Las tardes de noviembre se han vuelto enigmáticas, las tardes de noviembre me hacen recordarte, las tardes de noviembre comienzan a gustarme, comienzan a envolverme en aquel recuerdo tuyo que me dice que mi orgullo se ha sonrojado por ser la primera en extrañarte y probablemente tú no y se supone que debe ser al revés, como siempre ha sido, pero me temo que has crecido, que ahora ves por ti antes que por mí y eso me gusta, de cierta manera, pero me gusta.
Fue entonces una mismísima tarde de noviembre donde te encontré, en una florería. Yo me compraba flores a mí misma mientras que tú comprabas flores para la chica de cabello largo que sostenía tu mano. Era linda, tierna, con rostro angelical y te veía con ojos de amor. Me sorprendí y aunque no había pasado mucho tiempo desde la última vez que nos vimos, mi alma se alborotó ansiosa de que tus ojos me vieran con la misma intensidad de siempre. No importa cuánto anhelo escurría en cada suspiro que daba, no iba ser yo la que fuera en tu búsqueda. Y tú, como me conocías tan bien, te acercaste a mí, así, tan sombrío, con ese afán tuyo de tener que verte a los ojos cuando hablo, sin que me lo pidieses. Era una acción automática que ejercías sobre mí, Sin embargo, yo mantuve la compostura indiferente que según tú me caracteriza tanto.
-Nunca imaginé encontrarte en una florería.
Siempre me gustó eso de ti, que no inicias conversaciones como se supone que debemos iniciarlas. Rompes con los esquemas igual que yo.
- ¿Qué tiene de malo encontrarme en una florería?
Según yo, iba a ignorarlo...
-Tú no eres una chica de flores.
-Entonces, ¿qué clase de chica soy? -dije con altanería, pues ¿quién se cree para decir que no soy una chica de flores? A todas las personas del mundo le gustan las flores, en exceso o en carencia. Pero sé muy bien porque dijo eso. Yo le aclaré que no me gustaban las rosas de regalo, desde mi punto de vista son bastantes ordinarias sin ningún significado.
-No usualmente. A eso me refiero.
-No soy una chica de rosas rojas, como las demás chicas están acostumbradas.
Eché una mirada a su acompañante, que se encontraba admirando con inocencia un ramo de rosas rojas.
-Las rosas rojas no son más que una forma falsa y degradante de mostrar afecto-añadí viendo a la chica- A cualquier chica le pueden gustar las rosas rojas, cuando te gusté alguien más también regalarás otro ramo de rosas rojas y así sucesivamente, como un jodido patrón. La pregunta es, ¿a quién de todas las chicas que regalaste un ramo de rosas fue con un sentimiento revelador?
Levanté las cejas esperando por su respuesta que sabía que no tenía.
Tras un breve silencio de intercambio de miradas, dijo:
- ¿Estás celosa?
Antes de responderle, yo me hice esa pregunta.
- ¿Por qué debería de estarlo? Estoy dando mi punto de vista.
-Deduje que me responderías de esa manera.
-No estoy celosa. Puedes presentarme a tu chica si quieres, no tengo ningún inconveniente.
Levantó una ceja, sorpresivo por mi invitación.
-Te creo.
Y eso fue todo. Analicé como la sujetaste por la cintura mientras ella reía emocionada por la sensación de tus manos en su cuerpo. <<Ilusa>> pensé.
Yo soy una chica de girasoles, de camelias y tulipanes, incluso de flores de cerezo. Nada de patéticas rosas rojas. Y tampoco estaba celosa por esa niña. Ella no es como yo y eso ya es más que suficiente.
Así vivía, diciéndome a mí misma que nunca podrás encontrar a alguien como yo, no importa el desorden de persona que sea, jamás podrá alguien sustituirme.
Nunca te lo dije, pero parte de los días en que nos distanciamos no sólo físicamente, sino emocionalmente, añoraba tus mensajes espontáneos, tu voz, tu manera de verme, como si en el mundo existiéramos tú y yo, jamás te lo dije y no creo que te lo vaya a decir nunca porque no quiero que lo sepas. Lamento decirte que hay personas que tienen reservados sus emociones para algo especial...
"A mí me cuesta ser cariñoso, incluso en la vida amorosa. Siempre doy menos de lo que tengo mi estilo de querer es ese, un poco reticente, reservando el máximo sólo para las grandes ocasiones" -Mario Benedetti.
Igual, aclaro que no me duele siempre, no es un dolor extrañarte, más bien es un momento en donde soy absorbida por mis pensamientos y casualmente estas tú. Y yo no soy una chica que se tome un momento para extrañar a alguien, ¿para qué sirve extrañar tanto? No he sabido de alguien que le haya devuelto a la persona por extrañarle.
Dispuesta a mudarme al sur, dispuesta a encerrarte en la cueva del pasado, dispuesta a no verte ni por casualidad como ese día en la florería, compré mi boleto de avión, sin llorar, sin sufrir y tampoco aceptando que me estaba yendo por ti, porque ya no me buscabas, porque ya no se trata de mí, yo ya no existía en tu vida y yo tenía que ir asimilando que todo era culpa mía, yo te pedí que te alejaras de mí, preferí estar sola deseosa de alguien a mi lado, alguien que no fueras tú porque tenía esa loca idea de encontrar a alguien mucho mejor que tú. No creo en el para siempre. No existe. Todo se deteriora y se acaba. Y te destruye. Te destruye tanto que te vuelves loca, pierdes tu sentido de perspectiva y humor.
Tú si creías en el para siempre.
Recuerdo exactamente las palabras que te dije: Eres joven, ándate con más chicas, enamórate de ellas, amalas con fervor, apasiónalas, vuélvelas locas hazlas felices y que necesiten de ti. Pero no te olvides de mí. Que yo siempre te llevare en su mente, alma y te recordaré con lágrimas en los ojos esté en donde esté. Canadá, China, España, Londres...
Irónico que mientras te decía esto creía que te olvidaría y tu ibas a sufrir en silencio y yo encontraría a alguien para ser feliz. Y véame... usted me ha olvidado.
Sigo viviendo, diciéndome a mí misma que no tengo razón para andar en las calles del arrepentimiento si yo fui la que te dijo eso, la que te dijo que encontraras a alguien y la amaras. ¿Por qué me estoy quejando?
En aquellos días de... verano en el sur, admito que no solo percibía la soledad, sino un vacío existencial. Nadie me buscaba, nadie me llamaba, nadie, nadie, nadie...
Fue entonces, en un noviembre cuando reuní valor para llamarte, sólo para saber si me habías arrancado de raíz. Pero de nuevo me acobardé y colgué.
<<No me haces falta, tú ni nadie.>> me dije a mi misma mientras me hacía añicos, pero siempre con la vista firme.
Y así es como los noviembres se volvieron enigmáticos, misteriosos y abrumadores. Por ti.
Creo que si pasa otro noviembre y tú no me hablas, te olvidaré. Lo haré, porque me conozco.