Capítulo 3: La familia unida

59 4 0
                                    

—¡¿Qué?! ¡¿Cómo que el principio del fin?! —Exclama Julián: Éste empieza a caminar en círculos, con ambas manos en la cabeza, evidentemente preocupado —No, no.. ¡Esto no puede estar pasando! ¡Los zombies no existen, nosotros no somos héroes de películas de acción... Simplemente no! De todas las personas de la escuela, nosotros estamos vivos.. ¡¿Por qué?! ¡Deberíamos estar muertos!
Me acerco rápidamente a Julián y lo abrazo. Éste, mágicamente, parece tranquilizarse y sentirse mejor. Siento las miradas de los demás observando sorprendidos.
—Tenemos que vivir, Juli... Vamos a vivir
Mi mejor amigo es un chico muy nervioso: Siempre se desespera cuando no sabe cómo reaccionar a una situación. Pero, al igual que para mí, nuestros abrazos siempre son la clave para tener una dosis de paz.
—El numerito me daría muchísima ternura, parejita feliz.. ¡Si no fuéramos los únicos seres vivos en la faz de la Tierra!
—Eres un exagerado, Javier, ¿Realmente crees que somos los últimos seres vivos?
—¡Alejandro, me sorprendes! ¡Tú sabes cómo son las series de zombies!
Entonces siento la presencia de alguien detrás de mí: Posteriormente, un leve susurro de la persona en cuestión, me acaricia el oído.
—Se le han ido todos los capítulos de Zombies Al Amanecer al cerebro
Voz de Franco. Palabras de Franco. Humor de Franco.
Me río forzosamente del chiste y me separo rápidamente de él: Quizás debido a lo de la caída, pero hoy me pone más incómoda de lo normal.
—Hey, fanáticos de la irrealidad, ¿Alguno se ha preguntado por nuestras familias? —Habla Federico, por primera vez. Es el mejor amigo de Lautaro así que no hay mucho que decir: De tal palo tal astilla.
La pregunta de Federico resulta ser un golpe en la cara para todos nosotros. Nos hace reaccionar, al menos por unos segundos: Nos hace ser conscientes de que este caos es real y quizás no seamos los únicos involucrados.
Pasa un minuto de silencio: Algunos pensando qué será de su familia, otros asumiendo su fin, imagino.
Decido hablar.
—Yo... Yo no quiero buscar a mi familia
Las miradas de sorpresa de los chicos se clavan en mí.
—¿Por qué? —Pregunta Tiziano. Él es un gran amigo de Lautaro y Federico, pero se caracteriza principalmente por su simpatía, más que por su ego o su inteligencia.
—No quiero verlos así... Convertidos en estas cosas. Además, si están vivos, dudo mucho que continúen en mi casa. No sabemos hasta dónde se expandieron estos monstruos... Pero lo más probable es que hayan llegado a los hogares de todos los que vivimos por aquí. Simplemente no podría... No podría soportar ver a mi madre, a mi padre y a mi hermana convertidos en.. ¿Cómo vamos a llamarles a estas cosas?
Los chicos responden "zombies" rápidamente. Acepto que es el término más correcto: La verdad se parecen bastante a los muertos vivientes de la ficción.
—Bien... No quiero verlos convertidos en zombies
Mis compañeros comienzan un debate que dura unos minutos: Si bien al principio lo dudan bastante, todos terminan por decidir y decantarse por lo mismo que yo.
Durante ese lapso, una idea aparece repentinamente en mi cabeza.
—Hey
Mis compañeros de clase me observan detenidamente.
—Sé de un familiar mío que podría continuar con vida...

—¿Estás segura de que lo encontraremos aquí? —Me pregunta Javier: Se sostiene fuertemente de las rejas negras y espía la casa entre los huecos de las mismas.
—Cien por ciento segura no estoy, realmente —Respondo desde tierra firme, observando por la mirilla del portón —Pero hay muchas posibilidades
Javier tantea con su pie derecho el muro que hay debajo de las rejas, y en cuanto encuentra un pequeño espacio baja ambos para consecutivamente saltar hacia el suelo.
Vuelve a dirigirse hacia mí.
—¿Por qué lo piensas?
Suspiro.
—En realidad no tengo idea... Es sólo intuición femenina
—¡¿Nos hiciste venir hasta aquí sólo por intuición femenina?! —Exclaman varios de los chicos al unísono.
Estamos frente a la casa de mis tíos: En este lugar viven ellos y sus dos hijos, mis primos, Ignacio (Apodado Nacho) y Florencia (Apodada Flopy). Llegar hasta aquí fue muy difícil, debido a que vivimos bastante lejos, con unas cuantas rutas y barrios de diferencia. Javier y yo sabemos manejar, debido a enseñanzas de nuestros padres en caso de alguna emergencia, por lo que tomamos dos autos y vinimos hasta aquí en un viaje de dos horas. Misteriosamente, encontramos los autos en las cercanías de la escuela: Estaban abiertos, con la llave puesta y muchísima gasolina. Dentro de ellos, los zombies no pudieron hacernos nada.
Nunca sabremos si fue el destino o un golpe de suerte, aunque no encontramos ni un alma conduciendo por las carreteras.
La casa está protegida por una pared baja que, sobre ella, tiene unas largas y puntiagudas rejas negras. La entrada, antes de la puerta principal de la casa, posee un gran y duro portón que asegura el patio delantero.
—No sólo fue intuición, estúpidos... Nacho está vivo, lo sé. Hizo karate varios años... Si tuvo que enfrentarse con alguna amenaza, lo más seguro es que haya ganado
—Vayamos al punto —Habla Javier —Tenemos que entrar
—Yo me ocupo de eso —Dice Mauro —El portón está algo viejo y oxidado, con un poco de fuerza podré tirarlo.
Y nadie lo discute: El chico mide al menos un metro ochenta y, por sus musculosos brazos, debe tener una fuerza terrible. A veces es gracioso pensar que es el mejor amigo de Javier desde la infancia, ya que le lleva aproximadamente una cabeza pero es mucho más serio y tranquilo que él.
Mauro se acerca al portón y, empujando con ambos brazos y toda su fuerza, logra derribar el portón. Al tocar el suelo, éste produce un estruendo que me sorprende que no atraiga a todos los zombies en un radio de bastantes metros.
—Eh... Sólo para aclarar —Habla Julián y todos volteamos a verlo —¿No era más práctico tocar el timbre primero?
Todos nos miramos confundidos: Pedazo de idiotas... El cerebro ya no nos funciona por culpa del miedo y la distracción que nos generan los zombies. Quizás en otras circunstancias, nos habríamos reído de esto... Pero no es el momento.
Entramos al patio delantero del hogar y observamos de reojo cada rincón del mismo: Debemos estar alerta, aún más teniendo en cuenta que sólo tenemos armas muy pobres como tijeras y cuchillos de cocina.
Alejandro se nos adelanta y abre un poco la puerta de la casa sin ni siquiera golpear: No tiene llave.
Todos se quedan quietos y entiendo que, como yo soy quien conoce a los miembros de la familia, debo entrar primero.
Pero, cuando estoy a punto de cruzar la entrada principal, me detengo en seco cuando un cuchillo me roza el cuello a través de la pequeña abertura de la puerta entreabierta.
Ahogo un grito pero me las ingenio para ver a través del hueco quién sostiene el utensilio: Para mí sorpresa, me encuentro con mi otro primo, Luciano.
Intento hablar, aunque sigue siendo tremendamente incómodo con un filo en la garganta.
—Lu... Lucho.. ¡Soy yo, Íngrid! ¡Baja... Baja el puto cuchillo!
Apenas reconoce mi voz, Luciano aleja el cuchillo y me abre la puerta totalmente.
Luego de mirarnos por unos segundos, intentando aceptar la idea de que ambos estamos vivos y en el mismo lugar, lo abrazo fuertemente.
—¡Estás vivo! ¡No puedo creerlo! —Casi grito de la alegría, con una gran sonrisa en el rostro que mi primo me devuelve cuando volvemos a mirarnos.
—¿Cómo llegaste aquí?
—Pues... No vine sola
