47. Esponjoso

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El barco volador surca los cielos con lentitud y majestuosidad. Estamos a bastante altura, no puedo calcular exactamente, pero las cosas ya se ven muy pequeñas desde esta distancia al suelo. Al no estar cerca de tierra, no recibimos el calor del terreno y al desplazarnos en la altura, se siente una suave brisa. Aunque el sol caliente con mucha intensidad y esté pasando calor, la sensación es de algún modo agradable.

Led está en el interior del camarote. Hace un rato comprobaba sus cartas de navegación. Con un compás en la mano y con una regla en la otra, trazaba líneas sobre el mapa. Según dijo, quiere aprovechar el viento para llegar más rápido, así que calcula el modo de hacerlo.

El caballero permanece en la popa. Algo le mantiene distraído, pues lleva mucho mirando por la borda hacia abajo. Parece que le llama la atención ver cómo avanza el aparato este. Lo cierto es que es un invento magnífico, me encanta. Me voy hasta donde está él a preguntarle qué hace. Atravieso el barco hasta que llego a la parte de atrás el barco, junto a mi coleguilla.

—¿Qué estás mirando?

—El suelo. Me gusta ver el paisaje desde aquí, y cómo avanza.

—Es genial. Tu amigo Led es un fenómeno.

—Sí. Le encanta inventar cosas. Hacía mucho que no lo veía.

El caballero se incorpora y se apoya en la barandilla de popa de espaldas a ella y mirando en la dirección en la que avanzamos. Se cruza de brazos. Yo me apoyo en una posición parecida a la suya.

El caballero saca de su bolsillo su cocomorfo. Lo retiene entre los dedos y lo mira fijamente, desplazándolo con suavidad entre sus manos.

—¡Menudos inventos más chulos que hace mi amigo! —exclama maravillado.

—Es impresionante —corroboro—. Este invento sí que puede sernos muy útil.

—He recorrido cientos de mercados y he conocido muchos mercaderes, y jamás había visto algo como esto. Es muy novedoso. Mi amigo es muy bueno en lo que hace, siempre tiene las pociones más poderosas y distintas. Cuando hay mercado de magia y alquimia, su puesto siempre está lleno. Se le acaban las existencias enseguida.

—¿Es uno de los mejores magos?

—No te puedo asegurar, porque yo no pertenezco a su gremio. No soy quién para valorarlo, pues no sé mucho de la materia. Como ya sabes, yo soy de armas de mano, la magia no es lo mío. Sin embargo, viendo el éxito que tiene su puesto siempre, perfectamente creo que podría ser uno de los mejores. Sé que otros magos le compran a él, y eso solo puede suponer una cosa...

—Que es muy bueno —interrumpo.

—Exacto.

—Se le ve humilde. No parece importarle demasiado.

—No le importa. Ya te había dicho. Es muy suyo. Realmente le gusta lo que hace. Por eso no se siente mejor que nadie, no necesita sentirse bien con eso. Para él es igual de divertido hacer pociones que salir al bosque a pasear. Le es completamente indiferente ser el mejor o el peor. Realmente, ¿de qué sirve eso?

—De nada...

—Es una absoluta pérdida de tiempo, como te dije en su momento. Él se dedica a lo suyo y ya está. Le gusta hacer cosas y las hace. Hay pociones o inventos de los que fabrica que no llegan a funcionar. Otros sí, y muy bien. En cualquier caso, para él es un divertimento.

—Se le ve tan diferente a lo que me esperaba de un mago —afirmo.

—Es cierto. Por eso es tan conocido, su estilo sobrevuela este mundo.

Sandwich de dragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora