Capítulo Catorce

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Ayden

Es sábado por la mañana y vuelvo a estar solo en mi habitación. Hacía dos días que no lograba conciliar el sueño tan profundamente porque me costaba dormirme con su imagen en la cabeza. ¿Cómo se puede dormir cuando el corazón sigue intentando hallar partes perdidas?

La sensación de vacío, miseria y desolación siguen siendo inevitables aún hasta el día de hoy.

Abro los ojos y me desperezo, estiro el cuerpo con muchísimas ganas y haciendo ruido. Sin querer, se me vienen a la mente todas las imágenes del lunes; el último día que supe algo de él.

He intentado mantener la cabeza ocupada en cosas del instituto o saliendo a recorrer un poco las tiendas del centro, pero nada, ni siquiera el haberme gastado más de 100 dólares en la campera que tanto me gustaba me ha calmado.

Sé que ha pasado a recoger sus cosas cuando le dije por mensaje de texto que lo haga, porque al llegar el martes por la noche encontré su parte del armario desierta.

Tiene ese don tan peculiar de construirme y destruirme en cuestión de segundos que lo odio, aunque qué irónico parece odiar el hecho de quererlo. Deseo que él lo comprenda tanto como yo. Deseo que sienta lo mismo que siento yo. Quiero que siga enamorado de mí como yo lo estoy de él... Porque me importa una mierda lo que pueda llegar a suceder si él está riendo. Quiero que me extrañe tanto como yo lo extraño a él; tanto como extraño su boca, y cada palabra. Como cuando se enfada y pone morritos deseando que vaya por detrás y lo abrace para hacerlo reír.

Estoy enamorado, joder. Y no me cuesta decirlo porque me enamoré de sus ojos, de sus ataques de éxtasis, de cuando canta bajito porque está feliz y no quiere que lo escuche. De cuando me abraza fuerte porque que tiene miedo de perderme. Me enamoré de lo listo que es y de lo tonto que se pone a veces. De cuando me insulta porque es así como disfraza las palabras bonitas. De cuando se tapa la cara porque dice que está feo y yo no soy capaz de dejar de mirarlo; para mí siempre ha estado precioso. De cuando juega a estar a dos centímetros de mi boca para ver quién aguanta más sin besar al otro. De sus prisas, de sus ganas de tenerlo siempre todo controlado, de su vergüenza, de cómo tiembla, de cómo es capaz de calmarme. De todo eso me enamoré; de lo bueno y de lo malo.

Él es la pieza perfecta de mi rompecabezas, pero ahora me da la impresión de que pertenecemos a dos puzzles diferentes. Lo extraño demasiado y daría cualquier cosa por volver a tenerlo a mi lado, por romper sus esquemas e inseguridades y convencerlo de que quizá conmigo no se está tan mal. No le puse condiciones, no le puse restricciones. Nuestro amor era así: sin reglas, libre. Le di todo, y aún así se fue.

Luego de haberle dado demasiadas vueltas al asunto, me desplazo al borde de la cama, llevo mi cuerpo hacia el baño y me detengo frente al espejo para quedarme mirando fijamente por un largo rato. Toda la semana se me ha pasado demasiado lenta, y ahora que por fin ha terminado, me siento un poco más animado. Me dirijo hacia el living y me siento en uno de los taburetes frente al ordenador. Lo enciendo y reviso los correos para confirmar la nota de uno de los exámenes.

Basura, lo único que hay es basura. Millones de correos con anuncios y descuentos en vuelos y hoteles, pero ninguno de mi instituto, así que decido cerrar la página e ir a prepararme algo caliente para beber. Todo se hace demasiado lento desde que él no está. Es increíble lo mucho que tu ánimo puede cambiar por tan solo una persona.

Me ha pedido un tiempo y se lo daré. Debo dejar que me extrañe un poco. A veces creo que no logra apreciar cuanto he hecho por él. Que me extrañe un rato también será saludable. Y si no vuelve, tendré que juntar todas mis piezas rotas del piso y recomponerme yo solo. No puedo sufrir todo el tiempo.

Mi Casualidad Eres TúWhere stories live. Discover now