Me hago a un lado para dejar la entrada completamente libre, y mis compañeros comienzan a entrar a la casa, uno por uno.
—Me ayudaron a llegar hasta aquí, les debo mucho. Estábamos en la escuela cuando todo pasó y, bueno... Creo que somos los únicos supervivientes
—Lo lamento mucho
—¿Qué hay de ti? No estás sólo aquí, ¿Cierto? ¿Por qué no estás en tu casa? ¿Y tus padres? ¿Dónde están Nacho y Flopy? ¿Y...
—Si paras de bombardearme con preguntas te responderé todo lo que necesitas saber
Asiento.
—Estoy aquí porque ayer habíamos quedado con Nacho para pasar la noche jugando videojuegos. No sé dónde están mis padres... No si están vivos —Lucho traga saliva —Ignacio está en la terraza... Jugando a ser francotirador, digamos. Tiene un rifle bastante bueno, que pensaba utilizar para intimidar si era necesario en caso de problemas. Estaba pensando en una manera de salir de aquí, pero ahora que seguro los ha visto, bajará en cuestión de segundos. Con respecto a su familia... Flopy había ido a una pijamada con sus amigas y no supimos más de ella. Lo mismo con nuestros tíos... Se fueron al trabajo y jamás regresaron
Intento procesar la información lo más rápido posible, pero asumir que la mayoría de tus familiares están en un paradero desconocido... Probablemente muertos, no es tan sencillo.
—Es... Es duro... Pero ahora estamos juntos. Con los autos, no tendremos problemas para salir
Luciano se limita a asentir con la cabeza.
La puerta blanca al final del pasillo principal de la casa se abre: Nacho aparece y, aunque se acerca con calma, yo no puedo evitar correr hacia él y abrazarlo fuertemente.
Al cabo de unos segundos, él habla.
—¿Qué hicieron para llegar hasta aquí? —Pregunta. Aunque sé que está contento, pronuncia cada palabra con seriedad, como es característico de su personalidad.
—Mi padre me enseñó a manejar por cualquier emergencia, y Javier —Lo señalo —También sabe. Son mis amigos
Al ver la mala cara de Lautaro, instantáneamente me doy cuenta de que la palabra "amigos" no fue del todo concisa.
Finalmente, todos terminamos organizándonos en la gran sala de estar de mis primos. Ocupamos los dos grandes sofás negros, mientras hacemos cálculos de hasta dónde podremos llegar con la gasolina restante en los dos autos.
Luego de un debate que dura aproximadamente media hora, llegamos a la conclusión de que no llegaremos muy lejos con cuchillos de cocina y un rifle con pocas balas, además del asunto del combustible: Necesitamos más armas.
—Sólo pude encontrar esto bajo la cama de mi padre —Nacho menciona el rifle, que había ido a buscar a la terraza mientras nosotros hablábamos, arma que ahora sostiene entre sus manos —Era policía, por lo que supongo que debe haber más armas en la casa, aunque no tengo ni idea de dónde
—¿Te has fijado en el refrigerador? Porque no me sorprendería encontrar allí una escopeta si el hombre guarda un rifle bajo su cama —Comenta Javier, con sarcasmo.
Por alguna razón, su acotación me refresca repentinamente la memoria.
—Yo sé dónde guardaba las armas tu padre
Sujeto a Javier del brazo y lo arrastro hasta la habitación de mis tíos, haciéndole un gesto al resto de los chicos para que me sigan.
Una vez allí, me subo a la cama para comprobar si tengo razón. Efectivamente, es así.
Coloco mis pies sobre la mesa de noche de madera y saco de la parte superior del armario un pesado juego de mantas color violeta. Los chicos me ayudan a bajarla al ver el flaqueo de mis brazos.
Lo apoyamos sobre la cama y comenzamos a desdoblarlo.
¿Qué? ¡No hay absolutamente nada! Sólo un par de municiones, un revólver y... Y una nota.
—Cuando éramos niñas, la hermana de Nacho y yo jugábamos a contarnos secretos: Recuerdo que una vez me confesó que su padre guardaba "cosas que tiraban fuego" aquí... La memoria aún no me falla
Dijo cosas. En plural. Más de uno.
Todos nos miramos confundidos, a excepción de Nacho, que tenía la vista fija en la nota.
—No voy a leerla —Se anticipa antes de que alguien pueda decirlo algo. Quizás le cause demasiado dolor hacerlo por su cuenta...
Miro a Luciano y éste asiente. Como siempre, con una mirada entiende lo que quiero decirle: Es mejor que yo la lea por él.
Tomo la pequeña nota de papel blanco y empiezo a hablar en voz alta.

