Hacía mucho tiempo que Hugo había dejado de dormir con la luz encendida. Desde que murió su madre, pasó un año sin poder aceptarlo, durmiendo por las noches de esa manera. Esa noche había llegado a su casa cansado, exhausto, sin ganas absolutamente de nada, más que poder recostarse y así recuperar un poco de lo que había perdido ese día en el trabajo. Hacían ya 12 años que se encontraba trabajando como administrador de una importante firma de automóviles con base en España, lo que le había posibilitado la oportunidad de vivir en un lujoso y amplio departamento, en el quinto piso de un reconocido edificio de Barcelona. Su posición la había conseguido establecer, luego de un buen tiempo trabajando a la par de su hermano Alex y tras haber estudiado administración empresarial durante tres años. Esa noche había llegado físicamente destruido, teniendo fuerzas solo para cambiar su ropa y recostarse para poder dormir.
A la mañana siguiente, Hugo se levantó de su letargo muy temprano y se sentó al costado de la cama. Una serie de recuerdos comenzaban a llegar a su cabeza, nublando su mente: Su etapa como estudiante, la infidelidad de su madre a su padre, sus años de rebeldía, las carreras clandestinas, su amigo Pollo y su vida al margen de la Ley. Todo lo que había dejado en el pasado quería volver en ese día. Tras recordar estas circunstancias con algo de tristeza, pudo hacerlas nuevamente hacia atrás, en un dejo de tranquilidad. Se levantó de su cama, caminó hasta el balcón, abrió la cortina y la mampara que lo separaban del mismo y salió hacia él. Hacía un agradable amanecer de primavera y el suave viento matinal lo reconfortaba.
Hasta que nuevamente los recuerdos del pasado retornaban, pero en esta ocasión, se trataba de un nombre en particular: Babi. Apoyado con sus manos sobre la cornisa, Hugo intentó de alguna forma limpiar ese recuerdo de su mente. Definitivamente, lo atormentaba. Su dolor pronto se vería mitigado al sentir las suaves manos de Ginebra, quien se acercó abrazándolo por atrás. Su presencia lo reconfortaba como hacía 20 años atrás y lo hacía volver en sí.
Esa mañana harían exactamente 20 años que Hugo estaba felizmente casado con Gin. Y harían 21 años y algunos meses que ambos habían formado una familia, trayendo al mundo a Diego, un joven que había adquirido esa debilidad de su padre por el vértigo y la velocidad, aunque volcándola en carreras legales de automóviles, como le gustaba a su tío Alex.
Esa mañana, Hugo comenzaba a sentirse feliz con la aparición de Gin.
- ¡Buenos Días mi amor! –le susurró ella al oído
Al escuchar la voz de su mujer cosquilleándolo, se dio media vuelta para recibirla mirándola de frente.
- ¡Buenos Días mi amor! – Respondió él, abrazando su cintura y besándola en los labios- ¿Cómo has amanecido? –preguntó mientras le acomodaba el pelo atrás de la oreja.
- Muy bien querido mío – respondió ella – ¿Y tú?
Hugo inspiró muy profundo y suspiró antes de responder.
- ¿Pasa algo?
- No. Son solo… Recuerdos del pasado que quisieron volver…
- ¿Recuerdos de que tipo?
- Del pasado que siempre quise enterrar… Mi fallida carrera universitaria, mi madre, las carreras de motos, Pollo… cosas que cuando vuelven me hacen sentir triste – Dijo Hugo, obviando ciertos recuerdos.
- Y sí… Son cosas tristes. Pero no debes preocuparte por ello. Recuerda siempre las cosas bellas que te han pasado – dijo Gin y agregó – A propósito de recuerdos, ¿Recuerdas que día es hoy?
Hugo nunca quiso decepcionar a su amada. Y menos en una fecha tan especial como esa. Estuvo todo el día en el trabajo y casi no tuvo tiempo ni de acercarse a una florería para poder aunque sea robarse una pequeña flor para regalarle en ese día.