El amanecer

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Tras un largo viaje, llegué a mi casa con mi primo José Luis, habíamos viajado mucho en su camioneta para ir por materiales para el mantenimiento del maíz de la temporada. Tardamos demasiado por que mi hogar esta muy aislado de la sociedad. Lo cual no me importa ya que me encanta el silencio que este provoca. Todas los amaneceres se oyen el cantar de las aves. Y el sonido de los arboles. La música que provoca el agua del canal hace que mi piel se erize.
Entre a la casa y mi primo seguía bajando algunas cosas. Deje mi gorra en la mesa de la cocina y me dirigí a prepararme una taza de café. Lavé la taza y seque con un trapo. Puse a hervir agua mientras miraba por la ventana a mi primo desmontando unas cuerdas, un frasco y gasolina para el tractor. Al apagar el agua limpié el sudor y mugre de mi frente. Mi ropa apestaba, así que me quité la camisa de cuadros para quedar en camiseta blanca. Terminando de hacer mi café oí un ruido afuera, elevé la mirada y ya no se allaba mi primo ahí. Lo busque con la mirada e incluso me acerque más a la ventana. Todo se veía obscuro. Algo golpeo contra la ventana, era mi primo deshangrando. Me exalté y me eche para atrás. Luis me miraba fijamente mientras que reposaba ambas manos en la ventana. Su garganta excurría. Me levanté rápidamente. Y algo lo agarró y se lo llevo de un tajo. Huyendo con él. Tomé rápido una lámpara de mi mueble de la cocina y en el armario tomé la escopeta que me fue heredada por mi abuelo. Era muy vieja y no contaba con balas adentro de ella. Arriba de ella se allaba una caja de cartón con varias municiones. La cargue y sali lo más rápido de mi casa. Saliendo me dirigí caminando al Oeste de mi hogar. Llendo directamente a donde se allaba la camioneta. Con la lámpara alumbraba las partes obscuras de mi hogar.  No se allaba rastro de José. Ni huellas, ni manchas de sangre. Es como sino hubiera pasado nada. Un levé sonido hizo que mis sentidos se agudizaran, con perdida de equilibrio y rápidez tomé la lámpara y la encendí, alumbrando de bajo de la camioneta. Se veía sus piernas de él entrando. Intenté tomarlas, pero fue demasiado tarde. Fueron consumidas por la obscuridad. Me agache a mirar. Sabía que no debía tener miedo por que no corría ningún peligro si era el caso de  coyotes o algún perro con rabia. Ya que mi escopeta se encargaba de esas pestes. Al terminar de agacharme nada se allaba en esa fría obscuridad. Fue medio minuto ahí, sin nada de ruido. Lo cual era raro. Ya que a esas horas se oían los grillos perfectamente bien. Pero no era cualquier obscuridad. Era como si alguien estuviera ahí. Un ser. Me concentre para sentir su respiración. Un leve aire hacia mi hizo recobrar el poco miedo que tenía. El ser abrio los ojos. Y no eran unos ojos normales. Sus ojos eran amarrillentos y demasiado grandes para ser de una bestia normal. Rápidamente tomé la escopeta, pero al parecer el ser era más rápido. Solo llegué a ver una de sus patas escamosas y rosadas. Como si fuera piel de animal al descubierto. Estaba arriba de la camioneta. Logré pararme y disparé al techo de ella. El ser salto encima de mi dejando un hueco en la ventana y abollado el techo.
Se allaba detrás mío. Sentí su fría respiración en mi nuca. Me di una marometa de lado y me apoyé del capó del auto para resbalar y encontrarme del lado contrario de la bestia. Halzando la mirada. La bestia no se encontraba ahí. Tenía mucho miedo. Mis piernas temblaban y mi respiración se acortaba. Podía oír el ruido de mis latidos.
-"Bom, bom. Huyé de aquí"-. Decía mi corazón. No le hice caso. No podía dejar ahí a mi primo a su suerte, no podía dejarlo con aquella cosa del frasco del mercado. Si él seguía vivo. Quería llevarmelo conmigo. Abrí el auto y metí las llaves en mi bolsillo izquierdo. Dejando el auto con la puerta a medias. Para un fácil acceso. Caminé a urtadillas para que la bestia no me llegara a oír. Me dirigí al lado sur de mi casa. Detrás en la cochera. Llegando ahí sin querer pise una hoja de maíz. Los sensibles y agudos oídos de la bestia oyeron el crugir de la hoja. Rapidamente abrí la cochera y busque a mi primo.
-¡Luis! ¡Luis!-. Retumbaba su nombre en mis oídos. No estaba ni cerca de encontrarlo. La bestia intentaba romper la puerta de la cochera. Descuidadame le disparé hacia ella. El mirar de la bestia me observaba fijamente por la apertura. Yo lloraba por temor a mi vida. La bestia intentaba de todo para entrar. Metía su sucio ocico apestoso por la grieta. Podía admirar su lengua de un gris podrido y colmillos deformes. Delizaba sus afiladas garras en la madera. Sin cuidado apunté a su dirección y disparé. La bestia resivio un balazo en el su ojo amarrillento derecho hasta volverse un negro sin alma. Sus alaridos retumbaron en todo el lugar. Bastaba creer que él había muerto de ese balazo. El lugar andaba en silencio. Todo ahí estaba muerto.
Abrí la puerta y al ver que no se encontraba en el suelo, pensé lo peor. Dando pequeños pasos miraba a todos lados. La obscuridad hacia que mi linterna le costara hacer su trabajo. Mi corazón estaba al cien. Mis latidos se sentía en mis labios. Dejandome temblar de miedo.-"Ángel, Ángel"-. Una voz decía mi nombre.-"Ángeeeel ¿Dónde estas Ángel? Ayudame"-. La reconocía. Todo mi miedo desaparecio. Sentía un gran alivio al oír la voz de mi primo. Corrí hacia el auto donde estaba el origen del sonido. Todo se veía borroso y mis ojos empezaron a notar una neblina verdosa. Mi cuerpo presento un mareo extremo. Con un asco enorme me apoyé en la madera crujiente de mi casa. Estaba a unos cuantos pasos de mi automóvil. Al lado de la puerta trazera de la izquierda del auto se allaba un bulto un poco borroso. Dejé caer mi lámpara y froté mis manos contra mis ojos. El mareo me evitaba pensar con claridad. Al esforzar mi mirada observe con detalle que Luis estaba agachado dandome la espalda. Sus manos se allaban en su cuello. Con gran apuro solte el arma y me dirigí hacia él. Su figura empezó a deformarse y sus huesos tronaban.-"Ángel ¿Por qué lo dejamos subir a la camioneta?"-. Voltendose Luis desangraba y sus ojos cambiaron, uno amarrillento y al otro un negro vacío. Se comenzó a parar y ya media dos metros de altura. Reposando su mano en la camioneta dejo las marcas de sus afiladas garras. Caí de espalda y el sudor frío recorría mi piel. No podía moverme. Sentía la muerte venir por mi. Con la mirilla de mis ojos logré alcanzar a ver mi arma a una corta distancia de mi. Mi vida dependía de que tan rápido me movería. La bestia dejo caer saliba y con ella un frasco. Llorando pensaba. -"Nunca debí comprarle ese maltido frasco a la niña"-. Ese fue mi último pensamiento lógico. Entre sangre en mi mirada llegó a ver el amanecer. La bestia me arrastra de bajo de la camioneta...
Logró...
Logró escuchar el cantar de las aves.

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