"Nacho:
Siempre te dije que cuides de tu hermana y tu madre... Pero éste no es el caso. Cuídate solamente a ti.
Siento mucho tener que haberme llevado el resto de las armas aunque, con la que te dejé, deberías poder arreglártelas.
Sé que eres fuerte, porque así te crié. Sobrevive.
Papá."

Por unos segundos, todos se quedan en silencio, hasta que quien habla es Agustín.
—¿Qué? Esa nota hace referencia a todo esto
—Pero no puede ser... Mi padre se fue a trabajar anoche, y este desastre comenzó hoy...
—Todo esto es muy raro... —Acota Javier —No tiene sentido. Un policía no se metería en estas mierdas
—Existen los policías corruptos —Dice Lautaro con maldad —Quizás tu padre está involucrado en ventas en el mercado negro, armas biorgánicas... Ya sabes, fallos biológicos
—Tú eres un fallo biológico —Suelta Luciano en defensa de su primo.
—¡Paren ya! —Grito frustrada.
Antes de que alguien pueda volver a hablar para reanudar la discusión, tomo el revólver y comienzo a examinarlo.
Todo lo demás pasa demasiado rápido como para que pueda controlarlo.
Por un momento me siento extraña... Como si no fuera yo.
Las palabras salen de mi boca, pero sé que no pensé en decirlas.
—Colt Python. Cañón de quince centímetros. Calibre .357
Me tapo la boca rápidamente ¿Por qué dije eso? Hablé robóticamente, sin pensarlo, sin ser consciente de ello.
Los chicos me miran perplejos, esperando alguna explicación.
Entonces, se hace presente en mí una mala costumbre que tengo desde siempre: Ponerme a la defensiva cuando no sé qué decir.
—¿Qué miran? ¿Por ser mujer no puedo saber de armas?
—¿Por qué no bajas la guardia feminista, In? No te hemos dicho nada —Comenta Luciano.
—¿Tienes algún problema con el feminismo? ¡El feminismo es genial! Pero, al fin y al cabo, no estábamos hablando de la visión que tengo de la mujer en la sociedad. Toma... —Le lanzo la Colt Python a Nacho, que consigue atraparla —Tenemos que irnos
—In... —Escucho a Ignacio llamándome mientras atravieso la puerta de la habitación. Volteo y lo encuentro detrás de mí —Quédate con el revólver
Mi primo vuelve a poner el arma en mis manos y, al notar mi expresión confusa, habla nuevamente.
—Es sólo para saber si sabes usarla tan bien como sabes describirla
Pone una sonrisa burlona y se va.

Nos quedamos un largo rato en casa de Nacho buscando ropa y cosas de utilidad.
Asumimos que no podemos vivir en un barrio "normal": Los zombies nos ganan en cantidad y terminarían por infectarnos.
Preparamos grandes bolsos con todo lo que necesitamos y los colocamos en los autos, controlando que ningún zombie se acerque demasiado a la parte exterior de la casa.
Ya tenemos el destino en mente: Sólo nos falta subirnos a los vehículos y arrancar.
Antes de realizar dicha acción, le pregunto a los chicos que vienen conmigo (Luciano, Nacho, Julián, Tiziano y Alejandro), si están preparados.
—Yo no —Acota Luciano —De seguro eres tan buena conduciendo como manteniendo la calma
Miro, enfurecida, a mi primo por el retrovisor. Éste se ríe, y es claro por qué: Mi ceño fruncido en el espejo no demuestra que esté precisamente calmada.
Decido no ponerme a discutir con el ingenio de Luciano y arranco el auto.
Emprendemos nuestros viaje, a través de varias rutas hacia el oeste, y llegamos a destino: Un descampado lejos de cualquier zona urbana, camuflado por un par de árboles.
Aquí nada ni nadie podrá encontrarnos.

Cuando El Apocalipsis Empieza (Masacre Mundial 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora