Capitulo uno: Un cambio en mi vida

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Las gotas de lluvia mojaban el vidrio de la ventana de mi cuarto, paz y tranquilidad eran las palabras exactas que describían como me sentía.

-¡JASMÍN! ¡RÁPIDO DESTIENDE LA ROPA ANTES DE QUE SE MOJE! –Gritó mi mamá rompiendo la burbuja de paz en la que estaba, solté un suspiro mientras me ponía de pie y tomaba un cesto. Caminé y grité por la escalera.

-¡Ahí voy! –Sabiendo que mi mamá me había escuchado corrí por las escaleras de la terraza y empecé a sacar la ropa de los cordeles antes de que se mojaran. Era la misma rutina cada vez que llovía, la única diferencia aquí, es que estos no eran los mismos cordeles, ni la misma casa en que solía vivir. Hace tres días nos habíamos mudado a esta nueva ciudad, mi padre había sido ascendido a un nuevo puesto en su trabajo, y eso indicaba que teníamos que cambiar de casa. A pesar de que no puse resistencia alguna, en el fondo... No quería mudarme, había vivido toda mi vida en Seattle y realmente no podía acostumbrarme al ajetreo y forma de vivir de New York. Aparte todos mis amigos estaban en mi antigua ciudad y me gustaba mi colegio. Solté un suspiro mientras bajaba por las escaleras y llevaba el tacho lleno de ropa a la habitación de mis padres. Me miré en el espejo mientras me acomodaba el cabello ya que estaba revuelto. Hice una mueca cuando noté que mi piel se había bronceado un poco, claramente eso no me convenía, no porque se me viera mal, si no que viviendo en un país donde todos tienen la piel color "leche" y yo siendo una latina, obviamente tenía que cuidar un poco más de mi piel para no llamar tanto la atención.

-¡Jasmín, la comida está servida! –Gritó por las escaleras mi mamá, no pude evitar sonreír, el comer siempre me animaba.

-¿Ya tienes listo tu uniforme? –Preguntó mi papá sentado en la mesa tomando un sorbo de su jugo.

-Sí, lo acabo de planchar. –Le respondí. –Aunque es raro, por lo general aquí no se usan uniformes.

-Bueno, tal vez ese colegio debe ser la excepción. –Respondió mi madre poniendo un plato de comida frente a mí. Mis ojos brillaron, el único lugar en el que podía disfrutar de mi querida comida Ecuatoriana era en casa. Sí, mi país natal es Ecuador pero crecí en los Estados Unidos, aunque eso no impidió que aprendiera el Español Latino, de todas formas aquel es mi lenguaje natal.

-Tal vez. –Murmuré entre dientes mientras masticaba.

-De todas formas. –Prosiguió mi papá mirándome con sus ojos mieles, ojos que por desgracia yo no heredé. –Dejé sobre la mesa la dirección de tu nuevo colegio, no puedo irte a dejar mañana, me llamaron del trabajo y tendré que salir más temprano ¿Crees que podrás ir tu sola?

-Claro. –Le respondí encogiéndome de hombros.

-De seguro te pierdes. –Replicó mi mamá suspirando. –Ni siquiera en Seattle conocías las calles ¿cómo vas a llegar en una ciudad completamente desconocida para ti? conociéndote de seguro terminas en California.

-¡Mamá! –Exclamé haciendo un ligero puchero. –Qué poca confianza tienes en tu hija.

-Pero si es la verdad. –Respondió ella con calma.

-Tal vez antes me perdía, pero ahora no. –Le dije dándole un sorbo a mi jugo. –ya tengo diecisiete años, puedo llegar sana y salva.

-Bueno. –Nos interrumpió mi papá. –De cualquier manera lleva el celular, nos llamas si algo te pasa y nosotros iremos por ti.

-Está bien. –Respondí complacida mientras terminaba de comer, me sentía algo nerviosa, no tenía idea de cómo sería mi nuevo colegio, solo esperaba que todo saliera bien.

[...]

-¿Por aquí está bien, niña? –Me preguntó el taxista mirándome por el espejo retrovisor.

LAS DOCE DIMENSIONES OCULTASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora