Allegra no está sola

I. Cómo encontré a Marcos

Decidí que Marcos era el hombre de mi vida la primera vez que lo vi. Tan alto, esos ojos tan verdes y esa mandíbula tan ancha.

Él estaba genial. Con una camiseta negra y unos pantalones vaqueros desgastados. Llevaba una cámara enorme.

Yo no estaba en mi mejor momento, lo reconozco. Vestía mi uniforme de batalla: camiseta larga, leggins y botines negros con tachuelas.

¿Y el pelo? El pelo más horrible que puedas imaginar. Había intentado peinarme unas ondas surferas. Parecía tan fácil en el tutorial de Youtube... Pero no, no era tan sencillo. De hecho, no era fácil para nada.

Así que, tras dos horas de intentos, el pelo me caía sin brillo en los hombros. El eyeliner se derretía por el párpado. Pero decidí hablarle.

No sé dónde encontré el valor para acercarme y presentarme.

-Me llamo Allegra -, le dije en cuanto encontré la ocasión.

Estábamos en un encuentro de la facultad de periodismo. Yo estaba allí porque los principales medios del país buscaban talentos para unas prácticas de verano. Marcos, me explicó luego, sólo se había acercado a curiosear. Ni estudiaba periodismo, ni su trabajo tenía nada que ver con la imagen. Sólo quería curiosear.

Tardé poco tiempo en saber que curiosear era lo suyo. Interesarse por todo. Como cuando me preguntó mi teléfono. Y yo le di el número.

-¿Tienes Whatsapp? -, me preguntó.

"¿Quién no?", pensé yo.

También tardé poco en descubrir que él lo tenía, pero apenas lo usaba. Siempre tardaba una media de dos horas en responder a la más inocente pregunta.

No me importó. Algo me decía que él siempre estaba, aún sin recibir respuesta.

Así que dos películas, tres cafés en Starbucks, cuatro paseos con mi perro "Derek Sheperd"  y nueve horas de charla telefónica después, empezamos a salir.

De eso hacen ya cinco meses.

Yo sigo igual de enamorada.