Cap. I.- Prólogo. Desde el Abismo

2 0 0
                                    

La diavarita fulguraba con gran clamor. Yacía al fondo de un pequeño pozo de aquel tétrico lugar. El cuello de donde antes colgaba no estaba cerca, pero tampoco tan lejos. Las texturas pedregosas del abismo le daban un aspecto arrugado y ajado al mismo, pero aquellas texturas caían en ojos que estaban ciegos. Arriba estaba el albor lejano de las escaleras, y el cielo azul más allá. Los copos de nieve caían como farolas, pero perdían su fulgor antes de tocar el fondo del vacío.

Como el viejo de mirada funesta, que se posa a la entrada de su morada, postrado en su vieja silla de madera, Bludvorne se incorporó, sentado. Se frotó los ojos, como tratando de que la oscuridad que le rodeaba pudiera desaparecer con ello, aún sin saber dónde estaba o si estaba muerto. ¿Era posible que estuviera vivo? Esa pregunta caminó en su mente durante unos instantes. Miraba a los lados, nada, pero arriba vio el cielo y las escaleras.

—¿Hola? —dijo.

No hubo respuesta. De pronto su vista se amoldó un poco a la oscuridad y logró divisar un difuso y lejano fulgor azul, como el de su diavarita. Se tocó el pescuezo; el collar con la piedra no estaba allí.

Se puso de pie. Solo dio un paso cuando quiso caer otra vez, y terminó sentado, otra vez. Debía llegar hasta aquel brillo, pero no sería caminando. Comenzó a arrastrarse, y luego de unos instantes, llegó hasta un pequeño pozo de agua donde en el fondo se veía claramente su diavarita. El agua fluía desde unas rocas a la derecha de Bludvorne. Se veía potable en lo que cabía, y repentinamente el chico tuvo sed. Osó acercar su cara al agua, "para verla más nítidamente". Clara, pura. Juntó sus manos y la introdujo en aquel pozo. La superficie ligeramente calma del agua se desdibujó al él introducir sus manos juntas, y posteriormente cuando las sacó. Bebió un sorbo y fue el sorbo de agua más gratificante que haya podido beber. De pronto ya había metido y sacado las manos vacías y llenas de agua de aquel pozo varias veces. Se sintió reconfortado, y sintió la presteza para sacar de una vez su collar. Lo hizo, lo tenía en la mano y la diavarita fulguró fuertemente, tanto que al frente detalló un par de ojos; dos ojos grandes.

Soltó un grito ahogado y bajó la diavarita a la par que se arrastraba hacia atrás. Respiraba con brusquedad, se había exaltado rápidamente, temía de la oscuridad, concretamente de lo que podría haber en ella. Un sudor frío le recorría las sienes, si no, toda la frente.

De improviso escuchó claramente que alguien le llamaba, pero la voz venía de lejos, y ante el pánico le resultaba irreconocible; era una voz sin rostro.

—¡¿Quién anda ahí?! —exclamó.

No hubo respuesta, pero sí escuchó pasos.

—¡¿Quién anda ahí?! —repitió, y a la par puso en su lugar el collar con la diavarita.

—¿Bludvorne? —dijo aquella gruesa voz—. ¿Eres tú el tal Bludvorne? He oído que te buscan.

Se sintió confundido. Trataba de darle un rostro a aquella voz, pero no lo lograba

—¿Quién eres? —soltó, casi con tono de súplica.

—Hanlô.

—¿Hanlô?

—Enano de la familia Tolonaux. Sí.

Aquellos ojos eran demasiado grandes para ser de un Enano. Espera, ¿es familia de Cabas? —se dijo—. ¿Enano de la familia Tolonaux? ¿La misma de Cabas Tolonaux? —inquirió.

—Espera, espera aquí, amigo. Deja que traiga una antorcha para que puedas verme.

—¡Espera! —y alzó su mano derecha a la oscuridad.

Lucis Regis Gigas IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora