Cuando Frieda despertó y bajó a desayunar la mañana de la tan esperada fiesta de graduación que sus padres —o mejor dicho su madre— preparaba para ella en su casa, se encontró con un montón de personas desconocidas entrando y saliendo de su hogar. Así era Carolina, adoraba los eventos y las fiestas, adoraba organizarlos y estaba feliz de hacer aquello.
Por un momento a Frieda la fiesta ya no le pareció tan buena idea, su madre había dicho que sería algo familiar, sin embargo, era obvio que el movimiento que había no era para algo tan pequeño, precisamente. Se odió a sí misma por no recordar que para su madre, no existían las fiestas pequeñas.
—¿Has invitado a todos tus amigos, Frieda? —le preguntó al pasar a su lado, estaba tan entusiasmada que ni siquiera le había dado los buenos días.
—No, he invitado a todos mis compañeros, porque si tuviera que invitar a mis amigos creo que seríamos dos, o tres a lo máximo —respondió la chica con amargura, en eso no eran parecidas ella y Carolina.
—Ya verás que será divertido —prometió su madre ignorando el poco entusiasmo de su hija.
Un rato después Adler llegó a la casa, había salido temprano a ver algunos papeles para el viaje. Sonrió al ver a Frieda observar con desgano todo aquel movimiento, la conocía de sobra como para saber que no le estaba agradando la idea de la fiesta, se acercó a ella y sin que nadie se diera cuenta la secuestró tomándola de la mano y llevándosela a su cuarto, cerró la puerta y sin decir nada la comenzó a besar, ya el tiempo se les agotaba y la idea de separarse de nuevo les quemaba el alma. No necesitaron demasiadas palabras para recordarse cuánto se amaban, y cuando terminaron, luego de prometerse una vez más amor eterno, salieron como si nada de la habitación. Ahora Frieda sonreía en silencio, aquella hazaña había llenado su mañana de adrenalina y le había cambiado el ánimo.
Cerca de las ocho de la noche, la chica por fin terminó de alistarse, su madre quiso que se pusiera un vestido elegante, pero ella decidió que era más cómodo estar en jeans con una blusa algo holgada. Se recogió el pelo en una coleta y bajó a su fiesta. Carolina negó al verla, no podía creer que terminara vistiéndose como cualquier día para ir al mercado, pero suspiró, esa era ella y siempre había sido así, no le quedaba más que respetarla y aceptarla.
Los primeros en llegar fueron los adultos, conocidos y amigos cercanos de sus padres, más adelante fueron llegando los jóvenes, amigos y compañeros de Frieda, y cuando ya estaba un poco más avanzada la noche y la fiesta se ponía bien divertida, llegaron Mauricio, Alan y un grupo de chicos.
—¿Tú los invitaste? —preguntó Frieda a Adler al verlos ingresar a la pista de baile.
—No, pero alguien corrió la voz de la fiesta en el grupo de la universidad, y ya sabes, ellos se prenden a todo —agregó.
—Uff... Los voy a echar —dijo decidida ya caminando hacia donde estaban los chicos.
—Frieda, déjalos, son problemáticos... —indicó Adler siguiéndola y deteniéndola con una mano sobre su hombro.
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Ni príncipe ni princesa ©
Подростковая литератураFrieda y Adler se conocen desde que nacieron, sus padres son mejores amigos y los han criado como si fueran primos, Ellos se detestan desde su más tierna infancia. Por suerte, un océano los separó casi toda la vida y solo debían convivir durante las...