Ese vació...

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Veronica


Joder. Apenas mire la entrada del pueblo y sentía que un escalofrío me recorría toda la columna. La noche estaba en todo su esplendor, las calles a oscuras junto con las casas con las personas durmiendo sin imaginar que por culpa de su príncipe casi iniciarían una guerra entre reinos.

Pasando el reino estaba la enorme entrada con el puente arriba. Cuando nos vieron lo bajaron lentamente abriendo la puerta del metal al mismo tiempo, las cadenas crujían ante el movimiento circular. Cuando el puente estuvo abajo y la puerta arriba tome aire y aceleré levemente el paso de Diamante, al entrar mire a todas las direcciones donde según recordaba hace años, estaban las cabinas de guardias, estaban el triple de lo normal.

Cuando estábamos en el patio delantero, Sofía, Jose y Nikolaevich salieron a paso apresurado, bajé del caballo y tratando de no vomitar al hacerlo.

—Rey José, reina Sofía y príncipe Nikolaevich, lamentamos haberlos despertado a tan altas horas de la noche. —El rey José sonrió tenso.

—No se preocupen, ya estamos más seguros al saber que están aquí. —La puerta se cerró y el puente subió rápidamente.

Al levantar mi rostro vi que venían en su ropa de dormir, traté de disimular lo mejor que pude al verle esa bata a la reina, quien alguna vez la considere, "mi madre".

—Quisiera que mis hombres tuvieran asilo y comida en estos instantes. Y que nuestros caballos beban y coman algo, no hemos parado desde que salimos, ni siquiera a comer algo —y esa era la absoluta verdad.

—Claro, ¡guardias! —sentenció el rey y al instante llegaron 30 guardias, mis hombres habían bajado de sus caballos junto con sus bolsas donde traían ropa.

Los guardias se llevaron a los caballos, excepto a Diamante, el cual relinchaba y les tiraba patadas sin fin.

— ¡Tranquilo caballo! —le grito uno ganándose una patada de mi corcel.

—No lo toquen —sentencié—. Ese es mi caballo, solo acepta que yo me le acerqué, así que les recomiendo que se alejen si no quieren terminar desmayados de una patada.

Todos los guardias tomaron distancia de Diamante. Me le acerqué sonriendo a mi noble caballo y al verme se relajó notoriamente, acaricie su nariz.

—Ese caballo... —escuche murmurar a Nikolaevich. Trague duro.

—Es parecido al caballo de tu hermana, Diamante... —dijo el rey José. Sentía como mis entrañas se apretaban en un nudo.

— ¿Si? —dije tratando de no tartamudear—. No lo sabía —dije nerviosa aun acariciando a Diamante.

—Pero ella jamás volverá José, acéptalo. —Sentí mi sangre hervir pero a continuación con las palabras de mi padre sentí que iba a llorar.

— ¡Volverá! Yo lo sé... Y cuando ella vuelva, tendré mis brazos abiertos para darle un gran abrazo... —Yo pensando que jamás le importe...

—Mi Rey, es tarde, y todos debemos descansar... —susurré levemente al ver su cara triste, sus ojos se habían llenado de agua y sus facciones se veían más viejas de lo que él era.

—Claro, entren, nuestros sirvientes los llevarán a sus respectivas habitaciones. —Asentí y tomando las riendas de Diamante lo jale al establo donde habían llevado a los otros caballos. Les hice señales a mis hombres de que siguieran a los sirvientes.

Deje a Diamante en su anterior lugar en el establo, dejando le comida y agua suficiente. Todos los caballos estaban comiendo y bebiendo tranquilos, acaricie por última vez los cabellos de mi mejor amigo y salí de ese lugar.

Guerrera de la realezaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora