo? ¿Por qué condenarnos a esa tortura por el resto de nuestras vidas? Estoy... —suspira—. Estoy cansado, Ayden. Me rindo.
¿Qué? ¿Rendirse? De todo lo que podría escuchar, eso era lo que menos esperaba. Estoy dispuesto a que me insulte, a que me grite, a que me exija explicaciones... pero no a que se rinda.
— No me digas eso, por favor. —Respondo sin romper el contacto visual y anudo mis manos alrededor de su espalda baja.
— ¿Qué quieres que te diga? Eres mi hermano. ¡Mi puta sangre! —Dice elevando la voz mientras intenta despegarse de mí.
— Ya lo sé, Austin. He cargado con ese peso desde que mi madre me lo ha dicho, pero no me importa. No me importa porque te amo, y no como a un hermano. Te amo como la persona que elijo para vivir el resto de mi vida —confieso apretando más mis brazos para que no se suelte.
— ¿Lo has sabido y aún así dejaste que pasara lo de esta mañana en el baño? —responde con el ceño fruncido y empujándome para poder ponerse de pie.
— Lo siento.
Inmediatamente me siento un asco de persona. ¿Qué he hecho?
— Eres... —grita apuntándome con un dedo pero cierra la boca al no poder encontrar las palabras adecuadas—. No sé qué decirte. Esto se nos ha ido de las manos.
Sus palabras me están destruyendo, pero una parte pequeñita de mi lo comprende. Al menos yo tuve a la persona indicada para gritarle y descargar todo mi enojo, en cambio él solamente me tiene a mí.
Observo cómo el dolor le corrompe todos los átomos del cuerpo mientras camina de un lado a otro con las manos en la cabeza. No sé qué hacer, no sé cómo reaccionar. ¿Qué se debe decir en este tipo de situaciones?
— Helen y Brooke se conocieron aquí, en Portland —comienzo a explicar sin mencionar la palabra "padre" o "madre", puesto que sonaría demasiado extraño en este momento—. Él era un borracho, y ella una pobre gobernada. Luego de un tiempo, Helen quedó embarazada de mellizos —sigo hablando en tercera persona. Se siente menos torturante de esta manera—. Al tiempo, las cosas se complicaron entre ellos, por lo que creyeron que lo mejor sería dividirse las tareas. Tú con Brooke y yo con Helen.
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Mi Casualidad Eres Tú
RomantizmUn encuentro que derriba esquemas, porque el amor verdadero no tiene límites. Es una novela para lectores con la mente muy abierta. Dicho esto, y si todavía te crees capaz de soportarlo, te invito a que te aprietes el cinturón y disfrutes del viaje...