Epílogo

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Cuatro años después


–Beth, cariño. Estás preciosa –Danna la abrazaba una vez más.

–Gracias, mamá. ¿Ya llegaron todos? –Beth trataba de ver a través del cristal.

–Sí, creo que son todos –Danna la tomó de la mano para conducirla fuera.

–¿Dónde está Andy? –preguntó, buscándolo impaciente.

–Está con tu padre, cariño. Y mejor nos apresuramos porque...

–¿Por qué no vienen? –Leonardo subía con su hijo André en brazos–. Todos te están esperando, Beth.

–Claro, papá. Estábamos a punto de bajar.

–Sí, como siempre –Leonardo fingió cansancio–. Las mujeres siempre nos hacen esperar, hijo. Más vale que aprendas a tener paciencia desde ahora –hablaba a su hijo de dos años, quien lo miraba sonriendo.

–Ya, Leonardo. Como si tú no fueras igual –Danna lo empujó juguetonamente–. Recuerdas hace unos años –dirigió una mirada cómplice–. Los invitados... nos esperan –dijo y Leonardo sonrió, comprendiendo a que se refería.


En el jardín de la mansión los niños y adultos esperaban la aparición de la feliz familia. Todos los allí reunidos eran los parientes y amigos más cercanos. Estaban los abuelos de Beth, Rose y Giancarlo. Mandy y Stefano conversaban con Sebastien mientras Rosemary y Marcos, los gemelos de tres años de la joven pareja, jugaba alrededor de ellos. Melina hablaba con su madre y con Carolina mientras justificaba la ausencia de Doménica, era extraño pero ella evitaba ir a reuniones familiares de los Ferraz y Melina bien sabía que su amiga apreciaba enormemente a Danna y le parecía sumamente raro. Debe cuidar a Alex, dijo y su madre y Caro asintieron. Diego tampoco estaba, ya no era novio de Melina, para alivio de Danna aunque aún tenía sus dudas sobre el fin de esa relación.


–Por los diez años de vida de Beth –brindó Leonardo.

–Por Beth –repitieron todos mientras tomaban sus copas y las bebían.

–Los amo mucho –exclamó Beth abrazando a sus padres y se fue a jugar con sus amigos.

–Es maravillosa –Danna pronunció orgullosa y Leonardo asintió–. Al igual que nuestro pequeño hijo.

–Sí, es todo un hombrecito –soltó orgulloso Leonardo–. Gracias, amore mio.

–¿Por qué, querido? –Danna sintió como él, después de entregarle a André, la abrazaba por detrás.

–Por amarme, por hacerme tan feliz y darme una familia tan maravillosa.

–Eso no lo hice solo yo, cariño –Danna giró su cabeza y sonrió–. Lo construimos los dos, por lo tanto yo también te doy las gracias a ti.

–Eso significa que, ¿estás en deuda conmigo?

–¿Qué? –Danna lo miró, escéptica.

–Me debes algo, ¿no? –Leonardo la miró retadoramente.

–Creo que al estar a tu lado estos cuatro años he pagado mi deuda con intereses –contestó.

–No. Te equivocas, cariño.

–¿Ah sí? Y eso, ¿por qué? –se puso frente a él–. No ha sido nada fácil, aunque reconozco que ha valido la pena. No he quitado empeño...

–Sí, eso me consta, pero ¿acaso ya olvidaste?

–¿Olvidar? Depende de qué...

–Tu deuda es eterna, cariño.

–¿Tan bueno supones que eres? –preguntó con un toque irónico. Leonardo se limitó a reír en respuesta.

–No, aunque tal vez ya estás olvidando lo bueno que llego a ser.

–No creo haber perdido la memoria desde esta mañana.

–Danna mía –Leonardo la apretó contra sí–. Tu promesa consistía eternamente, en nuestra boda, ¿recuerdas?

–Claro que sí y tú también lo prometiste, te recuerdo.

–Entonces, mi deuda también es eterna contigo, Danna. Al igual que la tuya conmigo.

–Estoy dispuesta a pagar hasta mi final, entonces.

–Más vale que así sea, porque no pienso dejarte ir nunca.

–Ni yo a ti.

–Es una deuda de amor, entonces.

–Pagadera desde el día que nos conocimos...

–Hasta el final de nuestras vidas.

–¿Sabes desde cuando te amo?

–No. ¿Desde cuándo, mi amor?

–Desde el momento que me tomaste en tus brazos, en la oficina. ¿Recuerdas?

–¡Lo sabía! –Leonardo se separó de un salto y ella rió–. Sabía que encontré algo en tus ojos.

–Pues no te equivocaste.

–Yo también.

–¿Tú también?

–Yo también te amé desde el primer momento en que te tuve entre mis brazos, porque deseé que nunca te fueras de mi lado. Te amo –se acercó a besarla tiernamente, no obstante André estaba inquieto en los brazos de Danna.

–Yo también te amo, Leonardo –sonrió, entregándole a André–. Y creo que es tu turno de cambiarlo. Nos vemos, querido –soltó sonriendo traviesa mientras se alejaba

–Me la debes –le gritó y llevó al niño con la niñera–. Te amo, Danna. Eres la luz de mi vida –pensó, sonriendo al localizar a su esposa y se acercó sigiloso por detrás para darle un buen susto.

FIN

Encuentro con el destino (Italia #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora