La siguiente semana transcurrió lenta y pesada. El humor de Paula estaba como el tiempo, muy gris, y aunque intentaba disimular todo lo que podía, todo este embrollo con Jorge la tenía con el cuerpo del revés. No entendía nada, ni siquiera se entendía a sí misma ¿Por qué tenía que ser tan complicado todo?, ¿no podían haberse conocido de una forma más tradicional?
El jueves se escapó a darse un capricho a una tienda de lencería muy mona y muy cara. Siempre que pasaba por delante del escaparate se quedaba embobada mirando ¡Cómo le gustaba todo lo que tenían! Era muy elegante y sexy al mismo tiempo. Los encajes, las blondas y los ligueros ocupaban todo el escaparate.
Hoy entro, me lo merezco. Aunque sea para ponérmelo por casa me lo voy a comprar, ya está bien. Y así entró Paula al paraíso de la ropa interior de lujo.
Varios metros atrás, alguien llevaba un rato observándola, pero no se acercó a saludarla, sino que se sentó en una terraza de la rambla y se dispuso a leer la prensa local, mientras se tomaba un café con hielo. Camuflado con el diario pudo observar como Paula entraba en la tienda y, como al cabo de un rato, salía de nuevo. Esperó que se alejara de la tienda y entonces entró él.
—Buenas tardes, señorita.
—Hola, caballero, buenas tardes ¿En qué puedo ayudarle?
—Pues mire, resulta que ha entrado una amiga mía hace unos minutos y quisiera saber si ha comprado algo. Pronto es su cumpleaños y quiero regalarle algo que verdaderamente le agrade.
—Sí, acabo de atender a una chica, pero no ha comprado nada. Volverá en una hora aproximadamente para decirme si se queda el conjunto que se ha probado o no. Lo tengo reservado porque solo traemos una talla de cada modelo.
—Perfecto, yo se lo dejo pagado, así cuando vuelva se lo entrega usted envuelto y le da el tique por si tuviera que cambiarlo o cualquier otra cosa.
—Entendido, no hay problema, ahora mismo lo envuelvo para regalo y le hago el tique por duplicado para cualquier cosa que necesiten. Mire, serán 225 euros.
Ostras, menudos gustos doña Paula, espero vértelo puesto algún día. Ya buscaré la manera. De momento me conformo con regalártelo e imaginarme como te queda.
—Tenga, señorita, cóbreme rápido que no quiero que me vea aquí. Quiero que sea una sorpresa.
—Aquí tiene, su tique, y muchas gracias por su compra.
—Adiós y gracias por su complicidad, señorita.
Jorge salió a toda prisa y se volvió a sentar en la misma terraza. Continuó leyendo el diario de hacía un rato como si no se hubiese movido de allí.
Paula llegó a la tienda dispuesta a excusarse con la dependienta. No creía oportuno gastarse tanto dinero en un capricho así. Seguro que en alguna cadena podía encontrar algo bien bonito y muchísimo más asequible a su bolsillo.
—Hola, he estado aquí hace un rato. No voy a quedarme el conjunto, lo siento. Gracias por reservármelo.
—Disculpe, aquí lo tiene.
—No me ha entendido. No me lo voy a quedar finalmente, me sabe mal haberle hecho perder el tiempo, yo...
—No, no, disculpe, ya está pagado. Un caballero ha venido a pagarlo y me ha dicho que se lo dejara envuelto para cuando volviera usted. Me ha dicho que es un regalo.
—¿Le ha dejado su nombre?
—No.
—Pero en el tique de la Visa pondrá su nombre, ¿no?