Capítulo 1

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Múnich, Alemania.


De todas las cosas que no le gustaba hacer, salir de la cama era una de ellas, pero debía hacerlo, pues la alarma del reloj era desesperante. We Are The Champions era la canción que más odiaba en el mundo. Esa mañana, como todas, se arrepintió de seleccionar la melodía de Queen. Si había una forma de detestar una canción, era poniéndola de alarma para despertar. Pero vamos, que no todo era malo, al menos si despertaba de mal humor o con desanimo, la voz de Freddy Mercury le recordaba que era un campeón.


Dominik Weigand con sus 24 años de edad, era el jugador más cotizado de la temporada. Los críticos deportivos lo apodaban "The Bullet", porque era imparable a la hora de marcar un gol.


Aunque era toda una celebridad, Dominik no actuaba como tal. Rechazaba invitaciones a fiestas salvajes y alocadas todo el tiempo. Él se crió de una manera distinta al resto de sus compañeros de selección. Desde muy pequeño, su padre le enseñó el hábito de la Disciplina. Desde los cinco años de edad, el fútbol se convirtió en su obsesión. Él practicaba seis horas diarias, lo que le hizo poseedor de una condición física envidiable. Además que las paredes de su cuarto estaban tapizadas con posters de todos los grandes jugadores de la historia, y era poseedor de una inmensa colección de artículos de la selección alemana.


Ese día sería igual a los últimos tres meses. El mundial estaba muy cerca, y por ese motivo incrementó sus horas de entrenamiento a ocho horas diarias. Su entrenador le decía que debía relajarse un poco, pero Dominik no podía hacerlo. Ganar la copa del mundo, junto a la selección alemana, lo consagraría como uno de los mejores de la historia del fútbol. Estaría a la par de grandiosos hombres, como lo eran Franz Beckenbauer, Jurgen Klinsman y Gerd Müller, a quienes admiraba desde que era un pequeñín con el sueño de jugar con la selección nacional.

Con los seis títulos de club obtenidos con el FC BAYER MUNICH, destacando dos Champion League ganadas consecutivamente y una Eurocopa el mismo ese mismo año, lo único que hacía falta era levantar una Copa del Mundo. Sin duda, esa sería la guinda de su pastel. En unos diez años se jubilaría siendo una leyenda, el futbolista más joven de la historia en lograr esa tripleta. Eso era todo lo que quería.


Salir de la cama era una proeza para Dominik, pero siempre lo lograba. En cuanto colocaba un pie sobre el suelo, era como si algo se activara dentro de él. Era como si Weigand fuera un robot, pues a veces reaccionaba como una máquina. Mecánico y metódico. Para nadie era un secreto que Dominik era Asperger, pero a él no le gustaba que aplicaran ese término con él. Para todos, él era Aspie.


Le diagnosticaron dicha condición a los seis años de edad. El médico puntualizó que él era un caso especial, pues normalmente, quienes tenían el síndrome no se interesaban en los deportes ni en ninguna actividad que fuese grupal, pero hasta en eso, Dominik era excepcional, siendo una anomalía de la estadística. Gracias a Dios, sus padres reaccionaron positivamente ante el diagnóstico, y siempre trataron de canalizar las aptitudes especiales de su hijo, de la mejor manera posible, aunque a veces cometieron el error de consentirlo en exceso. Dominik nunca conoció el rechazo por ser como era, al contrario, se sentía muy bien por ser diferente, y en algunas ocasiones era manipulador, aunque lo hiciera inconscientemente.

Para Dominik era lamentable que muchas personas dijeran ser Asperger sólo porque eran gente muy arrogante, grosera y de muy mala actitud. Usaban la palabra "trastorno" como si de la palabra "genialidad" se tratara. Sin duda, Dominik creía firmemente que los trastornados eran quienes creían ser una edición limitada de Weizenbock y no eran más que una simple y común Heineken.

Dulce TragediaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora