La Conexión

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Milo se había puesto de pie y sacudió un poco sus pantalones. El suelo de la prisión era asqueroso y se arrepintió casi de inmediato de haberse sentado.

- Bien, habría que ir a... si... emmm...

- No sabes qué hacer, ¿cierto?

- Si sigues hablando, no podré concentrarme, haz silencio.

- ¡No he dicho nada!

- Shh... -Mina suspiró y frunció el ceño. Era claro que no tenía ni idea de cómo salir de esa prisión, pero sin duda quería seguir viéndose como el héroe. Ella odiaba eso.

- ¿Sigues teniendo el celular? Llama a alguien.

- Sí, claro, porque los guardias van a permitir que -Pero para su sorpresa, ahí estaba, en su bolsillo trasero-... quedármelo... Tú ganas esta vez, niña. -Milo discó y el tono le advirtió que estaba funcionando.

- ¿Y?

- Está llamando, tranquila. Que impresionante recepción, debería pagar el servicio alguna vez, es increíble.

- No lo hagas, no lo vale. -Al instante, Milo comenzó a hablar con alguien.

- ¿Teo? Sí, el mismo. No, ¿Por qué crees que estoy en un apuro? ¿Acaso no puedo llamar a un amigo porque quiero saber de él? Bah, no engaño a nadie. Sí, estoy en prisión. No, no quiero hablar de eso ahora, necesito que nos saques de aquí... ¿A quién más? A un cachorro que encontré en el camino, más bien ella me encontró a mí... ¡Lo sé! Es una locura, ¿Cuándo vienes? Bien, puedo aguantarlo. Gracias, amigo, te debo una... Sí, claro, quise decir una más. Adiós -Colgó-. Pelmazo. -Susurró al teléfono y sonrió satisfecho.

- ¿Todo bien? ¿Cuándo vendrán a por nosotros? -Para su mala fortuna, la puerta se abrió de par en par y varios sujetos con un extraño traje blanco y máscara con gafas aparecieron. La señalaron y Milo supo lo que ocurría por sus gritos de auxilio: la sentencia se había puesto en marcha.

- ¡MINA! -El grito de Milo le puso la piel de gallina, supo que podía confiar en él. Milo estaba muy nervioso, molesto, pateaba la puerta sin éxito, puesto que la madera que crece en la tierra de las hadas negras es indestructible.

- ¡MILO! -Pero los hombres eran fuertes y la ayuda no había llegado a tiempo. Las lágrimas salían con fuerza suplicando piedad, suplicando que no le hicieran lo que querían, pero la sentencia estaba dictada y sin duda el Colegiado había ordenado que se ejecutara cuanto antes.

Pataleaba y gritaba con todas sus fuerzas, pero todo parecía indicar que no les importaba nada más que los experimentos. Milo seguía colgado de la reja con la impotencia impregnada en sus ojos; dolor y odio lo llenaban por no poder hacer nada al respecto.

- Resiste, Mina, resiste, sé fuerte, que no te lleven, sal de esto con vida. -Cuando hubo terminado de decir al aire lo que le surgió en el momento, Mina dejó de ser arrastrada por los guardias.

- ¿Qué pasa?

- No sé... está pesada... -Pasó de pesar cuarenta y ocho kilos a mil porque los guardias no pudieron levantarla del suelo. Mina sintió una excesiva fuerza también que le permitió librarse de los guardias de un solo golpe, como si de repente hubiera sido tocada por una varita y le hubiera dado lo que le faltaba para sobrevivir.

- ¿Qué está pasando? -Milo escuchó la lucha contra los sujetos, mucho ruido y luego silencio.

- ¡Mina!

- ¡Allí voy! -Mina corrió hasta la celda de Milo, quién parecía perplejo. Ella estaba brillante por el sudor y temblaba como nunca-. Los derribé, a los tres.

Yo No Creo En Las HadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora