—¡Pero es una locura! ¡Llevamos una hora y media esperando el metro! ¡No es posible esto! —exclamaste sin dar oportunidad de poder responder los reclamos que salían de tu boca.
El hombre que se encargaba de vender los boletos para poder acceder al gran vehículo no buscaba las palabras correctas para hacer calmar a todo el gentío que reclamaba el retraso de este. Te miró con la boca abierta y se limitó a hacer una mueca dando a entender que no era culpa suya.
No te quedó de otra así que te obligaste a alejarte de toda la gente que seguía reclamando al pobre hombre.
Te quedaste cruzada de brazos pensando en una buena excusa para evitar los típicos reclamos de tus padres. Pero no era tu culpa este retraso, no esta vez.
Observaste todos los alrededores que pertenecían a ese túnel donde el metro hacia su recorrido. Era un tanto fúnebre pero a la vez tenía ciertas particularidades que lo hacían ser especial. Casi hermoso.
Cruzando las vías observaste la silueta de un hombre, un hombre alto, vestido de negro con unas gafas del mismo color. Se veía tan apuesto que te puso la piel de gallina.
¿Por qué estaba solo? Pensaste. Aunque, a decir verdad, también tú estaba sola.
El hombre estaba escuchando música, lo dedujiste ya que tenía puestos unos audífonos.
Se veía tranquilo, dispuesto a esperar todas las horas del mundo a que el metro llegase. No tenía prisa, bueno, al menos eso pensaste ya que si la tuviera estaría gritando junto con toda la gente.
De pronto, unas ganas indescriptibles de acercase a él te dominaron. Pero era extraño, tú ni le conocías como para acercarte a él.
¿Qué nunca les ha pasado algo así? Que de repente vas caminando por la calle y te encuentras con un chico, un chico que hace que te pongas tan nerviosa que hasta tu nombre se te olvide, esa clase de chico que podría derretir cualquier cosa con su físico. Esa clase de chico que sabes que no volverás a ver en tu vida.
Bueno, esa tarde fue cuando pasó. Te habías enamorado del extraño del metro.