MONSTER

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Acomodó por tercera vez la falda de su vestido, cual estaba levemente torcido, y suspiró mientras pasaba el cepillo por su cabello azabache, el cual por cierto, estaba muy bien cuidado. Ser la hija de alguno como el alcalde le resultaba agotador, sobre todo si se trataba de un alcalde estricto, sobreprotector, algo frío y discriminatorio. Y los días para Mikasa se pasaban en mantener la compostura y tener clase.
Despertar temprano en la mañana y prepararse para ser un objeto de exhibición, con vestidos de princesa cubiertos de encaje, hechos seguramente en alguna región lejana de allí, la cual nunca pondría visitar, porque no tenía permitido salir del pueblo siquiera. Era peligroso. O eso decía su padre.
La tarde era básicamente almorzar y acompañar a su padre a reuniones aburridas o leer un libro en soledad, lo cual no estaba tan mal, pero las rutinas cansan a cualquiera, incluso si se trata de una muñeca. A veces acompañaba a las mucamas al mercado para comprar el almuerzo o tal vez la cena, eso era entretenido puesto que se llevaba bien con ellas, les contaba historias y compartían chistes, incluso en ocasiones compraba algún caramelo para ambas. En la noche sus maestros se formaban a enseñarle cosas que ella ya tenía claras, motivo por el que más de uno de sus tutores renunciaban, estresados por no sentir que ayudaban o que merecían el dinero que se les era otorgado. Sólo hacían acto de presencia.
Y finalmente la dormir, aunque no invertía mucho tiempo en eso.

No se encontraba de humor, no ese día, estaba decidida a romper con las reglas y las expectativas de quienes la conocían o eso creían hacer. Dejó su cabello suelto y por una vez evitaría a toda cosa el corsé que con normal utilizaba. Era apretado y demasiado odioso para ella.
Le gustaba el maquillaje, pero no tenía tiempo para él, así que únicamente aplicó un poco de brillo sobre sus labios y buscó entre su armario su mejor abrigo, el cual se basaba en una capa rosa pálido que se arrastraba por el suelo, contaba con una capucha para mayor comodidad en días extremadamente fríos, los botones tenía tres botones, todos de cobre pero cada uno con un sello diferente.
El primero tenía un escudo rodeado por espinas y rosas, el segundo era el dibujo de un unicornio y el tercero eran un par de alas cruzadas. También tomó del armario su mejor sombrilla de encaje y tela para finalmente cerrar el armario y salir de su habitación.

Bajó las escaleras con calma, disfrutando del sonido que provocaban sus tacones cuando chocaban contra la fina madera, era sencillamente perfecto, porque a su padre no le gustaba el ruido, pero a su difunta madre le encantaba. Una de las mucamas que se encontraba parada al inicio de la escalera le mostró una expresión de preocupación total, tenía los ojos tan abiertos que casi podrían salirse y con su indice derecho le pedía silencio, era como si una persona muda rogara por su miserable vida, o eso pensó la azabache.Ella sabía muy bien que el miedo de aquella mujer era provocado por su padre, pero no le importó, solamente le pasó por el lado y se dirigió a la cocina. La habitación estaba vacía, eso facilitó su trabajo, aunque estando vacía o llena nada la iba a detener.

Tomó la primera canasta para el pan que vio, y sin pensar en nada empezó a llenarla con comida, manzanas, queso, panecillos, e inclusive una botella de vino con copa de cristal, porque a sus quince años solía robar vino de los estantes en las noches largas y deprimentes.

Aprovechó su posición y salió por la puerta que daba a los establos de su enorme casa y en cuanto vio un muchacho lo mandó preparar el pura sangre que se le había regalado a modo de ofrenda a cambio de su mano, oferta que ese mismo día se suponía debía contestar con un maravilloso o quizás espantoso 'sí ' pero de cualquier forma no importaba, faltaría a la reunión, dejando al joven Jaeger sin respuesta, porque le daba la gana y eso era todo. Tenía un espíritu rebelde. Y estaba realmente mal de la cabeza. En cuanto el majestuoso animal estuvo preparado para ser montado la chica agradeció al muchacho y no perdió un segundo más, se subió y antes de que el joven le pidiera información sobre su destino la chica le ordeno al caballo avanzar con velocidad y su risa se escuchó como un estruendo en la inmensidad del patio trasero, que luego de unos dos kilómetros se transformaba en la frontera que nunca pudo cruzar, gracias a su padre y a un personaje de cuento que según el loco hombre era el culpable de la muerte de mamá. 

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⏰ Última actualización: Jan 27, 2017 ⏰

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